“Podemos creer lo que queramos. Somos responsables de aquello en que elegimos creer”. John Henry Newman.
No sé
si Putin es un dictador o se le puede considerar como tal, la cuestión es que
estos días me he visto en la necesidad de responderme, a buscar el motivo por
el que estoy en contra de los dictadores. Ya sé que el poder muchas veces
significa corrupción y que el poder absoluto por lo tanto significa corrupción
absoluta. Sin embargo, este motivo no lo siento como suficiente para mi
aversión.
Otras
formas de gobierno no paran de demostrarme que con frecuencia están
corrompidas, la verdad es que pienso que no existe ninguna forma de gobierno en
la que no pueda haber corrupción. A lo máximo que me atrevería a llegar es que
en una dictatura se manifiesta de un modo más extravagante que en una
democracia, aunque también se pueden encontrar bastantes ejemplos inauditos en
democracias.
No,
mi aversión pienso que esta más en el fondo. Lo que me resisto a admitir es que
el hombre que manda pretenda tener siempre razón. Lo que más me molesta es la
imposibilidad de replicar sus decisiones. Lo que me revuelve el estómago es que
no pueda ni siquiera llamarle mentiroso sin estar expuesto a ser llevado a
prisión rápidamente.
Ya sé
que ahora muchos estaréis pensando: “pues con el Papa los católicos tenéis un
problema” pero no es verdad, no existe tal dificultad. Según mi modesto
entender el Papa tiene tan sólo la pretensión de ser infalible en cuestiones de
fe y de moral, y esto sólo cuando habla ex cathedra, lo que no suele suceder
más de una vez cada cien años. En cambio, los dictadores son infalibles en
todas las cosas y en todo momento, todas sus proclamas son «ex cathedra» y se
producen a una velocidad de vértigo, unas tras otras.
Cuando
se está acostumbrado a utilizar el libre albedrío o sea cuando reflexionamos antes
de hacer una elección y nos equivocamos o no elegimos la mejor opción sabiendo
que no lo es, cuando nos comportamos como el hijo más egoísta a quien le
interesa más el chocolate que le da su madre que la propia madre, a la ni
siquiera le da las gracias. Y a pesar de todo continúa esperando pacientemente
nuestro amor. Cuando estamos acostumbrados a esto, no podemos aceptar a un
dictador pues es un concepto de “madre” pervertido. El dictador pretende ser como
una madre para todos sus ciudadanos, pero no está dispuesto a perdonarlo todo
porque no los ama. No tiene entre sus características ni facultades la magnanimidad.
Eso es lo que tengo contra él.
Buenos
días.
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