miércoles, 26 de septiembre de 2018

Miércoles 26 de septiembre de 2018.

 “-El amanecer no está lejos- dijo Gamelin-. Pero la luz del día no habrá de ayudarnos, me temo.
-Sin embargo, el amanecer es siempre una esperanza para el hombre- dijo Aragon.”
“El señor de los anillos”. J.R. Tolkien. 


Hoy, con una temperatura me parece a mí un poco más adecuada para estas fechas de 21,7 grados vamos a ver como se desarrolla el día.
Como todos los días he terminado, hace unos momentos, de dar un vistazo a las principales noticias de lo periódicos en su edición digital y creo que le estoy dando demasiada importancia a los grandes problemas y no suelo reflexionar lo suficiente sobre los pequeños males, los males cotidianos de mi vida y que a menudo determinan más mi conducta que todos esos grandes problemas, que muy pocas veces me afectan directamente.
Mi vida y supongo que también la vuestra está llena de pequeñas miserias: incomodidades diarias, molestias casuales, difusas descortesías, egoísmos habituales de los que están alrededor, equivocaciones sin mucho calado, debilidades diarias, nuestros propios defectos de poca monta, que nos mortifican mucho más de lo que parecería posible y, en general, la diferencia obstinada y persistente entre cómo es el mundo y cómo nos gustaría que fuera.
Como es lógico, todos estos pequeños inconvenientes que me encuentro todos los días no tienen el dramatismo y la profundidad de los grandes males, pero, por la vía de la irritación, me introducen en la queja y la impaciencia habituales. Son pequeños males crónicos que, si no estoy alerta, producen un convencimiento práctico de que, si organizara yo las cosas, el mundo iría mucho mejor.
Por lo general me quejo constantemente porque estoy convencido de las cosas no están bien hechas, porque mi vida sería mejor si no tuviera que levantarme tan temprano, si hubiera entrenado un poco más o mejor, si no me doliera constantemente alguna parte de mis piernas, si el ayuntamiento…
De alguna manera, lo que estoy haciendo al encarar la vida de esta manera es que, si yo mandara, lo haría todo mucho mejor. Por eso lo juzgo todo, me quejo de todo, me indigno por todo, porque estoy convencido de un mundo a mi manera sería perfecto. En cuanto pienso un poco sobre ello, me doy cuenta que esa actitud tan habitual y generalizada no es más que una versión camuflada y confidencial de esa vieja tentación: “Seréis como dioses”.
Me parece a mí que lo mejor seria dejar de ver esos pequeños inconvenientes que me encuentro todos los días como una molestia y empezar a verlos como una parte de mi “vida” de mi vida “real”, en darme cuenta de que precisamente todo eso que quitaría de mí vida es lo que la hace interesante y que merezca ser vivida con intensidad.

Feliz y Dulce Día.

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