“La gente amable de todos los tiempos y lugares siente compasión por los malvados; pero solo una nueva teoría insiste en que no son malvados”. (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Me he dado cuenta estos días que está de
moda vapulear a las iglesias, ya sea la católica o la protestante, incluso a la
anglicana. Veo, que se hace esto en la mayoría de los casos pensando que así se
tiene una mentalidad abierta, y resulta, que es el único prejuicio que
intelectualmente se tolera sin ningún problema. Si se dice algo despectivo
sobre cualquier otro grupo de la sociedad se tiene que rendir cuentas por delito
de discurso de odio, en cambio mofarse de la iglesia no trae ninguna
consecuencia.
Yo como católico me hago una pregunta;
¿Cuál debe ser mi respuesta? ¿Cuál es la respuesta correcta? Pues bien, le he
estado dando algunas vueltas al tema y, aunque algunas veces me siento ofendido
no debería preocuparme, no debería sentirme amenazado.
Y ahora, debería de dar alguna explicación
del ¿Por qué no debería sentirme ofendido?
Tengo que decir que en muchas ocasiones tener
alguna crítica es bueno y a veces muy útil. A decir verdad, los católicos
tenemos muchos fallos y nuestros críticos se alimentan de ellos y podemos
agradecerles que nos los muestren, aunque a veces lo hagan en demasía. Para mí,
la crítica hecha a la iglesia está obligándome a ser más reflexivo y concienzudo.
Por cierto, he visto y vivido épocas en que la Iglesia Católica gozaba de una
situación de privilegio y para mí no ha sido bueno para la iglesia. Tengo la
opinión que los cristianos nos movemos mejor en un tiempo de postergación que
en uno de privilegio. Además, en nuestra reacción hay algunas cosas importantes
que debemos tener en cuenta.
Ante la tendencia anticlerical de este
momento tengo que prestar atención a no reaccionar impropiamente porque me puede
llevar a ponerme a la ultradefensiva y situarme en una malsana posición en
contra de la cultura dominante, y no creo que ese sea el lugar donde un
cristiano debe estar. Creo que nuestro lugar es asimilar la crítica, aunque nos
duela, y pedir perdón, pero no caer en la tentación de estar a la defensiva.
¿Por qué no defenderse airadamente? Lo tengo claro, porque somos lo
suficientemente fuertes para no hacerlo.
Puedo oponerme sin tener que volverme
duro ni defensivo. Por mucho que esté de moda criticar a la iglesia, no va a
caer ni a desaparecer dentro de un momento. Hay muchos cristianos en el mundo
con una tradición de dos mil años, tenemos entre nosotros una escritura que es
acogida por todos, una doctrina que nos guía y entre nosotros existen grandes
instituciones centenarias que están arraigadas en las raíces de la cultura y tecnología
occidental. No vamos a ser como una caña que es golpeada por el viento a punto
de romperse. Somos fuertes y estables, y además estamos bendecidos por Dios, y
por este motivo estoy obligado a ajustar mi madurez y comprensión.
Teniendo en cuenta todo esto, creo que
es justo decir que puedo asimilar un buen grado de crítica sin temor a perder mi
identidad. Además, no debo dejar que esta crítica, en primer lugar, me haga
perder de vista la razón por la que existe la iglesia. Hay que recordar ese
motivo. Nuestra iglesia existe no por su propia causa ni por asegurar su propia
supervivencia, sino por la causa del mundo.
Veamos, si aclaro esto último pues se suele
olvidar con facilidad y perder de vista lo que nos pide el evangelio. Voy a
poner dos ejemplos, si me preguntan ahora ¿cuál es la principal tarea que está
afrontando la iglesia hoy?, yo podría responder: “La necesidad de intentar
salvar este planeta” o también; ¿Defender la fe”, ¿Qué respuesta se acerca más
al evangelio?
Según mi opinión y estoy seguro de que
muchos católicos pensarán en la contraria y, precisamente por estas cosas es
por las que ser católico obliga a estar siempre razonando y pensando para estar
no en el punto medio entre dos posiciones sino estar en el punto es que se
mantenga un equilibrio entre ellas. Según mi humilde opinión la primera
respuesta está más cerca del evangelio. La iglesia existe para salvar al mundo,
no por su propia causa.
Dios no perdonó a su propio Hijo, sino
que lo dio como salvación para todos, como Pan que constituye el alimento para
tener la vida. Nos lo recuerda Jesús; "El pan que yo daré es mi carne,
para la vida del mundo" (Jn 6,51) Creo tener algo de razón si
digo que lo que nos está diciendo es que la tarea primera de la iglesia no es
defenderse, ni asegurar su continuidad, ni protegerse de ser aplastada por el
mundo.
La iglesia está llamada a entregarse
como comida por el mundo y, como todos los cuerpos vivientes, a veces necesita
protegerse, pero nunca a costa de perder su verdadera razón de estar aquí.
Hay algo dentro de los Evangelios que de
alguna manera me lleva a asimilar las críticas, aunque sean injustas sin tener
que saltar para defenderme de ellas, lo veo por ejemplo en el tan conocido:”
Perdónalos, porque no saben lo que hacen”.
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