A quien corresponda:
La única excusa que hay para escribir esta larga
nota es que se trata de la respuesta a un reto. Cuando hace ya un tiempo escribí
algunas entradas en este blog se me hicieron algunas aclaraciones. Tal vez,
esas personas, pecaron de incautas al hacerle semejantes aclaraciones a alguien
dispuesto a escribir una larga contestación a la mínima sugerencia. En fin,
aunque esas personas han inspirado las siguientes líneas no tienen por qué
leerlas. Si lo hacen, se darán cuenta de que en mis párrafos intento ampliar nuestros
puntos en común más que mostrar nuestras diferencias…
Si algo tengo que agradecer a toda esta larga
colección de líneas es que me ha permitido repasar y repetirme cosas que ya sabía,
y que estoy seguro de que debería de repasar con más asiduidad. Y es que por
muy clara que tengas una idea siempre hay que estar repasándola.
Mirad, como ya sabéis, existe una diferencia entre
hacer una cosa justa y ser un hombre justo. Existe una diferencia entre hacer
una cosa bien y ser una buena persona. Podría seguir, pero me parece que no
hace falta.
Aclaro un poco más, un hombre que insiste en hacer no
una sino muchas buenas acciones, adquiere al final una cierta cualidad de carácter
y puede llegar a ser una buena persona. Y entonces es esa cualidad, antes que,
a sus acciones en concreto, lo que le hace ser un hombre bueno. Lo mismo sucede
con la justicia.
Si yo pensara solamente en lo que hago bien, podría
estar dando a entender varias ideas equivocadas: Podría pensar que, siempre que
hiciera lo correcto, no importara el cómo o el por qué lo hago: si lo hiciera
voluntaria o involuntariamente, alegre o disgustado, por miedo a la opinión pública
o por el hecho en sí mismo.
Pero la verdad es que las buenas acciones que ya
hago si las realizo por motivos equivocados no me ayudan a construir la
cualidad interna que me hace ser buena persona, y es esta cualidad o característica
la que importa realmente.
Puedes pensar que Dios solo quiere la simple obediencia
a un conjunto de reglas que nos ha dado, pero lo que quiere es una persona de
una determinada manera de ser, que tenga una serie de cualidades.
Y esto me lleva al siguiente punto. Mucha gente a
menudo piensa en la moral cristiana como una especie de trato en el que Dios
dice: “Si guardáis una serie de reglas os recompensaré, y si no las guardáis
haré lo contrario”, pero yo no creo que esta sea la mejor manera de verlo.
Yo prefiero decir que cada vez que tomamos una
decisión, cada vez que hacemos una elección estamos trasformando nuestra
cualidad interior de lo que somos en algo ligeramente diferente de lo que éramos
antes. Y si consideramos nuestra vida como un todo, con todas sus innumerables
elecciones y decisiones, a lo largo de toda ella estamos transformando nuestro ser
interior en una criatura buena o en una criatura mala: en una criatura que está
en armonía con Dios, con las demás criaturas y consigo misma, o en una criatura
que está en un estado de guerra con Dios, con sus congéneres y con ella misma. Cada
uno de nosotros, en cada momento, avanza hacia un estado o hacia otro.
Lo que hace la cuestión realmente interesante es
que nosotros no podemos averiguar en cada acción que realizan las personas
hacia donde se dirigen, pues nosotros solo vemos el resultado de esa decisión
no vemos en su interior que marca ha dejado, si buena o mala.
Mirad, un hombre puede estar situado en una
posición que, si sufre un ataque de rabia o de ira cause el mal a miles de
personas, y otro puede estar situado de otra posición que su ataque de rabia o
de ira solo consiga que se rían de él. Pero la marca en su alma podría ser más
o menos la misma en ambos casos. Cada uno de ellos ha sido incapaz de controlar
su rabia, y según se arrepienta o no, hará que su marca interior le dirija en
una dirección o en otra. De ahí que se nos diga que no juzguemos pues las
personas solo vemos el resultado exterior. La importancia o insignificancia de
lo que hacemos, vista desde fuera, no es lo que realmente importa.
Yo puedo ver que estás realizando una buena acción
con una persona, pero al final, no vas a ser juzgado por lo que yo he visto si
no por la marca o señal que esa acción está marcando en tu interior.
Y, a partir de aquí voy a referirme a los últimos
comentarios que se me hicieron, y no tengo más remedio que escribir que
alegremente puedo trasmitir estos conceptos a todos, sean creyentes o no, tengan
Fe o no la tengan, y creo que puedo hacer algo más que dar buen ejemplo. Y lo
voy a hacer desde el punto de vista cristiano y acerca de lo que los cristianos
llamamos la fe.
Si después del párrafo anterior veis que no hay nada
interesante ni significativo para vosotros, si tenéis la impresión de que voy a
intentar dar respuestas a unas preguntas que nunca os habéis hecho, es mejor
que lo dejéis aquí.
Por lo general los cristianos utilizamos la palabra
fe en varios sentidos. El sentido más fácil de entender es el que significa
simplemente creencia: “yo creo”, aceptar o considerar como verdad las doctrinas
del cristianismo. Pero lo que confunde a la gente es el hecho de que los
cristianos consideren a la fe en este sentido como una virtud. Como un Don.
Se preguntan: ¿cómo puede ser una virtud? ¿Qué hay
de moral o inmoral en creer o en no creer un conjunto de afirmaciones? Son
buenas preguntas. Pues se puede pensar que un hombre cuerdo acepta o rechaza
cualquier afirmación, no porque quiera o no quiera, sino porque tiene
evidencias suficientes o insuficientes. Si esa persona se equivoca acerca de la
validez o invalidez de esas evidencias, eso no significaría que era un mal
hombre, sino solo que no era muy inteligente. Y es que, si pensará que esa
evidencia era insuficiente, pero intentará obligarse a creer en ella a pesar de
todo, eso sería simplemente una estupidez.
Es así, pero lo que mucha gente no ve y no se da
cuenta pues piensa que si asumimos una vez que algo es verdad seguiremos automáticamente
considerándolo como verdad, hasta que aparezca alguna razón para reconsiderarlo.
De hecho, se asume que la mente está completamente regida por la razón. Pero
esto no es así.
Por ejemplo, yo puedo estar completamente
convencido porque mi razón me lo dice por las evidencias válidas que ha
comprobado; veo todos los días a ciclistas pasando por delante de mí y que se
puede mantener el equilibrio sobre dos ruedas. Mi razón sabe perfectamente que
el cuerpo humano puede mantener el equilibrio sobre la bicicleta. Pero la
cuestión está en si seguiré creyéndolo cuando la persona que me esté enseñando me
suelte y me deje solo encima de la bicicleta… o si dejaré súbitamente de
creerlo, me asustaré y caeré.
No ha sido la razón lo que me ha quitado mi fe en
el equilibrio: por el contrario, mi fe está basada en la razón que poseía. Han
sido mi imaginación y mis emociones las causantes de mi perdida de fe. El
enfrentamiento se ha producido entre la fe y la razón por un lado y la
imaginación por el otro.
Si pensáis un poco en lo anterior os encontrareis
con muchos ejemplos. Como el nadar o el enfrentarse a una operación y dejarlo
todo en manos del anestesista y del cirujano.
Con el cristianismo ocurre lo mismo. Yo no le pido
a nadie que acepte el cristianismo si su mejor razonamiento está contra él y si
dice que tiene las suficientes evidencias para ello. Ese no es el punto en el
que entra la fe.
Vamos a suponer que alguno de vosotros basándose en
sus evidencias decide que está a favor del cristianismo. Yo puedo decirle lo
que le pasará dentro de algunas semanas. Llegará un momento en que tenga un
problema, o se encuentre viviendo entre personas que no creen en cristianismo,
y de pronto sus sentimientos se rebelarán y empezarán a atacar su creencia, o
tal vez vea la oportunidad de ganar un poco de dinero de una manera que no es
del todo ortodoxa: un momento, de hecho, en el que sería muy conveniente que el
cristianismo no fuera verdad. Y una vez más sus deseos y aspiraciones se
rebelarán contra él.
No estoy refiriendo a momentos en lo que aparecen auténticas
razones en contra del cristianismo. Esos momentos ha de ser enfrentados y eso
es un asunto diferente. Estoy hablando de momentos en los que un simple cambio
de humor se rebela contra él.
Pues bien, la fe, en el sentido en el que utilizo
ahora esa palabra, es el arte de aferrarse a las cosas que nuestra razón ha
aceptado una vez, a pesar de nuestros cambios de ánimo. Ya que el ánimo
cambiará, os diga lo que os diga vuestra razón. Lo sé por experiencia. Esta
rebelión de los estados de ánimo contra nuestro autentico yo va a ocurrir de
todas maneras. Y precisamente por eso la fe es una virtud tan necesaria.
Pero claro para que esto suceda primero tendremos
que reconocer el hecho de que nuestros estados de ánimo cambian y de que, si
hemos aceptado el cristianismo, algunas de sus principales doctrinas van a ser
deliberadamente puestas en duda a nuestras mentes todos los días. Y tendremos
que recordarnos continuamente aquello en lo que creemos. Ni el cristianismo ni
ninguna otra creencia permanecerá automáticamente viva en nuestra mente, hay que
alimentarla.
Voy terminando, hay ciertas cosas en el
cristianismo que pueden ser comprendidas desde fuera, antes de ser cristiano.
Pero hay muchísimas otras que no pueden ser comprendidas hasta que no se lleve
caminando por este camino cristiano durante algún tiempo. Son cosas sencillamente
prácticas, aunque no lo parecen. Son instrucciones para tratar con diferentes problemas
y obstáculos, y que no tienen sentido hasta que no hemos llegado a ellos.
Cada vez que me he encontrado con algún escrito
cristiano o con una afirmación que no he comprendido, he llegado a la
conclusión de que no debo preocuparme. La dejo reposar. Y siempre ha llegado el
día, en que súbitamente me he dado cuenta de lo que significaba, y tengo
algunas en que ese momento aún no ha llegado.
Se que ha sido largo, pero no se reducirlo más y
también se que hay muchas cosas por aclarar, y eso es lo que lo hace más
interesante, pues el cristianismo no es la solución para todos los problemas
pero creo que es la herramienta que nos permite afrontarlos con una cierta garantía.