¡¡¡Buenos días!!!
Hay,
seguro, entre vosotros algunos que me hacen el honor de leerme con más frecuencia,
y, tal vez son esos precisamente los que tienen más necesidad que les
tranquilice sobre algunas cosas.
Alguna vez
puedo parecer pesimista y otra optimista y, me gustaría aclararlo. La palabra
pesimismo no tiene para mí más sentido que la palabra optimismo, que es la
contraria generalmente. Estas dos palabras están tan vacías por el uso como la
palabra democracia, por ejemplo, que sirve ahora para todo y a todo el mundo, lo
mismo a Putin que a Sánchez.
El pesimista y el optimista coinciden a no ver
las cosas como son. El optimista es un tonto feliz, el pesimista un tonto
desgraciado. Sé que hay entre vosotros gente de muy buena fe que confunde la
esperanza con el optimismo. El optimismo es un sucedáneo de la esperanza. El
optimismo lo aprueba todo, lo sufre todo, lo cree todo, es la virtud por
excelencia del ciudadano, del cual se cree todo el que le dicen los políticos y
sobre todo sus políticos.
El
optimismo es un sucedáneo de la esperanza que se puede encontrar fácilmente en
cualquier parte, incluso, por ejemplo, en el fondo de una botella. La
esperanza, en cambio, se conquista. No se llega a la esperanza sino a través de
la verdad, haciendo grandes esfuerzos y de larga paciencia. Para encontrar la
esperanza, hay que llegar más allá de la cruda verdad.
Mirad,
cuando somos capaces de llegar al final de la noche, es cuando nos encontramos
con un nuevo amanecer. El pesimismo y el optimismo no son, en mi opinión, y lo
digo de una vez para siempre, sino las dos caras de una misma impostura, el
derecho y el revés de una misma mentira.
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