Sábado 31 de Marzo de 2018.
¡Buenos días! Dijo Bilbo. ¿Qué quieres decir? Preguntó Gandalf, ¿Me
deseas un buen día, o quieres decir que es un buen día, lo quiera yo o no; o
que hoy te sientes bien; o que es un día en que conviene ser bueno? -Todo eso a
la vez- dijo Bilbo. (El Hobbit, J.R.R. Tolkien)
Ayer tuve el tiempo suficiente
para terminar de leer el libro, “En Noruega” de León Lasa, y me acorde que
algunas veces después terminar algún libro siento una especie de pena al darme
cuenta de la gran cantidad de personas que no pillan un libro ni para usarlo de
apoyo.
Por cierto hace frío, 12,3
grados, se nos escapa la primavera, aunque confío en nuestro sol para calentar
un poco el día. Creo que ya lo he hecho alguna vez, comparar el placer de la lectura
con el del montañismo. Los que nos gusta recorrer las montañas en más de alguna
ocasión nos hemos visto obligados a decir algo parecido a: “Y pensar que ahí
abajo hay millones de personas que no conocen esto…” y esto lo decimos cuando
estamos maravillados con la belleza que, gratuitamente, se nos muestra en medio
de un silencio maravilloso.
A los que nos gusta leer nos
pasa lo mismo, con muchísima frecuencia, cuando terminamos un libro: “Esto lo
tiene que leer Fulanito o Menganita”. Con emoción, con un deseo de transmitir
un tesoro maravilloso que está ahí, al alcance de la mano. Por eso podemos
llegar a tener fama de pesados, porque no podemos dejar de transmitir la
maravilla, tan a mano para todos.
Yo, por mi parte, sé que me
pongo a veces un poco pesado con la recomendación de libros, aunque es verdad
que no por los medios digitales, porque me da mucha pena que los que me rodean
no conozcan toda la riqueza que tenemos a nuestro alcance.
La comparación con el
montañismo va más allá que el simple gozo, maravilloso, de llegar hasta el
final. Sirve también para tener en cuenta que, en ambos casos, hace falta
entrenamiento. Si a un entusiasta le da, de pronto, por acompañarme para
practicar senderismo, sin más, a subirse cualquiera de las montañas del entorno,
seguramente se acordará de mí durante semanas, porque lo pasará mal. Agujetas,
heridas producidas por las botas, nuevas, sin estrenar, etc. Puede llegar a realizar
todo el recorrido, y seguramente lo valore, pero el esfuerzo y las magulladuras
posteriores pueden disuadirle de volver a intentarlo.
Con la lectura puede ocurrir
lo mismo. Si queremos que una persona se aficione, pongámosle delante una novela
romántica de no muchas páginas. Eso sí, buena, de las que no se olvidan; y
luego querrá más y llegará el momento en que se enfrente sin miedo a las
grandes obras clásicas y nos agradecerán eternamente haberles llevado por ese
camino.
Y es que aconsejar a la gente
que lea, es siempre, o así debería ser, un acto de invitación a procurar las
mejores condiciones para que la realidad siempre imprevisible de ser lector sea
posible.
Aunque hoy, no os voy a
aconsejar ningún libro.
Feliz y Dulce Día.