“Si encuentro en mí mismo deseos que nada en este mundo puede satisfacer, la única lógica explicación es que fui creado para otro mundo.” C. S. Lewis.
Nos
encontramos en los días, es más, me atrevería a decir que en las horas más
complicas para Europa desde la Segunda Guerra Mundial. En las ciudades de
Ucrania se combate ya por las calles, y mientras, se extiende entre los
europeos una sensación de desasosiego y desesperanza. Casi todos ya tenemos una
opinión sobre las razones de por qué empezó esta guerra. Necesitamos entender.
Y es
que para que nuestra vida transcurra con normalidad, necesitamos tener clara la
realidad, lo que sucede, lo que somos y lo que hacemos. Necesitamos que las
cosas respondan a un sentido.
Por
muy complicados, incomprensibles, fáciles o difíciles que sean los
acontecimientos que suceden o que realizamos, necesitamos que exista un punto
de unión entre lo que nosotros pensamos y lo que hacemos. Nuestra vida no puede
estar compuesta por las piezas de un mosaico que alguien se dedica a desordenar
y que no encajan. Nuestras acciones deben de basarse en unas conclusiones, no
pueden ser piezas de otro puzle que otros nos tiran encima.
Tenemos
por una parte a los ucranianos y por otra a los rusos, con unas acciones que a nosotros
nos pueden parecer como un acto reflejo, la reacción a un sentimiento, pero no
son un sentimiento, unos actos con los que esperan conseguir, alcanzar un
objetivo concreto, por lo que son la reacción un juicio, han decidido actuar
basándose en unos datos. Los habitantes de Kiev han decidido defenderse hasta
la muerte con la esperanza de repeler la agresión, y saben que pueden morir.
Los soldados rusos han decidido atacar con el propósito de conquistar Ucrania y
luchar jugándose la vida, y saben que pueden morir.
La
cuestión es que las personas debemos encontrar un sentido capaz de mantener
unidas esas piezas, porque cuando hay un sentido que mantiene juntas las piezas
de nuestra existencia, nuestros actos y nuestros gestos tendrán sentido. Ante
esta guerra reaccionamos, realizamos gestos, tenemos nuestra opinión, son actos
que nacen, tal vez sin que nos demos cuenta de un juicio. Gritamos pidiendo que
pare la guerra, tenemos la esperanza que así será, esperamos que cese la
violencia y esta brutalidad. Pero ese grito de esperanza no es un sentimiento,
es un juicio.
Esperar
no es algo instintivo. Lo que me asombra es la esperanza. Que esas personas ucranianas
y rusas que están viendo lo que está sucediendo crean que mañana les irá mejor,
que todo lo que están haciendo es porque tienen una esperanza, eso sí que es
sorprendente. Si, me asombra de que tengan esperanza, lo que significa que han
tomado una decisión muy difícil, por eso pienso que no es una decisión
instintiva. Pero también tengo que añadir que esa esperanza debe desear el bien,
y para que sea así se debe basar en un buen juicio y para ello es
imprescindible conocer la verdad, conocer el Misterio de la vida y de la
realidad, y para eso hace falta haber recibido un don.
Aquí
es donde se encuentra el “kit” de la cuestión, en si tenemos o hemos recibido
ese don o no. Porque para tener esperanza en que conseguiremos ser felices y justos,
hay que introducir un factor más a los ya nosotros estamos acostumbrados a
mirar. Un factor que no depende de nosotros. La maravilla de la vida y de su
realidad. La evidencia de que el mundo y nosotros no nos generamos solos. Que
hay algo que nos antecede y que nos acompaña, y que nos hace exclamar cada
mañana: “¡Qué hermoso es el mundo!”.
Reconocer
el misterio que hay en esa hermosura cada mañana como un factor de la realidad,
eso es un juicio. Pero nos atiborramos con una avalancha de informaciones, como
si la esperanza de la paz pudiera venir por saber cuántos ataques hay, cuantas
declaraciones y cuáles, o por llegar a entender como funcionan las armas que se
están utilizando. Cuanto más empeora la situación, más nos dejamos invadir por
cifras, estadísticas, curvas en aumento o en descenso, con una cadena infinita
de expertos desfilando por los medios y las pantallas para que podamos seguir
las noticias y análisis, que nos llenan cada vez de más miedo y angustia.
Hemos
perdido el sentido crítico, vivimos vacíos de pensamiento y hay que volver a
interrogarnos, a tener la capacidad de hacer preguntas, como siempre hecho. Tal
vez ese es el vacío del pensamiento, la debilidad del juicio que no solo nos
hace vivir más escépticos y asustados, sino que nos deja como meros
espectadores impotentes frente a una generación a la que le falta capacidad
para mirar al futuro.
Cuando
digo que nos hace falta sacar nuestras conclusiones, que vivimos en una época
vacía de pensamiento, parece que este diciendo que hay que convertirse en unos
intelectuales y que hay que ser muy inteligente y listo. Pero, tal vez, la
conclusión más formidable a la que se puede llegar se alcanza sin ser
precisamente un intelectual, es la de levantarse cada mañana y exclamar: “¡Qué
hermoso es el mundo y doy gracias por ello! Esta es la clave que solucionaría nuestros
problemas a la hora de tomar nuestras propias buenas decisiones.
Buenos
días.
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