viernes, 20 de julio de 2018

Viernes 20 de julio de 2018.

“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien)


Otra noche calurosa aunque ahora parece que refresca un poco, es verdad que esta humedad tan alta será la culpable que en el momento en que me ponga a entrenar el sofoco sea asfixiante.
Anoche charlando sobre las nuevas leyes que se piensan aprobar en el Congreso cambiábamos opiniones sobre la autoridad moral que pueda poseer el Parlamento.
Yo, mantenía que el Parlamento posee la más alta autoridad jurídica, mas no moral, así como que el Tribunal Constitucional posee la última palabra en lo que se refiere a la constitucionalidad de las leyes y las decisiones políticas, pero no en la moral. Por lo tanto, si argumento en contra de la bondad moral de una ley o de una decisión legítima de los tribunales no socavo los cimientos de la democracia.
Y es que hay que saber y diferenciar, una cosa es el poder político y otra la autoridad moral. Ni coinciden necesariamente, ni suelen coincidir. Casi es imposible que lo hagan. Ninguna constitución ni ninguna ley determinan lo que está bien o mal en el orden moral.
Uno de los más alarmantes síntomas de los problemas de moral que padecemos es la inaceptable e inmoral pretensión de someter la moral al derecho, de reducir el ámbito de la moral a lo que establece el derecho. Y esto amigos míos es puro totalitarismo.
Una cosa es que haya que acatar y cumplir -salvo que un deber superior lo impida- el derecho emanado de una autoridad legítima -muchas veces incluso de la que no lo es-, y otra que haya que reverenciarlo como expresión de la moral.
Por lo demás, pocas cosas hay tan democráticas como criticar a los poderosos, incluidos, por supuesto, el Gobierno, la mayoría parlamentaria y el Tribunal Constitucional. Desde luego, existen instancias morales por encima de las instituciones representativas. No hay, por lo tanto, ley ni institución democrática sobre la que no pueda recaer la crítica moral.
Cuando personas tan inteligentes y con acceso a tantos medios de comunicación no paran de incurrir en tantos errores y falsedades de este tipo me resulta difícil creer que lo hagan con buena voluntad. Cuando el extravío intelectual y moral es tan grave produciría risa si no se tratara de personas cuyas opiniones tienen una gran difusión (lo que no es lo mismo que sean las más influyentes, las más fiables o las más valiosas). Entonces la risa se transforma en tristeza.

Feliz y Dulce Día.

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