lunes, 24 de septiembre de 2018

Lunes 24 de septiembre de 2018.

 “-El amanecer no está lejos- dijo Gamelin-. Pero la luz del día no habrá de ayudarnos, me temo.
-Sin embargo, el amanecer es siempre una esperanza para el hombre- dijo Aragon.”
“El señor de los anillos”. J.R. Tolkien. 


Veo por vuestros comentarios que no estáis muy convencidos de lo que os dije el sábado, vamos a ver; pero antes os diré que ahora hay una temperatura en mi balcón de 24,2 grados, el otoño empieza caluroso, pero ya se le pasará.
La pretensión de alguna de vosotras de que no sólo la veracidad, sino incluso la transparencia, tutelen siempre las relaciones humanas y la organización de la sociedad es vista a menudo con recelo por muchas personas, que suelen descalificarla como un ideal adecuado quizá para la Madre Teresa de Calcuta, pero no para quienes vivimos en una sociedad tan compleja como la nuestra. Con toda seguridad no habéis caído en la cuenta de que la transparencia no sólo no está reñida con la discreción, sino que en última instancia la exige.
Esa mezcla de transparencia y discreción se advierte, por ejemplo, en los sistemas actuales para acceder a través de Internet a nuestra cuenta bancaria: necesito que el sistema informático sea del todo transparente para mí, pero pido también a mi banco que no haga público el estado de mi cuenta corriente a otras personas, pues es cosa privada. Por el contrario, todos tenemos derecho a conocer en qué invierten los gobernantes nuestros impuestos, pues la transparencia en todos los actos de la administración pública es uno de los requisitos esenciales de una sociedad democrática.
Como veis, la transparencia en el servicio público se complementa con nuestro  legítimo derecho a nuestra privacidad.  Cuando cada año voy a hacer mi declaración de renta y en el banco me muestran todos los ingresos sobre los que se me ha practicado la retención establecida, me llevo la impresión de que Hacienda me ha hecho una radiografía sin previo aviso. Afortunadamente no se hacen públicas las declaraciones a Hacienda, pues eso sólo suscitaría envidias, agravios y rencores.
No hace falta ni es deseable que todos sepamos todo de todos.

Feliz y Dulce Día.

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