jueves, 20 de febrero de 2020

Nuestra identidad

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Estamos aún en jueves y ya estamos preparando el fin de semana, da la sensación que cada vez el fin de semana es más largo, me estoy dando cuenta que ya tengo planeado no solo lo que haré el sábado y el domingo sino que tengo todo el día de mañana completo. Es verdad que es Carnaval y esto ya llena muchas horas.
Es curioso que se necesite ser alguien y saber que se está formando parte de algo para poder vivir en esta sociedad. Todos requerimos una identidad y esto nos puede causar problemas si no aprovechamos la parte positiva, sobre todo si basamos nuestra identidad en el enfrentamiento con los demás y no en lo que somos. Con esto no quiero decir que no se pueda tener una identidad fuerte, sino en si el conflicto con “los demás” es lo que define nuestra identidad, en lugar de su carácter de convivencia y de beneficio mutuo.
Existen desgraciadamente muchos enfrentamientos de identidades que están amenazando a nuestra sociedad y a nuestra convivencia. Si observamos el mundo que nos rodea nos daremos cuenta que hay identidades que están basadas en la guerra cultural, en la dominación política y en la negación de toda razón al que discrepe de ellas. De la misma manera todo lo que no sea aceptar su superioridad, significa fobia.
Nos encontramos con identidades que ya no defienden sus derechos, sino pura y llanamente su supremacía. El derecho a poseer mayores derechos. Y para ello no se paran ante nada, desde la supresión de un principio básico en el estado de derecho como es el de la presunción de inocencia, al que se sustituye por la inversión de la carga de la prueba, por lo que el denunciado es quien debe demostrar que es inocente.
Es del todo imposible construir una buena sociedad, en realidad una sociedad, bajo este enfrentamiento que se sitúa en el plano más básico de la convivencia, el de unas personas con otras, porque ésta no soporta en su seno un conflicto tan radical entre identidades, sean las que sean. Por eso a largo de la historia, cuando este tipo de conflictos se han producido, la democracia representativa y sus instituciones han entrado en crisis.
La persona se construye desde una identidad y esta se complica cuando todo lo que nos rodea tiende a masificar y despersonalizar. Hay que saber de que a partir de nuestra propia originalidad debemos participar en mejorar nuestra sociedad y que las características personales son una posibilidad para ello.
Pero, no hay que olvidar que existe también una identidad compartida, que tiene que ver con la historia de cada sociedad. Es la que hereda del pasado un bagaje de experiencia, una identidad que ya ha sido probada, que ha manifestado sus alcances y sus riesgos. Como en el ámbito personal, la historia requiere ser digerida y asumida. En ello hay mucho que necesita ser asimilado.
Lo decíamos ayer, la persona necesita cultivar su conciencia. Su propia profundidad, su mundo interior, no constituye el pretexto para alejarse del entorno, sino es el punto de partida y referencia de la identidad personal. Y en la medida en que más se cultive la interioridad, más posibilidades hay de que la participación social sea auténtica. Una más lúcida conciencia es antídoto contra relaciones superficiales, que inevitablemente vuelven frágil la cohesión social. Nuestro tiempo, fascinado por relaciones “de pantalla” hace en ello muy endeble el compromiso humano. Entre más hondos son los cimientos, más confianza podemos tener en que el edificio no se derrumbe.
La conciencia es, en primer lugar, conocimiento de sí. Pero también, a partir de ello, ubicación en la realidad y responsabilidad en las acciones. La conciencia tiene que ser formada, y en ello ocupa un lugar insustituible el tema de la relación con los demás. Reconocer y poner en práctica actitudes de cortesía, partiendo de la convicción del valor de cada ser humano, hace la convivencia civilizada y agradable.
La espontaneidad silvestre que hoy se aplaude como afirmación de los individuos, vemos que alcanza niveles de grosería que están muy lejos de fomentar relaciones armoniosas. Lo más alarmante es que este tipo de conductas prevalecen en los niveles más selectos de la vida pública, en muchos medios de comunicación y por lo mismo tienden a ser imitados, rasgando, polarizando y tensionando más el tejido social.
En fin, con participación, sensatez, identidad y conciencia vamos a poder favorecer la formación de personas más sociables.

Buenas Noches. 

No hay comentarios: