“Un hombre no está realmente convencido de una teoría filosófica cuando encuentra que algo la prueba. Está realmente convencido cuando descubre que todo la prueba” (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Me
acosté anoche con las noticias del encendido de las luces de Navidad en
numerosas ciudades, y como ya va siendo habitual cada año se hace con más
antelación, pero no es esto lo que me ha hecho recapacitar sobre la Navidad que
vendrá.
Yo no sé a vosotros, pero a mí me parece
que el sentimiento de aversión a la Navidad ya no es algo raro ni excéntrico,
sino que me encuentro cada día con más personas que manifiestan lo poco que les
gusta la Navidad.
Estoy seguro de que a partir de estos días
me encontraré con personas que para llevar mejor ese trauma que les va a causar
la Navidad se dedicaran a escribir artículos sarcásticos o historias con una
especie de terror gótico. Otras personas, directamente, van a desconectar de
todo y se aislaran. Habrá también personas que pensarán más sobre el tema y
buscarán palabras para explicar lo que ocurre y nos dirán que no tienen nada
que celebrar y que, si ya antes tenían sus dudas sobre la existencia de lo
eterno, ahora ya saben directamente que Dios no existe pues no ven por ninguna
parte la buena mano de un ser bueno. Qué están sucediendo y han sucedido
demasiadas cosas tristes, malas, dolorosas, guerras, epidemias y… Y que, antes
de continuar viviendo con las dudas y cierta inestabilidad que les genera creer
en Dios deciden descartar cualquier posibilidad de consuelo.
Hablé el año durante las navidades con amigos
que fueron muy sinceros y me dijeron: he perdido la fe y con el paso de los
años he llegado a la conclusión de que la vida es una tomadura de pelo. No han
encontrado un Dios que les sirva.
Estos amigos, con esa necesidad que da
el paso de los años y movidos por esa postura de no perder el tiempo en razonamientos
sentimentales y retóricos, me han dicho: “no comprendemos cómo puedes vivir una
vida tan idealista”. La clave de esto la encuentro en que lo que ellos
consideran como un exceso de idealismo para mi es el don de la fe.
Y claro, ante esto no tengo más remedio
que detenerme a reflexionar e intentar llegar, con la misma sinceridad, a
ciertas conclusiones. Me doy cuenta de que vivir en un lugar que no tiene un
sentido, darle importancia a unas cosas que no significan nada, basar nuestra
vida en algo a lo que continuamente hay que ir aportándole un relato para que
tenga cierto sentido debe ser, cuanto menos, muy cansado. Y claro, es
comprensible que celebrar el nacimiento de un Dios en el que no se cree hace
que cada símbolo de fiesta se vea con incomodidad: como las visitas familiares,
regalos, comidas, belenes, villancicos…
Me imagino que debe ser como disfrutar
de un espectáculo del que solo oyes los aplausos, a los que te sumas por seguir
la corriente de los que te rodean.
Vivir en un tiempo, aunque solo sea por
unos días, cuyo sentido salvador no me salva de nada debe de ser agotador. Es
como una especie de broma irónica de la que ya no nos apetece formar parte. A
todo esto, tengo que añadir la necesidad de ser obligatoriamente felices por
Navidad, de parecer felices cueste lo que cueste. Lo que lleva muchas veces a
una huida hacia adelante en busca de una alegría de última hora. Lo que añade más
frustración a esa frustración mal resuelta.
Y, aquí estoy yo, que después de haber reflexionado
sobre las razones de mis amigos debo hacerme a mí mismo el favor de ser honesto
y disfrutar de mi verdad. Como no voy a vivir con intensidad esos días si tengo
mi nacimiento como un regalo, como no voy a experimentar todo lo que significa el
nacimiento de Dios, que se hace a sí mismo el regalo que me ya me ha hecho a
mí. Por más insignificante que pueda parecer este hecho cambia drásticamente mi
forma de estar en el mundo y de interpretarlo.
Algo insignificante puede cambiarlo todo,
un niño nace y lo cambia todo, y es que en Belén nació el “hombre nuevo”. Por
ello no es una metáfora decir que “todos nacimos en Belén”. Desde ese día la vida
humana ya no es una triste aventura llena de incertidumbres, sino de profunda
esperanza.
Por eso ese malestar de algunas personas
en Navidad me hace pensar que la tristeza en realidad no existe; es simplemente
una falta de alegría. Y ya sabemos bien que las ausencias nos indican una
presencia. Tenemos nostalgia de una felicidad que sabemos en nuestro interior
que poseemos, y esto lleva a decir que toda nostalgia se refiere al futuro,
tenemos nostalgia de algo que deseamos para el futuro.
Y amigos míos, el futuro existe en la
medida que se acepta, en la medida que se recibe. Pero no deja de existir por
el hecho de rechazarlo, lo cual es muy molesto y, honestamente, me devuelve al
mejor de los puntos posibles: si soy futuro y el futuro viene a mi encuentro,
tiene mí misma carne y habla mi idioma ¿qué más puedo pedir?
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