“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Se
acaba otro buen día, febrero ha empezado bien, lo que me permite adelantar
algunas pruebas de material que tenía pensado realizar el mes que
viene, pero estos días no se debían de dejar pasar. Por eso tengo muy avanzados
los preparativos para el viaje de esta primavera-verano. Pero no quería tratar
ahora como se están desarrollando los preparativos pues tiempo habrá para
hacerlo.
He
tenido tiempo esta tarde para leer un poco las noticias de actualidad y me
llama la atención la incapacidad de muchas personas para hacer distinciones
correctas en su discurso público cuando se trata de cuestiones morales.
Hay
que saber hacer distinciones, cuando se habla o se escribe hay que explicar cómo
una cosa se diferencia de otra, cómo algunos conceptos que son aparentemente similares
terminan siendo distintos. Voy a poner algún ejemplo que me está llamando la
atención desde hace días. Se está diciendo con demasiada ligereza que ciertas
personas están fomentando el odio o que son personas intolerantes sin aclarar que
están tratando de decir con tales afirmaciones.
Los
conceptos amor/odio y tolerancia/intolerancia son algunos de los que más
confusiones y más malentendidos provocan. Veamos, el amor no es principalmente
una emoción, sino un acto de la voluntad. Amar es desear el bien del otro. Por
lo tanto, el odio no es principalmente un sentimiento, sino desearle el mal a
otro, queriendo realmente lo que es malo para el otro. Entonces, ¿cuándo se
puede odiar? ¿Cuándo está moralmente permitido odiar? La respuesta es simple:
nunca. Precisamente este es uno de los motivos por el cual a los católicos se
nos dijo que amamos incluso a nuestros enemigos, que honremos incluso a quienes
nos maldicen, que roguemos aún por quienes nos maltratan.
¿Quiere
decir esto que nuestros antepasados tenían la obligación de amar a Hitler y que
nosotros tenemos la obligación de amar a los asesinos del ISIS? Sí, y punto.
¿Quiere decir que tenemos que desearle el bien a quienes nosotros estamos
convencidos de que van por un camino moralmente peligroso? Sí, y punto. ¿Todos
tenemos que amar a los que asesinan y maltratan a las mujeres? Claro que sí, por
completo e incondicionalmente.
Sin
embargo, una vez que hemos hecho estas afirmaciones, es el momento en que
debemos hacer una distinción crucial: criticar a alguien por realizar una
actividad inmoral no significa “odiar” a esa persona. Una vez que se haya atenuado
la sensación de que existen el bien y el mal objetivos, como en gran medida ha
sido el caso en nuestra sociedad, las únicas categorías que nos quedan son las
psicológicas. Y es por eso que, en la mentalidad de muchas personas, el hecho
de cuestionar la legitimidad moral del aborto es por fuerza "atacar"
u "odiar" a las mujeres que abortan.
Si
no se hacen las distinciones correctas en este sentido existe el peligro muy
real de que el debate moral desaparezca. Si podemos pensar que alguien que no
está de acuerdo conmigo en un tema ético es lisa y llanamente una persona que
derrocha “odio”, entonces no es necesario que escuche sus argumentos ni que los someta a un análisis
crítico. De hecho, puedo censurarlo y hacerlo callar. Lamentablemente, esto es
lo que podemos ver muchas veces en la esfera pública de hoy en día: se
cuestionan los motivos, se cuestiona el carácter, se impone la censura.
También
hacen falta distinciones en torno a la palabra "tolerancia," que se
repite una y otra vez en nuestros días. Típicamente, ha llegado a significar
aceptación y hasta incluso celebración. Por tanto, toda persona que no se
muestre absolutamente eufórica por el matrimonio homosexual o la
transexualidad, no es suficientemente "tolerante". De hecho, el
término implica el deseo de ver con buenos ojos un punto de vista o acto con el
cual no estamos de acuerdo.
En
consecuencia, en el contexto de nuestro sabio sistema político, cada ciudadano
tiene la obligación de tolerar una gama de opiniones que encuentra
desconcertantes, erróneas, repugnantes o incluso bizarras. Hay muchas razones
buenas para admitir esta tolerancia, siendo las más importantes respetar la integridad
de la persona y evitar conflictos civiles innecesarios, pero de ninguna manera
implica que uno tenga la obligación de aceptar o celebrar esos puntos de vista.
Por tanto, ciertamente uno debería tolerar el derecho que tiene una persona de
cambiarse de sexo sin sentir al mismo tiempo la obligación de alegrarse por la
elección que hizo.
En
fin, si lo pensamos un poco nos encontraremos con muchos más ejemplos, que
parten del mismo error.
Buenas
Noches.
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