“Los cuentos de hadas superan la realidad no porque nos digan que los dragones existen, sino porque nos dicen que pueden ser vencidos” (G. K. Chesterton).
Silveira --- Ferrel.
Distancia: 34,16
km. Media: 11,14 km/h. Altura: 428 m.
Como todos los
días muchos metros de subida, lo que se transforma en una media baja ya que el
viento en contra no nos deja pedalear tan cómodos.
Hoy he cambiado
en sillín de la bicicleta, pues lo que empezó ayer con un pequeño corte, esta
mañana ya se podía considerar una grieta, y ante el temor de que mañana,
domingo, estuviera partido he comprado uno en una pequeña tienda de Ferrel que
estaba abierta.
Más vale
prevenir que curar, aunque hubiese podido esperar algunos días más, pero la
ocasión que se me presento con esa tienda, pensé que no se podía dejar pasar.
Hay trenes que
nunca vuelven a pasar, oportunidades que no volverán, decisiones que luego no
se pueden revertir. Si hubiese esperado es posible que hubiera perdido unas
horas en buscar una tienda por no contar con el problema de pedalear con el
sillín roto. Y en esta corta vida no es tiempo precisamente lo que nos sobra.
“Cómo se pasa
la vida, cómo se viene la muerte tan callando", decía Jorge Manrique,
recogiendo, eso creo, una experiencia universal: la vida, la vida terrena al
menos, se escurre entre los dedos como si se tratase de agua que quisiésemos
retener.
Me habían dicho
que a los 50 se sufría una crisis. Yo no recuerdo haber padecido ninguna a esa
edad. Ya no sé si pensaré lo mismo cuando cumpla 70, si llego a cumplirlos.
Lo que más me sitúa
ante esta a ante la realidad es encontrarme con compañeros de la infancia y de
la adolescencia. Al hacerlo, tras muchos años sin verlos, me doy cuenta de cómo
han cambiado. Y supongo que ellos tendrán la misma impresión sobre mí, que yo tengo
sobre ellos.
Este proceso de
envejecimiento es, digámoslo claramente, una aproximación a la muerte. Que sí,
que puede sobrevenir al cualquier edad, pero que, mayormente, sobreviene a
ciertas edades. A las que ya, peligrosamente, uno se acerca, aunque sea un poco
de lejos de momento.
Pero este
referirse al paso del tiempo, de la brevedad de la vida, se hace más dolorosa
si uno piensa que, quizá, su vida ha sido leve hasta ahora. No se trata de
revivir el pasado que, para bien o para mal, pasado está. Se trata, más bien,
de aprovechar mejor el presente, en una especie de carpe diem no hedonista,
sino fructífero.
Aprovechar el
tiempo, ese recurso algo escaso; hacer bien lo que tengo que hacer; no dejar
para mañana lo que quizá no llegue a mañana. Y, a la vez, una cierta
reconciliación con nuestra biografía.
Estar contento
de poder ser yo. Podemos querer ser nosotros en una versión mejorada, por
expresarlo en cierta manera. Lo que no hay que perder - me parece
- es el deseo de llegar a ser lo que, en algún modo, ya somos. Pero no
del todo.
Donde el deseo
se apaga, se apaga la vida. Hay que desear siempre, sin conformarse con la
nada. Y el deseo más profundo, que no se ve descalabrado por la edad, es el
deseo de ser eternos.
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