viernes, 28 de febrero de 2025

¡¡¡Muy buenos días, amigos!!!

     ¡¡¡Muy buenos días, amigos!!!

Esta tarde tengo que ir a realizar la compra, no se trata de una labor que haga raramente sino más bien todo lo contrario pues al ir en bicicleta la cantidad de comida que tengo que comprar me “obliga” a acudir prácticamente todos los días. Me gusta y además hago ejercicio.



Una cosa que sucedería a finales del siglo pasado es que conocería perfectamente a los dependientes de esas tiendas, visito varios hipermercados, los llamaría por su nombre y ellos harían lo mismo y sin embargo ahora ya no, es verdad que a veces reconozco a alguna cajera por la calle, pero soy incapaz de ubicarla en su supermercado y mucho menos saber su nombre.

Antes esta clase de actividad tenían un componente importante de relación con los demás, es decir, hemos conocido a las personas que nos vendían las cosas que necesitamos y nos hemos relacionado con ellas en el momento de la compra. Les hemos saludado, les hemos preguntado cómo les iba y, con frecuencia, hasta se establecía una pequeña conversación.

Esta simple “relación” llegaba más lejos que el simple “buenos días” ya que con frecuencia se preguntaba por la familia, se comentaba lo último que ha pasado en el pueblo. Cuando iba a comprar una parte importante del tiempo que está haciéndolo se pasaba relacionándose con la persona que se tenía delante.

En estas situaciones, se establece una relación de confianza, en el que quien vende intenta satisfacer las necesidades de la persona que tiene delante porque la conoce, porque tiene una relación con ella que, aunque no sea my fuerte ya que no son familia ni amigos, le lleva a interesarse por ella, a querer lo mejor para esa persona. Al mismo tiempo, yo confió en el dependiente, se que el precio es el justo, que ello le permite ganarse la vida, y que me lo voy a encontrar, seguramente en las fiestas, paseando por las calles, etc.  Se que no me va a engañar porque hay una relación de confianza que va más allá de la simplemente mercantil.

Esa relación comercial tenía una parte humana importante. Al comprar y vender se le unen una relación personal con los demás. Tienen nombre y apellidos y les estamos ayudando y nos ayudan, les ayudamos a ganarse la vida de una manera decente y nos ayudan a comprar lo que realmente necesitamos para vivir bien.

Sin embargo, la manera en la que estamos organizados ahora, al menos en mi caso, nos está llevando claramente en la dirección opuesta. Desde los supermercados en los que nos autoabastecemos, en los que es difícil encontrar alguien que nos aconseje o nos ayude a decidir y en los que con frecuencia solamente nos relacionamos con la persona que está en la caja y esta intenta ir lo más rápido posible para atender al siguiente, hasta las actuales compras a distancia en las que mi relación con el producto se realiza solamente a través de internet y en la que desconozco a las personas que me venden, con las que solamente mantengo una relación telemática o las gasolineras en las que no hay personas que nos vendan la gasolina y lo hacemos todo nosotros solos, todas estas actividades económicas nos llevan a que realicemos intercambios económicos sin relacionarnos para nada con la otra parte.

Cuando la compra está deshumanizada, cuando no conocemos al vendedor, cuando es una máquina, un ordenador o una estantería, es difícil que nuestra única relación no sea otra que la de sacar el máximo beneficio para cada uno. Al suprimir la relación personal en las compras ha permitido deshumanizar la economía y que el intercambio se convierta en una no-relación, ya que las dos partes ni se conocen ni tienen contacto personal. La persona con la que realizo esa operación económica pierde toda la importancia, está disuelto en una compra o una venta en la que solo importa mi beneficio y para que este sea máximo, esa persona molesta. A una economía así solamente le importa el beneficio que obtengo gracias al intercambio que realizo.

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