miércoles, 25 de enero de 2023

¡Todo incluido!

 “Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).

A pesar de que nos encontramos en el “crudo” invierno, procuro salir en bicicleta algún día de la semana, sobre todo para no perder la costumbre de estar pedaleando varias horas. También espero realizar alguna excursión de un día completo, así como estoy buscando alguna salida de fin de semana.

Solemos pasar por alto que todas esas pequeñas excursiones siguen siendo viajes, y que no por ser más cortos son menos intensos, pues en realidad cada día de pedaleo, aunque lo situemos dentro de un viaje es un viaje en sí mismo. Reúne todas las condiciones y características para serlo.  

Durante un viaje muchas veces no nos damos cuenta de que cada día es un viaje que se nos ofrece gratis, como ese tan conocido reclamo del “todo incluido”, donde se nos garantiza que no has de pagar nada, que todo lo que disfrutes será gratuito. Nos demos cuenta o no, algo parecido nos pasa en cada viaje de largo recorrido. Quizá sea la costumbre, y que la cotidianidad solo nos haga dar importancia a todo el conjunto de días que conforman un viaje, percibimos cada día como aquello que es necesario, que está incluido, y que nos impide ser conscientes de que cada jornada puede considerarse como un viaje completo.

Cada día es un viaje con “todo incluido”, donde no hemos pagado nada ni el billete, y se nos ofrecen los mismos servicios y oportunidades que existen en ese gran viaje que estamos realizando sin que hayamos hecho nada para que así sea. Desde que nos levantamos hasta que llegamos a la noche y entramos en el saco para dormir hemos realizado las mismas acciones que se realizan en todo un viaje de largo recorrido, planificación, abastecimiento, navegación…

Solemos tener en la conciencia de la gratuidad uno de esos puntos de vista que cambian sustancialmente nuestra percepción de la vida. Y es curioso el efecto de “embotamiento” que nos producen la rutina y lo cotidiano, y que nos impide ser conscientes de este carácter gratuito de gran parte de todo lo que nos rodea. No es obligado que nos presten ayuda cuando más la necesitamos, ni es “por qué sí” el contar con el apoyo de nuestra gente para poder viajar. No es ley de vida el tener una familia con la que podamos contar, ni lógico el abanico de diferentes experiencias que me va ofreciendo la vida. Nadie me debe nada, no lo he ganado ni pagado de ninguna manera… ¡pero todo está ahí! La naturaleza y su belleza, la vida y su misterioso acontecer, las relaciones personales y su viveza, el amor y su alegría.

Nos demos cuenta o no, todo está ahí, y de una u otra manera, algo se nos da… ahí está la gracia, nunca mejor dicho. Podría decir que estamos hechos para vivir agradecidos. Ser consciente de esto supone vivir, no solo cada día de un viaje sino cada día de nuestra vida como nuevo, a estrenar, como un regalo y una oportunidad. Esto nos lleva a que nuestras relaciones con las personas y con nuestras expectativas las veamos con unas posibilidades abiertas: no cabe hacer cambalaches ni pedir nada a cambio, sino dar gratis lo que me han dado, sin reglas que cumplir ni hacer cuentas que nos cuadren, supone aprender a recibir y a entregar e intentar darnos cuenta de ello.

No se trata de dejarse llevar, sino ser consciente de todo, disfrutando agradecido de lo bueno que me voy encontrando.  

Así, la manera más autentica y plena de vivir un viaje se funda en el agradecimiento por cada etapa. Por eso se ha de mantener el sentido de la gratuidad de la vida siempre despierto, separado en lo que se pueda de lo cotidiano y redescubrir la alegría en lo que nos es dado.

Es de bien nacidos ser agradecidos.

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