“¿Puedes devolver la vida? Entonces no te apresures a dispensar la
muerte, pues ni el más sabio conoce el fin de todos los caminos.” (J.R.R. Tolkien)
Vamos a dejar por unos días la
política y encaminémonos hacia otros derroteros, que todo es necesario, aunque
hay quien sostiene que todo en la vida es política.
Anoche estábamos comentando
algunas frases que en sí mismas concentran una enorme densidad de significado, como
el «pienso, luego existo» de Descartes o el «yo soy yo y mi circunstancias» de
Ortega. Me hicieron pensar y ahora delante del ordenador, voy a tratar de dar
forma resumida a mi pensamiento y compartirlo.
Generalmente cuando observamos
el mundo que nos rodea lo hacemos mirando hacia fuera y nunca nos cuestionamos
a nosotros mismos, pero si me pregunto por ejemplo: “¿De qué modo soy yo mismo?”
me doy cuenta de que mi “ser yo” es lo más obvio y que el mundo que conozco, mi
mundo, está construido desde él, es decir en cierta manera me he recibido.
Vamos a reflexionar un poco, hubo
un tiempo en que yo no era y en el principio de mi existencia esencial no hay
una decisión mía de ser, sino que hubo una iniciativa de alguien que me ha dado
a mí. El acto por el que fui engendrado, amoroso o casual, no es suficiente
para dar razón de mi existir, de mi ser esta persona concreta, que deviene en
el tiempo pero trata de conservar su propio ser.
Aceptar mi yo, como dado, como
recibido, es reconocer los propios límites, pero no desperdiciar todas y cada
una de las cualidades recibidas. Mucha gente desperdicia su vida queriendo ser
otro del que es. Mucha gente intenta explicar su vida como mero acontecer de la
naturaleza o de la biología, igualándose a los otros seres vivos, aunque solo
el hombre, radicalmente distinto al animal, puede cuestionarse a sí mismo y
tener conciencia de su muerte.
Pensándolo bien tal vez ante
preguntas como: ¿quién soy yo? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Por qué amo, odio,
sufro, gozo, espero? ¿Por qué distingo entre el mal y el bien? Sea más fácil hablar
de política.
Feliz y Dulce Día.
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