sábado, 19 de marzo de 2022

Tener certeza de las cosas.

 “Puedo creer lo imposible pero no lo improbable” G. K. Chesterton.

Creo recordar que hace unas semanas ya escribí algo sobre la opinión que podemos tener sobre algo y la verdad que debe estar presente en ella, y quería insistir en que mi opinión debería de ser cierta y debería de tener la certeza de que así es. Y es que, lo que está sucediendo hoy en día es que desconfiamos de todo lo que tenga que ver con tener certeza de algo. Es como si fuésemos de pensamiento débil y solo nos conformáramos en comprobar que es jurídicamente positivo y si lo es ya no avanzamos más sobre el tema.

Sin embargo, a poco que reflexionemos, resulta evidente que es absurdo no querer tener certeza de las cosas. Veamos, cualquier investigación o discusión están encaminadas a conocer la verdad. Pero no sólo a conocerla, sino a conocerla con la mayor certeza posible. O sea, intentar discutir desconfiando de la certeza es como jugar al golf haciendo todo lo posible para que la bola no entre en el hoyo. Para eso, sería mejor no molestarse en discutir o no molestarse en ir pegándole a la bola, según el caso.

Ya sé que puede haber certezas que están injustificadas, pero una discusión no está encaminada solo a destruir esas certezas, sino a sustituirlas por otras certezas justificadas, aunque sean negativas. Lo que quiero decir es que la certeza en el conocimiento de algo es básicamente deseable en toda discusión, simplemente por la propia naturaleza de toda discusión. Por lo tanto, parece que no tenga sentido criticar porque se tenga una fuerte certeza sobre lo que se afirma. Pienso, que es sensato, de entrada, discutir si mí certeza está justificada o no, pero es absurdo que se me critique por el mero hecho de tener certeza, igual que sería absurdo criticar a un golfista por el simple hecho de meter la bola en el hoyo.  

Veamos, se me critica a veces por que me niego a considerar algunas cuestiones aisladamente y me empeño en remitirlas a otras cuestiones más profundas. Por ejemplo, si alguien me pregunta por mi oposición al aborto, es fácil que, junto con argumentos racionales, de otros unidos a mi fe y hable de que la vida es sagrada, del deber de amar a los pequeños e indefensos, de la enseñanza de la Iglesia, de la vocación a la Vida eterna, etc. Esto puede desesperar a quien discuta conmigo, porque para convencerme de que el aborto es bueno no solo tendría que darme directamente argumentos a favor de este, sino que también sería necesario que me convenciera de que la Iglesia se equivoca, de que Dios no existe, de que la vida se acaba con la muerte, etc.  

Me resulta curioso que se me critique por eso, porque, en principio, el conocimiento racional de las cosas y, especialmente, un conocimiento que intente ser solamente racional se tiene que basar necesariamente en el encadenamiento de verdades. Y, especialmente, en el encadenamiento de verdades desde las más concretas y superficiales hasta las más generales y profundas. Ese encadenamiento es lo que llamamos lógica o razón y es la esencia del conocimiento racional.

Analicemos otro ejemplo. Si a cualquiera de nosotros, alguien nos dijese que a los negros hay que lincharlos por las calles, no perderíamos ni un momento en considerar si esa persona tiene razón o no. ¿Por qué? ¿Es que somos intolerantes y dogmáticos, cerrados a que otros puedan tener razón? No, es algo mucho más sencillo: nuestra opinión de que es inaceptable linchar a las personas simplemente por ser negras no existe sola y aislada. Está ligada a nuestra acertada creencia de que también los que tienen la piel negra son seres humanos. Y a nuestra igualmente acertada y profunda creencia de que los seres humanos tienen ciertos derechos y de que el Estado debe defender esos derechos. Y esto último está emparentado a su idea fundamental de que el Estado debe estar al servicio de las personas y no a la inversa, etc. Es decir, si algún defensor del KKK quisiera convencerme de que hay que linchar a los negros por las calles, antes tendría que convencerme de la falsedad de todas esas otras opiniones o creencias que tengo en relación con el tema, más generales y profundas, porque mi rechazo al linchamiento de las personas de color está estrechamente vinculado a ellas.

 Por lo tanto, el hecho de que las opiniones sobre algunos temas concretos no sean algo aislado sino estén vinculadas a otras opiniones, experiencias, conocimientos y suposiciones de todo tipo no es algo propio, sino, simplemente, algo humano. El ser humano tiende forzosamente a integrar sus opiniones (con más o menos éxito) en una visión global que le permita convivir en armonía y coherencia. Si se trata de un cristiano, esa cosmovisión será la cristiana, que incluye la fe en Jesucristo o la creencia en Dios, si es un comunista será una cosmovisión marxista, que incluye la creencia en el materialismo dialéctico, por ejemplo. De nuevo, por lo tanto, no tiene sentido criticar por algo que es común a todos los hombres y que, en sí, es bueno y necesario: la coherencia e interrelación entre nuestras diversas opiniones, principios y creencias.

Voy terminando, pienso que hay que tener en cuenta una última cuestión en relación con la Verdad con mayúsculas. No es raro leer y oír que los cristianos creemos poseer la Verdad absoluta y se nos critica por ello. Es un rumor muy extendido. Pero es un rumor y por lo tanto poco fiable. Y, si le preguntamos a un cristiano si posee la Verdad absoluta, lo más probable es que o se muera de risa o nos mire como si estuviéramos locos.  

Los cristianos defendemos que Dios es la Verdad. Todos habremos oído o leído: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Por lo tanto, preguntar a un cristiano si posee la Verdad absoluta es como preguntarle si posee a Dios, algo tan evidentemente absurdo que a uno le deja sin palabras. Los cristianos no poseemos la Verdad. Como todos los hombres, a lo más que podemos aspirar es a conocerla y a servirla. Estamos llamados a ser servidores de la Verdad y no sus dueños.

Si en algo, pienso, que el cristiano se diferencia de los demás, no es en creerse dueño de la Verdad. Al contrario, se diferencia en ser especialmente consciente de que no puede hacer otra cosa que servirla y lo reconoce cada vez de reza.

Buenos días.

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