“Cuando estoy en la intimidad me digo una verdad a mí mismo: que soy un pobre desgraciado a quien Dios le tuvo mucha misericordia”. Francisco.
Día 24 del viaje a Roma. Cannes --- Peillon.
Martes 22 de abril de 2025.
Distancia: 56,5 km.
Desnivel positivo: 316 m.
Velocidad media: 14,5 km/h.
Aunque no estaba entre mis objetivos prioritarios ver al Papa Francisco en este viaje a Roma sino ganar el jubileo, no cabe duda de que su muerte va a condicionar todo lo que resta de viaje.
No se ahora como se van a desarrollar los acontecimientos en el Vaticano, pero sin duda cuando llegue a Roma todo lo relacionado con el entierro y después con el conclave va a estar todavía en marcha.
De todas formas, pensar ahora en como encontrare la ciudad es precipitado y no creo que valga la pena hacer planes al respecto.
Para mí, y supongo que para mucha más gente el Papa Francisco se ha despedido por sorpresa, sobre todo después de su aparición en el día de la Pascua.
Toda la vida humana, y por muy Papa Francisco que se sea, siempre va a transcurrir con el telón de fondo de la mortalidad en el sentido fuerte de la palabra: no ya que el hombre es “mortal” en el sentido de que puede morir, sino que tiene que morir, está obligado a hacerlo.
Uno de los hechos más graves que le está sucediendo al hombre de hoy es el querer eliminar esta cualidad de la vida humana. No es que no sepamos que vamos a morir, sino que esa verdad la desconectamos de nuestras vidas, y por lo tanto empezamos a vivir sin contar en ello, sin que la muerte intervenga en nuestra vida y así modificando un sentido que es, casualmente, el que le pertenece. Si no pensamos en la muerte estamos falseando la vida, tenemos una ilusión en el sentido negativo de la palabra, un gran engaño, es el de una vida que intenta ignorar la muerte y no contar con ella más que negativamente, como un mero “final” o acabamiento.
La vida humana se nutre de ilusiones, por lo general pequeñas, menudas, a las cuales se suele dar poca importancia. Creo que sin ellas la vida decae, se convierte en un tedioso aburrimiento. Lo importante es que estas ilusiones sean reiterativas, con periodicidad más o menos rigurosa o frecuente. Pensamos en el café de cada mañana con los amigos. Esperamos con que va a volver cada día. Y ello mitiga la amenaza de la mortalidad. Lo que hacemos todos los días, parece que lo vamos a poder seguir haciendo todos los días, es decir, siempre.
¿Nos estamos engañando? No, porque sabemos que no será “siempre”; pero contar con que será mañana nos calma la angustia y nos permite gozar de cada día, vivir con cierta apacibilidad.
Y no solo esto. Esa conciencia de la mortalidad, mitigada por el día a día, da mayor valor a cada día. Si el hombre es mortal, cada día es único, y las ilusiones que en él brotan alcanzan más fuerza y valor, lo que las hace atractivas.
Lo que me parece evidente es que el Papa Francisco ya ha abandonado las ilusiones cotidianas y estará con las ilusiones del otro lado, las que son para siempre.
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