miércoles, 18 de octubre de 2023

¡¡¡Buenos días!!! ¿La información es poder?

 “Hay una clase de crítica que nos recuerda que hemos leído un libro y hay otra clase, mucho mejor, que nos convence de que nunca lo hemos leído”. (G. K. Chesterton) 

¡¡¡Buenos días!!!

Desde siempre hemos sabido que la información es poder, no solo la información que es verdadera sino también la falsa. Lo que nos está sucediendo ahora es que tenemos una ingente cantidad de ella y que se nos hace difícil hacernos una idea de todos los aspectos posibles para tener una opinión verdaderamente contrastada y, por lo tanto, fundada.

Y es que, si los ciudadanos no conseguimos comprender todo lo que está en juego en algunas decisiones importantes, entonces nuestra libertad de opinión y decisión pueden inclinarnos a tomar decisiones equivocadas.

Si ahora miramos con un poco de atención la información que recibimos veremos que las más abundantes, las que nos están llegando sin parar e influyendo, son las que contienen una fuerte carga emocional y que acaban por no dejarnos utilizar la razón para analizarlas. Ello nos lleva a que se cree una opinión social que se encuentra basada en las emociones, qué exacerbadas por quienes tienen la capacidad de hacerlo consiguen alcanzar los objetivos democráticos que pretenden sin que nosotros podamos analizarlas ni estudiarlas.

Un buen orador, así como una buena campaña mediática puede conseguir utilizando las emociones o provocando las en el público que se haga lo que debe, o, en el peor de los casos, que haga lo que al orador o la campaña le interesa. Gracias al uso de los tópicos, las figuras del lenguaje, y el poder de la elocuencia, un buen discurso y una buena puesta en escena puede cambiar el estado de ánimo de quienes lo escuchan y ven.

En ocasiones, todo ello conduce a que nuestras emociones respecto de una idea o de un líder o nuestras sensaciones subjetivas influyan de una forma más efectiva en la toma de nuestras decisiones que los datos y estadísticas objetivas o los hechos comprobados, llegando a ser más importantes que la verdad.

Existe en estos días un debate político en el que hay un predominio de los argumentos emocionales sobre los racionales, no es extraño encontrar mensajes que recurren a la simplificación del discurso, a la promesa de medidas políticas o sociales o la utilización de afirmaciones destinadas todas ellas a ganarse la adhesión de la población, y a discursos demagógicos, populistas o extremos. Estos sistemas son legítimos en democracia, pero problema es cuando empiezan a ser sustituidas por verdades a medias, informaciones tergiversadas e incluso falsedades que causan, todas ellas, un impacto notable en la opinión pública.

El problema aparece cuando la mentira y el engaño se convierten en un instrumento con el que influir en el proceso democrático.

La preocupación aumenta cuando las falsedades o mentiras causan un deterioro de los valores constitucionales básicos o a derechos de terceros o buscan infundir en la opinión pública el odio o rechazo hacia determinados colectivos. De hecho, entre los mensajes utilizados por determinados movimientos o líderes políticos no faltan aquellos que podríamos encuadrar dentro de lo que se conoce genéricamente como discurso del odio o de la discriminación.

Estamos viendo como esos mensajes que atribuyen falsamente a determinados colectivos la culpa de alguno de los “problemas” de una región es más que habitual en estos días. En muchas ocasiones se trata de campañas de difusión del miedo que ayudan a extender entre sectores de la población ese pensamiento acrítico e irracional del que hablábamos anteriormente y el rechazo a determinados colectivos.

La cuestión es que, muchas veces, se consigue que no podamos opinar conforme a parámetros de valores colectivos, de los valores y principios que nos hemos dado en democracia, y pasemos a construir nuestro pensamiento desde un seguidismo acrítico que repite eslóganes que faltan a la verdad y discriminan.

En una línea parecida, hemos de plantearnos qué sucede con los mensajes que se sustentan en datos falsos que incitan a la población a actuar de un determinado modo, poniendo con ello en riesgo otros valores importantes como la seguridad o la salud. Lo vimos, por ejemplo, con la proliferación de discursos negacionistas, y proselitistas, sobre la gravedad de la Covid-19 que invitaban a no hacer uso de mascarillas, la distribución masiva de mensajes falsos sobre remedios a la enfermedad o las falsedades difundidas sobre las vacunas contra el virus.

En fin, basta por hoy, voy a ver si es posible mañana aclararme un poco con el concepto de “verdad”. 

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