“Puedo creer lo imposible pero no lo improbable” G. K. Chesterton.
No se a vosotros, pero me
he dado cuenta de que existen momentos en los que ver de repente las cosas
claras nos puede llevar al desconcierto, a sentirnos descolocados y fuera de
lugar. Ocurre, bastantes veces, que no resulta fácil ver las cosas claras
cuando nos encontramos dentro de un ambiente turbio, cuando todo lo vemos mezclado
con pequeñas luces que nos deslumbran y no nos dejan ver todo el conjunto, como
en una discoteca, muchas luces muchos colores, pero mucha oscuridad.
El problema de ver, en un
momento dado, claramente todo lo que sucede a nuestro alrededor, el problema de
que en un ambiente turbio o con una visión reducida se encienda de repente una
fuerte luz que nos muestre todo lo que nos rodea sin ningún filtro, el problema
de que cuando nos quitamos las gafas y vemos que la pared es blanca y no del
color de nuestros cristales, el problema es que ya nada volverá a ser lo mismo.
En cuanto los ojos se
acostumbran a esa luz clara, a ver sin cristales de colores, uno se da cuenta
con horror de que no se trataba del lugar confortable, acogedor y bien dispuesto
que pensaba. En
realidad, los muebles están rotos y llenos de polvo, con restos podridos de
comida, hay grietas y telarañas en las paredes, el techo está cubierto de moho
y puñados de cucarachas se arrastran por los rincones.
Antes podíamos engañarnos y,
como es normal, así lo hacíamos, pero una vez que la luz se ha encendido, que
nos muestra nuestro verdadero entorno, ya no es posible el engaño y nos vemos
obligados a contemplar, horrorizados, cómo son las cosas en realidad y como somos
realmente.
Estamos muy centrados en buscar y defender nuestra
Libertad para utilizar el color del cristal que más nos convenga, y sin embargo
utilizamos pocas energías en ver y saber la Verdad.
Pero
claro, el primer problema que se nos plantea y que planteamos para no dedicar
mucho tiempo a pensar es cuestionar si esta Verdad existe. Hay personas que
defienden que la libertad ilimitada es necesaria para alcanzar la plena
felicidad. O sea, que la persona no debe aceptar ninguna regla que le venga
impuesta desde fuera, sino que sea ella misma quien decida libre y autónomamente
lo que considere verdadero, justo y por lo tanto válido.
Entonces,
para esas personas, si no existe una Verdad que sea objetiva, si resulta que el
bien y el mal son intercambiables, si no podemos conseguir la Verdad o ésta
está totalmente determinada por uno mismo, resulta que cada uno de nosotros es
su máxima autoridad y nos encontramos con que no existen reglas generales que
sean universalmente válidas, por lo que es muy fácil, al no existir un orden
moral que sea objetivo, caer en los errores más absurdos. Lo bueno o lo malo,
lo justo o lo injusto, quién puede vivir o a quién se pueda dar muerte porque
es un ser humano de categoría inferior, depende de mí y haré lo que quiera,
porque soy yo quien lo decide. Resumiendo, haré lo que me parezca más
conveniente, aunque ello me lleve a aplicar la ley del más fuerte y si tengo
que fastidiar a los demás que se fastidien. Cuando uno no tiene principios las
consecuencias para la convivencia son desastrosas.
Debemos
conocer realmente como son las cosas, porque si no sabemos cómo son, nuestra
relación con los demás estará falseada. Nuestra relación con los demás si
queremos que sea verdadera tiene que ser veraz y darles lo que es debido si
queremos que sea además honrada.
No se
trata de ir diciendo de qué color es el cristal de las gafas que uso, se trata
de que me digas, de verdad, de qué color es la pared y, después, si lo creo
conveniente me comprare unas gafas de algún color o vere la pared del color real.
Se trata de que me enseñes la Verdad, no tú verdad.
Ahora,
no me queda más remedio que dejar algo muy claro, para evitar confusiones:
Todas las verdades son absolutas, en el sentido de que no significa nada hablar
de verdades relativas. Decir que una verdad es relativa es como decir que una
bicicleta es relativa o que un río es relativo. No está muy claro qué se quiere
decir con algo así, si es que realmente se está diciendo algo. Si mi bicicleta realmente
tiene dos ruedas, es verdad que mi bicicleta tiene dos ruedas. Esa verdad sobre
mi bicicleta no es relativa a nada. Simplemente es.
Sin
embargo, lo que sí es básicamente relativo es una opinión, es decir lo que yo
opino sobre algo. Una opinión es siempre la opinión de alguien, de lo contrario
deja de ser una opinión. No existe mi verdad ni tu verdad, pero si mi opinión y
tu opinión.
Y
claro, una opinión se basa en dos cosas principalmente, que su contenido sea
objetivo ya sea verdadero o falso, y la certeza que me merece dicha opinión.
Bueno,
ya me he liado, con el tema de las opiniones, voy a dejarlo por hoy y ya mañana
intentare avanzar un poco más por este camino.
Buenos
días.
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