“Hay cosas más importantes que la paz, y una de ellas es la dignidad humana” (G. K. Chesterton).
Hablar
de la guerra siempre esta bien para recordar que existe, no solo ahora que resulta
necesario por lo que está pasando en Ucrania, sino que desde que el hombre es
hombre ha sucedido sin cesar. Nuestro compromiso para que no exista debería de
haber sido constante, no solo mostrando las que han sucedido y las que están
sucediendo sino sabiendo que en nuestras calles y pueblos puede aparecer.
Si tuviéramos
consciencia de que nosotros podríamos estar metidos en una guerra o que podríamos
incluso provocarla, no nos chocaría tanto lo que estamos viendo en las noticias,
quizá lo notemos ahora más que cuando una guerra se desarrolla en países más
lejanos.
La
cuestión es que no entendemos muy bien el compromiso de cientos de ucranianos
que se están quedando en sus ciudades para defender aquello que consideran
importante: su país, su futuro, sus familias y su manera de entender el mundo.
Esto nos choca, porque nos obliga a preguntarnos sobre lo que nosotros seríamos
capaces o no de hacer en su situación. Y es que la respuesta no es hacer un
comentario en alguna red social a favor de la paz y en contra de la guerra o
entre trago y trago de cerveza en la barra de un bar, estas respuestas no son suficientes.
En
esta parte de occidente llevamos décadas presuponiendo y diciendo que la
libertad individual es el principal valor para las personas. No paramos de
escuchar por todos lo sitios como se dice que para encontrar la felicidad
tenemos que buscar nuestra identidad personal e individual. De lo que no oímos
hablar y nadie nos comenta nada es del valor del compromiso. En especial del
comunitario.
Nadie
o casi nadie aprecia ya el valor del compromiso. Nos relacionamos con otras
personas sin embargo esas relaciones ya no se basan en cumplir aquello que
prometemos, sino en buscar aquello que nos ofrecen. Ya no preguntamos ¿qué
puedo hacer por ti? Sino que hemos cambiado la pregunta, ahora preguntamos ¿qué
puedes hacer por mí?, ya que sabemos que la primera pregunta nos obliga a coger
responsabilidades que no nos gustan a largo plazo. En cambio, con la otra
pregunta no existe compromiso, cuando ya hemos conseguido lo que queríamos, nos
vamos: “ya no me aporta nada” decimos.
Estamos
demasiado acostumbrados a ver como se comprometen las personas a realizar determinadas
cosas y como se olvidan a las pocas horas. Y es que nos da más miedo quedar mal
delante de los demás que cumplir, nos faltan grandes dosis de voluntad para
poner en marcha nuestras promesas.
Lo
hacemos constantemente, decimos, escribimos y ponemos en las redes nuestras renuncias,
los objetivos del año nuevo, el siguiente objetivo en el gimnasio… pensando que
así nos comprometemos ante los otros. Es así, todos somos un poco narcisistas. Las
ganas de ser protagonistas y de figurar nos gusta, convertimos nuestras
ilusiones y objetivos en una especie de “gran hermano”, ya que solo si otro nos
ve, nos sentimos con ganas de hacerlo.
No
estoy y no puedo negarle al compromiso el valor que tiene con los demás y con
uno mismo, incluso para el que busca figurar, pues peor sería no hacer nada.
Pero si tenemos un compromiso que tiene su precio en oro es el que nadie ve. El
que somos capaces de hacer cuando estamos solos y que nunca recibirá la
aprobación de los demás. El que se cumple sin tener en cuenta de quién esta
mirando. El que se hace cuando todos se van. Ese es el verdadero compromiso, el
de más alto valor.
Se
dice y pienso que es verdad que nuestra vida vale lo que valen nuestros
compromisos, y por eso tal vez nos impresionan los ucranianos. Nosotros no
estamos en guerra, no tenemos una guerra en nuestras calles, pero hasta donde llegaría
nuestro compromiso con la sociedad en un caso similar, si no estamos
acostumbrados a cumplir los pequeños compromisos de cada día.
Buenos
días.
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