“Puedo creer lo imposible pero no lo improbable” G. K. Chesterton.
Creo
recordar que hace unas semanas ya escribí algo sobre la opinión que podemos
tener sobre algo y la verdad que debe estar presente en ella, y quería insistir
en que mi opinión debería de ser cierta y debería de tener la certeza de que
así es. Y es que, lo que está sucediendo hoy en día es que desconfiamos de todo
lo que tenga que ver con tener certeza de algo. Es como si fuésemos de
pensamiento débil y solo nos conformáramos en comprobar que es jurídicamente positivo
y si lo es ya no avanzamos más sobre el tema.
Sin
embargo, a poco que reflexionemos, resulta evidente que es absurdo no querer
tener certeza de las cosas. Veamos, cualquier investigación o discusión están
encaminadas a conocer la verdad. Pero no sólo a conocerla, sino a conocerla con
la mayor certeza posible. O sea, intentar discutir desconfiando de la certeza
es como jugar al golf haciendo todo lo posible para que la bola no entre en el
hoyo. Para eso, sería mejor no molestarse en discutir o no molestarse en ir
pegándole a la bola, según el caso.
Ya sé
que puede haber certezas que están injustificadas, pero una discusión no está
encaminada solo a destruir esas certezas, sino a sustituirlas por otras
certezas justificadas, aunque sean negativas. Lo que quiero decir es que la
certeza en el conocimiento de algo es básicamente deseable en toda discusión,
simplemente por la propia naturaleza de toda discusión. Por lo tanto, parece
que no tenga sentido criticar porque se tenga una fuerte certeza sobre lo que
se afirma. Pienso, que es sensato, de entrada, discutir si mí certeza está
justificada o no, pero es absurdo que se me critique por el mero hecho de tener
certeza, igual que sería absurdo criticar a un golfista por el simple hecho de meter
la bola en el hoyo.
Veamos,
se me critica a veces por que me niego a considerar algunas cuestiones
aisladamente y me empeño en remitirlas a otras cuestiones más profundas. Por
ejemplo, si alguien me pregunta por mi oposición al aborto, es fácil que, junto
con argumentos racionales, de otros unidos a mi fe y hable de que la vida es
sagrada, del deber de amar a los pequeños e indefensos, de la enseñanza de la
Iglesia, de la vocación a la Vida eterna, etc. Esto puede desesperar a quien
discuta conmigo, porque para convencerme de que el aborto es bueno no solo
tendría que darme directamente argumentos a favor de este, sino que también
sería necesario que me convenciera de que la Iglesia se equivoca, de que Dios
no existe, de que la vida se acaba con la muerte, etc.
Me
resulta curioso que se me critique por eso, porque, en principio, el
conocimiento racional de las cosas y, especialmente, un conocimiento que
intente ser solamente racional se tiene que basar necesariamente en el
encadenamiento de verdades. Y, especialmente, en el encadenamiento de verdades
desde las más concretas y superficiales hasta las más generales y profundas.
Ese encadenamiento es lo que llamamos lógica o razón y es la esencia del
conocimiento racional.
Analicemos
otro ejemplo. Si a cualquiera de nosotros, alguien nos dijese que a los negros
hay que lincharlos por las calles, no perderíamos ni un momento en considerar
si esa persona tiene razón o no. ¿Por qué? ¿Es que somos intolerantes y dogmáticos,
cerrados a que otros puedan tener razón? No, es algo mucho más sencillo: nuestra
opinión de que es inaceptable linchar a las personas simplemente por ser negras
no existe sola y aislada. Está ligada a nuestra acertada creencia de que
también los que tienen la piel negra son seres humanos. Y a nuestra igualmente
acertada y profunda creencia de que los seres humanos tienen ciertos derechos y
de que el Estado debe defender esos derechos. Y esto último está emparentado a
su idea fundamental de que el Estado debe estar al servicio de las personas y
no a la inversa, etc. Es decir, si algún defensor del KKK quisiera convencerme de
que hay que linchar a los negros por las calles, antes tendría que convencerme
de la falsedad de todas esas otras opiniones o creencias que tengo en relación
con el tema, más generales y profundas, porque mi rechazo al linchamiento de
las personas de color está estrechamente vinculado a ellas.
Voy
terminando, pienso que hay que tener en cuenta una última cuestión en relación
con la Verdad con mayúsculas. No es raro leer y oír que los cristianos creemos
poseer la Verdad absoluta y se nos critica por ello. Es un rumor muy extendido.
Pero es un rumor y por lo tanto poco fiable. Y, si le preguntamos a un
cristiano si posee la Verdad absoluta, lo más probable es que o se muera de
risa o nos mire como si estuviéramos locos.
Los
cristianos defendemos que Dios es la Verdad. Todos habremos oído o leído: “Yo
soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Por lo tanto, preguntar a un cristiano si
posee la Verdad absoluta es como preguntarle si posee a Dios, algo tan
evidentemente absurdo que a uno le deja sin palabras. Los cristianos no
poseemos la Verdad. Como todos los hombres, a lo más que podemos aspirar es a
conocerla y a servirla. Estamos llamados a ser servidores de la Verdad y no sus
dueños.
Si en
algo, pienso, que el cristiano se diferencia de los demás, no es en creerse
dueño de la Verdad. Al contrario, se diferencia en ser especialmente consciente
de que no puede hacer otra cosa que servirla y lo reconoce cada vez de reza.
Buenos
días.
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