“Podemos creer lo que queramos. Somos responsables de aquello en que elegimos
creer.” (J.H. Newman)
He podido ver en muchos de
vuestros comentarios, cuando escribía sobre democracia, que se le pide mucho a
la palabra democracia. Parece como si fuera la perfección y, por eso, siempre
estamos insatisfechos.
Por tanto, sin intentar
responder de manera ordenada a las preguntas que proponéis, sino de manera
desordenada, para que después cada uno haga sus reflexiones, creo que una
primera idea que se podría poner sobre la mesa es la siguiente: ¿Por qué le
pedimos a la palabra democracia que siempre sea tan perfecta? Queremos una
democracia perfecta. Pero, ¿por qué queremos esta perfección en la democracia?
Creo que básicamente por varias razones.
Vamos a ver, la democracia es
una forma de organizar la convivencia, que es el gran problema de la humanidad,
y de trasladar la propia vida hacia los otros, que es un tema profundamente
político. Como el tema de la convivencia no lo tenemos resuelto, recurrimos a
la democracia para ver si nos ayuda.
Otro motivo por el que también
queremos que la democracia sea perfecta es porque afecta una cuestión política,
la vida en común, y su máxima aspiración, que es que haya un gobierno de los
aspectos comunes a partir de una idea que no siempre tiene presente; y que es
que aquello que es político puede serlo por dos motivos: porque forma parte de
la vida en común o porque nos lo han impuesto como político.
En otras palabras, tenemos una
concepción aristotélico-tomista de la política (el hombre como animal político
que busca la convivencia), ante una concepción maquiavélica, que es la
dominante, que busca el poder y, en consecuencia, traslada los centros de interés
hacia los otros. Dicho de otra manera: yo mando, por tanto, yo hago que los
otros se ocupen de las cosas que a mí me interesen. Eso es político, eso es
común.
Mañana tal vez pueda
continuar, me llevo el ordenador y si hay “wifi” podré escribir algo.
Feliz y Dulce Día.
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