“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”. (G. K. Chesterton)
Día 22 del viaje a Roma. Basse-sur --- Roquebrune.
Domingo 20 de abril de 2025.
Distancia: 61 km.
Desnivel positivo: 477 m.
Velocidad media: 15,2 km/h.
Un día más por el interior de la Provenza paseando por sus carreteras y caminos. La tranquilidad del día me ha permitido como tantas veces preguntarme y buscar una respuesta.
Y hoy, viendo cómo se está poniendo Europa con esa idea de rearmarse me he preguntado: ¿De qué le sirve a Europa rearmarse, si nadie va a usar las armas?
Una de las cuestiones que hace tiempo me llama la atención es la pérdida de identidad que está sufriendo Europa. Siempre he pensado que el día que a mi cuerpo se le escape el alma pasaré a ser un cadáver. Si me olvido de mi dimensión espiritual, que soy cuerpo y alma voy a dejar de ser un ser humano. Pensando de esta forma resulta que todo empeño de borrar toda huella y vestigio de espiritualidad me va a resultar peligroso. Pues lo mismo creo que les sucede a las naciones, a Europa, que, sin alma ni principios, ni ética, ni moral, se convierten en una tierra yerma en la que desaparecerá la vida y las ganas de vivir.
Según lo veo yo, el mayor enemigo de Europa no es Rusia, ni China, ni el mundo entero; es ella misma, cuando olvida de quien es, cuando pierde su alma, el espíritu.
La verdad es que lo propio de la tradición europea no es una idea cerrada, ni una identidad que ha conquistado sus valores de una vez para siempre. Lo propio de la verdadera cultura occidental es apropiarse de lo ajeno, ir detrás de la verdad que hay en todas las culturas. Lo propio del europeo es la apertura.
Nunca ha sido Europa un espacio cultural definido establecido, ser europeo es saber acudir a todas las fuentes que estaban y están fuera de Europa. La fuerza de nuestra identidad cultural ha sido la fuerza de quien sabía hacerse con todo lo bueno y verdadero que encontraba a su paso, de quien sabía aprovecharse hasta de lo más oscuro. Siempre nos hemos movido de forma dinámica entre el mundo clásico y la barbarie.
Los europeos hemos construido puentes cuando hemos tenido la certeza de que los otros eran una oportunidad para ser más nosotros mismos. Si nos sentimos inseguros no es porque nos amenacen, no es porque Rusia o China o quien sea amenacen lo que es nuestro. Si nos sentimos inseguros es porque lo nuestro está cada vez más ocupado por un gran vacío. Los aranceles americanos por ejemplo no nos hacen más débiles, sacan a la luz nuestra debilidad.
Es verdad que la invasión de Ucrania nos ha despertado. Nos hemos dado cuenta de que las reglas de juego en el tablero mundial no tienen ya nada que ver con el multilateralismo y la cooperación. Delante de nosotros tenemos la Rusia de Putin y la China de Xi Jin Ping. Vivimos en un mundo mucho más inseguro y la amenaza de agresión a través de guerras convencionales o guerras híbridas (desinformación, desestabilización de procesos electorales, agresiones tecnológicas) no se puede ignorar. El reto de la seguridad plantea la necesidad de aumentar el gasto en defensa, la integración entre los diferentes ejércitos, la posibilidad de desarrollar un ejército europeo. Pero lo que está sucediendo en Ucrania deja claro que el factor humano es lo esencial. No se puede construir un sistema de defensa sin europeos que se rebelen ante la injusticia, que no estén dispuestos a realizar importantes sacrificios para no perder su libertad. Los ucranianos desde febrero de 2022 nos están enseñando que hace falta dinero, hace falta munición. Pero, sobre todo, hace falta tener viva la fuerza que da el deseo de ser libre.
La amenaza no es solo externa. La epidemia antiliberal llegado a Europa. Por ejemplo, casi un 30 por ciento de los italianos preferirían un líder fuerte que no estuviera sometido a las reglas de la separación de poderes y del sufragio popular. En España y en Francia estamos en porcentajes del 20 por ciento. El valor de la democracia ha dejado de ser una evidencia. Y en esta circunstancia es inútil, como algunos proponen, una estrategia para “blindarnos” de la cultura asiática. La democracia no es un espacio que se pueda defender solo luchando contra la corrupción, fortaleciendo las instituciones y con asignaturas de “buena ciudadanía”. Es también aprecio por la libertad. La democracia es un proceso, una estima por la cosa común, por la conversación pública, por la deliberación, por la responsabilidad y el protagonismo en lo público que tiene que ser reconquistada continuamente.
Ser europeo, más que nunca, va de amor por la libertad, de apertura, de un yo que deja encender su núcleo incandescente, nostálgico de lo ilimitado, ante los desafíos y la atracción de lo real.
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