“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Buenos
Días:
Celebramos en este frío miércoles la festividad de san Mauro,
menos mal que el sol nos alumbrará desde las 08:18 horas hasta las 18:02, y que
nos calentará el ambiente permitiendo que pasemos un día más agradable.
Ayer, mientras me tomaba el cortado de media tarde comentábamos
la falta de sinceridad de nuestros políticos y lo poco sinceros que parecen ser
los que forman parte del nuevo gobierno, y claro, me comentaban, y con razón
que si todos actuáramos con sinceridad absoluta nuestra convivencia sería un
caos; pero ser sincero es no sólo decir la verdad, sino actuar con verdad,
actuar limpiamente, sin dobleces ni hipocresías, y esto nuestros gobernantes no
lo están haciendo.
Si analizamos un poco el cuestión nos daremos cuenta que
no es sincero el que, presumiendo de serlo, se dedica a decir verdades molestas
y humillantes a los demás. Esa persona es un impertinente y un mal educado que
no tiene sensibilidad ni caridad para convivir con los demás. Está claro que podemos
y debemos decir la verdad, pero siempre anteponiendo la prudencia y el respeto
que nos merece la dignidad y la buena fama de nuestro prójimo. La falta de
sinceridad de nuestros políticos va por otro camino, quizás podemos entenderlo
mejor si interpretamos la alocución: “Sin cera”.
Veamos: “Sin cera” que no hay “cera”, nada cubriendo, escondiendo
la realidad. Se trata de algo auténtico, tal como parece. Tratándose de una
persona – no hay máscara (“más” cara), algo ficticio recubriendo su verdadera
cara. Por eso una persona sincera es una persona “de una sola cara”. Y es aquí
donde se encuentran nuestros gobernantes, no nos muestran su verdadera cara. La
sinceridad implica veracidad y honestidad, verdad en la palabra, honestidad en
el actuar. Uno puede confiar en que lo que dice tal persona es cierto y además
que se hará. Pero los que nos gobiernan nos han dado demasiados ejemplos de que
no son sinceros.
Esa sociedad justa y sana en la que a todos nos gustaría vivir es imposible dónde no hay sinceridad y autenticidad. ¿Cómo puede existir
armonía, seguridad, apoyo, donde uno no puede fiarse de la sinceridad de las
palabras o acciones de una persona? Y más aún si se trata de quien nos gobierna.
La persona insincera deshace el ambiente de confianza en la sociedad en la que
vive, destruyendo la concordia. Sólo cuando hay sinceridad puede crecer el buen
ambiente que debe caracterizar toda sociedad.
¿Quién acudirá a pedir consejo o ayuda un político que se
muestra insincero? ¿Quién confiará a él la educación de sus hijos? ¿Cómo podemos
confiarle alguna verdadera responsabilidad? Es esencial que cada persona y por
lo tanto cualquier político se forje en el sentido de la veracidad, la honestidad,
la rectitud. Podrá saber mucho de economía, administración, leyes, de política
internacional, de ecología, y hasta ser generoso: si hay en él doblez y mentira
será sólo una caricatura de político, una persona a medias, un ser humano dividido
y disminuido.
Tenemos que hacer un esfuerzo por valorar la sinceridad, mientras
no logremos que se comporten del mismo modo cuando son vistos y cuando están
solas, no podemos estar tranquilos, en la vida familiar, con los amigos y en la
vida pública. Que lleguen a ser capaces, por ejemplo, de hablar en los mítines
con sinceridad y verdad.
En fin, tenemos un problema.
Feliz Día.
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