¡¡¡Buenos días!!!
Vuelvo a donde lo deje hace días y, tengo que
decir que, aunque nunca he salido de Europa, intuyo por los medios que tengo a
mi alcance que Europa está presente en una gran parte del mundo. Puedo adivinar
que en muchos de los pequeños pueblos esparcidos por el mundo de los cuales ni
siquiera encontráis el nombre en el mapa se habla o se piensa de Europa.
Repito que
Europa está presente en cada uno de estos pueblos porque ha sido siempre para
ellos la hija mayor de la Iglesia o la Emancipadora del género humano, a elegir
entre una u otra según se prefiera. Sí, sí, encontraréis esto un poco a cuento,
pero es así, ¿qué queréis que os diga?
Probablemente
estas personas se sienten heridas en el más profundo de su ser al ver lo que
nos está pasando en Ucrania, y no han comprendido ninguna de nuestras excusas,
estoy seguro. Sí, tengo que decíroslo. Es necesario que lo sepáis. Haríamos
bien de repetirles que ellos, en nuestro lugar, habrían hecho lo mismo, pero
ellos no tienen por costumbre ponerse en nuestro lugar. Nunca se han puesto en
el lugar de un pueblo que cuenta con gran número de santos y héroes, en el
lugar de la Europa de Carlomango, de San Lluís, de Juana de Arco, del Grand
Emperador, de Santo Tomas... nunca se atrevieron.
Sí, gran parte del mundo está asistiendo de lejos el hundimiento de Europa. Empiezan a no creer a Europa, pero creen todavía en nosotros y no desean nada más que depositar sobre nosotros esa fe que, por otro lado, no han entregado nunca total y confiadamente a Europa.
Efectivamente, durante años y años nuestros rivales en Europa se esforzaban a
presentarnos como un pueblo decaído, que andaba lentamente y como a disgusto
por la vía del progreso, y ese progreso tan enaltecido acaba de deteriorarse.
Saben muy bien que ese progreso no es el nuestro, que no era el tipo de progreso
que nosotros habíamos anunciado a la humanidad, cuando en el momento más alto
de nuestro prestigio y de nuestro poder nuestro país lanzaba en el mundo su
gran mensaje de esperanza y fraternidad.
Consideran
que España no puede haber dicho todavía su última palabra. Que depende solo de
ella volverse contra un orden que es en realidad la dictadura de un progresismo
delirante, poseedores de inmensos recursos espirituales acumulados a lo largo
de siglos y con los cuales contamos todavía ahora. Dicen que este orden no es
español, que España ha intentado en vano configurar con él su libre genio,
agotándose despacio en esa lucha impotente contra sí misma; que su misión
histórica es, a partir de ahora, no solo rechazar este orden, sino pensar otro
-sí, pensar otro-, pensarlo con esa sensibilidad prodigiosa de una inteligencia
que la ha conducido siempre a ideas vivas, que la ha llevado a una verdadera
encarnación del pensamiento.
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