“Si encuentro en mí mismo deseos que nada en este mundo puede satisfacer, la única lógica explicación es que fui creado para otro mundo.” C. S. Lewis.
Por
cuestiones de edad, de mi edad, resulta que empiezas a darte cuenta de que la
mayoría de las personas con las que te relacionas empiezan a estar jubiladas, o
sea personas que han terminado su etapa laboral. Y eso significa el haber
realizado ya una parte importante de la vida, por lo que ya se tiene una
experiencia y un camino recorrido.
Muchas
de esas personas hemos seguido una trayectoria basada generalmente en una
secuencia de actividades muy arraigada en la sociedad actual, un orden de
prioridades que las podría resumir, más o menos, de esta forma: “Si una persona tiene hambre su actividad más
importante para ella será hacer todo lo necesario para conseguir saciar su hambre
y no hay tiempo para buscar otros valores; si ya no hay hambre, nos puede faltar
el vestido, una vivienda, seguridad y entonces toda nuestra actividad se dirigirá
a alcanzar esos objetivos; si ya tenemos comida, vestido, vivienda y seguridad
económica, comienzan a parecer las necesidades, podría llamarlas, psicológicas
como la autoestima, el prestigio, incluso la realización espiritual lo que nos
lleva a plantearnos que ya podemos empezar a ser felices.”
Ese
supuesto orden de prioridades nos puede parecer a primera vista bueno e incluso
el idóneo, y es el que más o menos una gran mayoría de nosotros seguimos, pero
según mi entender, tiene una trampa en la que hemos caído la mayoría, una
trampa a la que nuestra sociedad no cesa de dirigirnos y que se trata de la
cuestión de la “seguridad
económica”, que, mucha atención, es algo muy
distinto del meramente cubrir las necesidades básicas.
Se
piensa que: “Cuando alcance
tal cantidad de dinero tendré seguridad económica y al fin podré comenzar a
preocuparme por mi desarrollo existencial y espiritual”. La cuestión clave es que cuando se llega a esa
cantidad determinada de dinero o de posesión de bienes, es la misma sociedad consumista
la que nos genera nuevas “necesidades” y entonces tenemos que subir
continuamente la escala de ese dinero “necesario” para nuestra supuesta
“seguridad económica”, y así se nos pasa la mayor parte de la vida, y a veces
toda, en dejar de ser feliz para procurarnos las condiciones materiales que por
fin nos permitan ser felices. Y ahora la pregunta del millón: ¿Es indispensable
esa supuesta “seguridad económica” para ser feliz?
La
respuesta estoy casi seguro de que será negativa, todos nosotros sin dudarlo contestaríamos
que no. Y, sin darnos cuenta nos estaríamos planteando la pregunta: ¿Soy feliz?
Incluso iremos más allá: ¿cómo puedo ser feliz?
Y
aquí nos encontramos con varias formas con las que pensamos que podemos ser
felices, los que identifican la felicidad como la ausencia de dolor, los que se
conforman con lo que tienen diciendo: “No es más feliz el que más
tiene, sino el que menos necesita”, los que dicen que la felicidad
consiste en vivir experiencias y estamos también nosotros.
En
fin, como veis muchas cosas de las que hablar, pero eso ya será en otra
ocasión.
Buenos
días.
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