sábado, 17 de marzo de 2018

Sábado 17 de Marzo de 2018.


Sábado 17 de Marzo de 2018.
“En un mundo superior las cosas no acaecen así, pero acá abajo, vivir es cambiar y ser perfecto es haber cambiado frecuentemente”. J.H.N. 
Parece que vuelve a hacer un poco de fresco, ahora en mi balcón unos preocupantes 12,3 grados lo que hace que no me fíe mucho de este día.
Sin duda el tema de hoy debería ser lo que ha sucedido en el barrio madrileño de Lavapiés, pero no el tema de la inmigración ilegal que también merecería un Buenos Días, sino el comportamiento de algunos concejales que gobiernan Madrid y sus declaraciones.
Vamos a ver, si me paro en un semáforo en rojo o procuro pagar mis impuestos puede ser a causa de que tengo una conciencia cívica adecuada, pero, en última instancia, si mi flaca condición humana cede a la tentación o se inclina al mal, quien me convence de verdad es la posible multa o la sanción.
No está el policía o el inspector de hacienda tras de mí, pero su “posibilidad” (violencia latente o virtual, que en un momento dado puede hacerse efectiva) me convence. Este sencillo ejemplo quiere decir que no hay orden social, sistema político, organización del Estado, sin violencia (real o posible).
Y aquí, por supuesto, el sistema democrático no es una excepción.
Como es posible que estas normas básicas de lo que es una democracia no las acepten hoy en día muchos de nuestros gobernantes, porque los concejales aunque sean de un barrio de Madrid son nuestros gobernantes.
Se equivocan quienes identifican lo democrático con la antítesis de lo violento. Se habla con frecuencia de “procedimientos democráticos”, para oponerlos  a los procedimientos que suponen brutalidad y/o arbitrariedad.
El error parte del olvido de que la contradicción entre dos principios racionales democrático /no democrático pertenece al ámbito político y la oposición violento/pacífico (que no pacifista, que también es un concepto político) es de índole moral.
La democracia no es lo contrario de la violencia, de la inmoralidad de la mentira; no es una especie de super-valor, un valor de valores. Por eso no tiene mucho sentido que se sienta “vergüenza democrática” ante no sé qué hecho; o que sea frecuente oír expresiones como “decencia democrática” o “higiene democrática”.
Todo esto está bien como retórica y es muy políticamente correcto, pero la verdad es que la democracia, como cualquier otra organización del Estado es inseparable de la violencia. Una violencia que tiene una amplia y diversa gama de realizaciones: desde una pequeña multa a una estancia en la cárcel.  
Los demócratas debemos reconocer que no hay orden sin la aplicación de medios que nos obliguen a utilizar la violencia, aunque (por desgracia) pueda haber violencia sin orden.
Feliz y Dulce Día.

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