“Todo el mundo sabe que los maestros tienen una tarea dura, y a menudo heroica, pero no es injusto para ellos recordar también que la suya es una tarea excepcionalmente feliz”. (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Esta mañana me he levantado con esa sensación
extraña de pesimismo que algunas veces se siente, y que no adivinas el motivo,
intentas, antes de poner los pies en el suelo, averiguarlo y notas algo
agradable en ese pensamiento negativo.
No me refiero a ese impulso negativo
causado por la desesperación, ni tampoco por algún trastorno sadomasoquista. Me
refiero, en esta ocasión, a una fuerza interior más atroz que, sin tener nada
que ver con la angustia ni con cualquier tipo de depresión ni problema mental
nos impulsa a desear que las cosas salgan mal, sabiendo el daño que nos puede
ocasionar y de la desgracia que traerá a nuestra vida.
Me da la impresión de que se trata del
deseo de que todo se vaya ya de una vez al “carajo” y así poder empezar de
cero. Es esto, exactamente esto, lo que me parece que me ocurre, tanto a mi
como una parte de la sociedad. No es el deseo de un mal que se esté
confundiendo con un bien, sino un desastre cuyas consecuencias ya asumimos con
una malévola impaciencia. Sólo si esto es así, puedo encontrar una explicación
a muchas de las cosas que están sucediendo a mi alrededor y que se pueden ver
cada mañana en los periódicos, hoy por ejemplo con la aceptación sin sentido de
amnistías que van a poner a nuestra democracia en manos de sus propios enemigos
y que la dejarán al borde del abismo.
Curiosamente nos encontramos relajados
sabiendo del desastre que nos espera si no nos detenemos, sin embargo, hemos
decidido aceptarlo, con el deseo de disfrutar esa experiencia de destrucción personal
y colectiva. Nuestra actuación estos meses no tiene o yo no la veo, una
finalidad clara, salvo que nos estamos dejando llevar por la sencilla razón de
que no deberíamos hacerlo. Y esto, claro está, es el motivo más descabellado;
pero, en realidad no encuentro otro. Y, es que en algunas ocasiones la
seguridad de que nos estamos equivocando es el único motivo que nos mueve a
realizarlo.
Estamos mal. Vamos a efectuar nuestro
propio “harakiri”, sabiendo perfectamente lo que nos espera después.
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