“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Ya
tenemos otro día que recordar, no ha estado mal, podríamos incluso decir que ha
sido un buen miércoles, me puedo ir a dormir con la conciencia tranquila. Aunque
claro, esto de irse a dormir con la conciencia tranquila no es fácil de interpretar,
puesto que la relación de la conciencia con la verdad y la libertad cada día es
más confusa.
Veamos,
un hombre de conciencia debería ser el que no
compra tolerancia, bienestar, éxito, reputación y reconocimiento público renunciando
a la verdad. Podríamos describir de esta forma a la persona íntegra, fiel a su
conciencia. Y claro, esto nos puede presentar un problema ya que se dice mucho
hoy en día que una conciencia privada no puede detener el progreso de la
sociedad. Eso, dicho así, suena incluso bien, pero hay que analizarlo un poco.
En primer lugar hay que tener en cuenta que todas las
conciencias son privadas. Si a veces se habla de conciencia colectiva es sólo
una metáfora, porque el juicio de la conciencia, el juicio de una razón
práctica acerca de la bondad o maldad de los actos humanos es personal e intransferible.
Es la persona quien goza de responsabilidad.
La conciencia es el lugar inviolable e íntimo, que
constituye la primera norma de moralidad para cada individuo. No la norma
última, porque la dignidad del hombre le exige buscar la verdad objetiva y
adecuarse a ella. Empresa difícil muchas veces, pero cuya renuncia va muy en
detrimento del ser humano.
Y también es verdad que ninguno puede hacer, sin más,
todo lo que cree en conciencia, puesto que puede equivocarse. Se puede dañar a
un tercero con una decisión personal y se debe poder evitar, porque perjudica a
sí mismo y a otros. Como se evita, en primer lugar, con la formación personal
porque, no hay conciencia sin una disposición a formarla e informarla.
Y aquí nos encontramos con otro problema, la libertad. La
relación que hay entre la libertad del hombre y esa ley que no creamos nosotros
pero que existe dentro de nosotros que nos impulsa a descubrir y hacer el bien
y evitar el mal, es donde reside la dignidad de la conciencia moral. Hay una
ley en el interior de cada persona -creyente o no- que podemos escuchar, es
objetiva y universal y que dejará de funcionar cuando, con nuestra propia conducta,
cerramos el oído interior. Por eso, nunca es equiparable el juicio efectuado
por una conciencia verdadera y recta con el que realiza una conciencia errónea.
Además, ésta comprometerá su dignidad cuando es voluntaria y culpablemente equivocada.
Es complicado irse a dormir con la conciencia tranquila,
y es que esto incluiría los aspectos éticos de cada cuestión, puesto que no se
puede utilizar alegremente todo lo que se sabe de técnica, arte o ciencia. Hay
que pensarlo bien.
Supongo que ahora muchos de los que están leyendo estas líneas
estarán pensando que todo esto que he escrito es poco moderno, que pertenece a
una época ya superada. He encontrado en un escrito de Louis de Wohl una reflexión
interesante para aclarar lo que es nuestra conciencia: Reflexionemos sobre ello. Un hombre camina solitario por la calle de noche
y oye un grito de auxilio.
C (el instinto de conservación) dice: «¡No vayas, te
pondrás en peligro!»
G (el instinto gregario) dice: «¡Tienes que ir, un miembro
del rebaño necesita tu ayuda!»
C advierte: «¡Para ti tú eres el primero!»
G advierte a su vez: «¡Es cierto, pero si no vas te
desacreditarás ante la grey, te señalarán con el dedo, te rechazarán, quedarás
marcado!»
C «¡Imbécil! Pero si está oscuro, nadie te ve y nadie sabe
que pasas casualmente por aquí. Vete a casa y todo estará en orden!»
Y como
el instinto de conservación es en definitiva el instinto más fuerte y en pura
lógica tiene razón, nuestro hombre le sigue y se va a su casa. Ahora debería
felicitarse a sí mismo por haberlo hecho tan bien y acertadamente. Su posición
en el rebaño no se ha debilitado y a pesar de ello ha podido escapar del
peligro. En cambio, lo que sucede es que no puede ni mirarse al espejo. Está
furioso consigo mismo. Sufre. ¿Por qué? Porque sí hay alguien que sabe cómo ha
actuado. El mismo lo sabe; y él no sólo tiene instinto de conservación e
instinto gregario, si no además otra cosa, un juez incorruptible, la
conciencia.
Y hay
otro más que lo sabe. Conciencia no es lo mismo que ciencia. Conscientia se
dice en latín: consabiduría, complicidad. Y el cómplice esta ahí.”
Buenas Noches.
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