“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).
Día
15 de esta aventura que ya me ha llevado tal vez al punto más importante de
este viaje; Lourdes.
Este
santuario a los pies de los Pirineos es el santuario católico más visitado del
mundo. Para saber su historia existen innumerables lugares en los que poderse
informar, así que no lo voy hacer.
Había
que venir, era una cuestión personal, y
ya está cumplida.
He
pasado el día visitando todo el santuario y he tenido tiempo para pedir por la
salud de todos aquellos a lo que les falta y además he aprovechado para dar las
gracias por la forma en la que conservo la mía.
Está
aventura que comencé hace hoy hace 15
días es solo una parte de esa verdadera aventura que empezó hace 65 años
y varios meses, y es que nacer lo considero el principio de la más
extraordinaria aventura, incluso es la suprema aventura.
Para
hacer un viaje en bicicleta al igual que para vivir con paz y tranquilidad hay
que incluir la operación aritmética de restar en nuestros planes. Tenemos que
hacer como el ebanista o el escultor que quita lo que sobra para extraer la
figura, si queremos viajar plenamente debemos de aprender a simplificar.
Es
un segundo volver a nacer, y nacer de nuevo exige desechar lo que sobra. Ideas,
planes de futuro, preocupaciones, grandes dosis de narcisismo. Para vivir y
practicar cicloturismo necesitamos en resumen, desocuparnos. En el momento en
que aprendemos la invisibilidad, sabemos decir que no, damos la espalda a
nuestra agenda, experimentamos un alivio irresistible. Nos damos cuenta de que
el mundo sigue girando sin nuestro permiso. Es algo que he descubierto: no hay
mejor medicina que saberse prescindible.
El
hombre feliz es elemental, vive sobriamente. El cicloturista viaja sobriamente.
Hay que concentrarse en lo que se está haciendo sin despistarse. Hoy en día es
lo más difícil del mundo: estar presentes en lo que hacemos. La mayoría de
nuestras angustias y ansiedades se deben a que hacemos cantidad de cosas al
mismo tiempo, y casi todas innecesarias. Todo cuanto se nos ofrece a cada
instante (informaciones, canales de televisión, iPhones) multiplica nuestros
deseos y descompone nuestra atención. La cantidad nos enferma y acelera el
tiempo. Cuanto más se nos ofrece más deseamos, y cuanto más deseamos vivimos
más insatisfechos.
Ser
más lento al caminar, al viajar y no brillar en las conversaciones. Por
supuesto hablar mucho menos. No interrumpir lo que estamos haciendo con una
segunda tarea. Se trata de cultivar la atención, propiciar la intimidad, aunque
sea de un modo intermitente, y acabar con la disponibilidad perpetua a la que
nos invita el iPhone. Poner la vida en modo avión, marcharnos a un tiempo sin
cobertura.
Buenas
tardes.
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