“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas”. (G. K. Chesterton)
Día 13 del viaje a Roma. Saint-Marie-de-Mer --- Narbona.
Distancia: 74 km.
Desnivel positivo: 384 m.
Velocidad media: 15,1 km/h.
Otro día paseando en bicicleta por la costa francesa, mucho viento, pero ha sido así todas las veces que he pasado por aquí, menos mal que las subidas son cortas, aunque son muchas y al final cansan, sobre todo con el viento lateral tirando a de frente.
Muchos lagos interiores que mezclados con el mar no me permiten saber si lo que veo es mar abierto o lagunas, la cuestión es que un paisaje que si no fuera por el viento frío y las nubes que no dejan ver el sol sería extraordinario.
Como todos los paisajes este también se debe de contemplar y, esto a veces no es sencillo. Hay que tener la capacidad en ese momento de extasiarse, admirar y concentrarse en los detalles más pequeños. Con serenidad, tranquilidad y sin prisas.
Pero claro, con un viento frío dándote por todos los lados no se puede tener todo lo anterior. Lo ideal sería seguir con mirada el movimiento de las nubes y ver ahí un baile, recibir esa belleza que nos obligaría a detenernos. Coger un poco de arena entre las manos y contemplar cómo se escurre entre los dedos.
Prestar atención al sonido que producen esos flamencos al sacar su comida de debajo del agua y darse cuenta que todo evoca perfección, armonía, frescura, colorido, bondad, belleza, misterio, equilibrio, asombro, luz, majestuosidad, plenitud, movimiento, gozo, libertad, delicadeza, llenura espiritual, abundancia, generosidad, sorpresa, renovación.
Todo eso lo debería de haber sentido y guardado en lo más profundo, y con el paso del tiempo, llegado su momento, recordarlo con satisfacción, pero no a sido así. El clima solo me ha permitido mirarlo.
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