lunes, 27 de enero de 2020

Leer no es moderno, no es “progre”...

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)



A pesar de todos los inconvenientes que tienen los lunes, hoy ha sido un excelente día, es verdad que el clima ayuda pero es que además he podido terminar todo lo que tenia que hacer. Por cierto, ha empezado hoy el entrenamiento para la maratón de Boston, un proyecto del que ya iré dando algo más de información.
Mañana el sol aparecerá en el horizonte a las 08:10 horas y se celebra a santo Tomás de Aquino, del que no estaría mal que dijera algo mañana, pero ya veremos.
Después de lo que escribí ayer no es de extrañar que hoy diga algo sobre lo poco que se lee, al menos esa es la impresión que tengo, veo a muy poca gente con un libro en la mano o leyendo en un banco del paseo, es verdad que en el tren y en el autobús nos podemos encontrar con alguno, pero son muy pocos.
La pregunta, pues, parece clara ¿Por qué? Dar una respuesta es complicado, pero si algo tengo claro es que cuando se le entrega un teléfono móvil a un joven, lo primero que sucede es que se engancha al whatsapp, al instagram o a cualquier otra red social. No se si será por esto pero lo cierto es que la gran mayoría de nuestra juventud y adolescentes ya no leen y, para colmo, piensan que leer no “mola”.
Las pantallas, aunque se puede leer en ellas, traen consigo un elemento adicional: la contraposición del mundo de las imágenes a las de las páginas escritas, parece que genera rechazo y vergüenza mirar solo contenido escrito. Leer no es moderno, no es “progre”, y si a un chico le gusta leer, eso, en ocasiones, provoca en su entorno una sensación de extrañeza.  
¿Qué tipo de sociedad es la que la cultura causa vergüenza? ¿Qué pasa cuando la belleza es motivo de mofa o desprecio? ¿Hacia dónde nos conducimos? Tristemente esa es la cultura en la que estamos inmersos. Solo nos queda rebelarnos contra ella. Pero estamos solos, no esperemos ayuda en esto. Por ejemplo; la industria editorial no sabe qué hacer y lo que hace es, si cabe, más que inconveniente: trivializa los contenidos, rebaja la calidad y la profundidad de las lecturas, trata de igualarse, en una carrera suicida, con el mundo de las imágenes digitales. Todo ello no crea lectores, y a los que ya existen los envilece, los idiotiza y finalmente acaba por extinguirlos. Porque no se han dado cuenta de que leer es otra cosa.
Las Administración, la que sea, repite desde hace años la misma cantinela: “hay que leer”, y uno tras otro, año tras año, se suceden los mismos planes de fomento de la lectura con distintos nombres. Y todo sigue, no igual, sino peor. Porque no hay convicción. ¿Cómo va haber convicción si todas estas “instancias” no pierden ocasión para menoscabar la influencia del libro, desprestigiándolo con la promoción de lecturas escolares de baja calidad, o manipulando el hábito de la lectura y malversando su fuerza para fines partidistas y contrarios al bien común. ¿Cómo van a luchar contra la cultura imperante aquellos que la promueven y viven de ella? Es cierto que hay algunos focos de resistencia en esos ámbitos, pero son pocos y sin influencia.
Sigue viva la idea de que las personas que leen son como ermitaños, que se refugian entre las páginas de sus libros y se mantienen lejos de la realidad, consintiendo que la lectura tome el lugar de la experiencia. Se insiste así en calificar de dañinos los hábitos lectores, arguyendo, con mala intención, que esas personas sienten miedo a vivir y por eso se refugian en algo que sustituya a la vida, y ese algo, se dice, son los libros. Lo más chocante es que muchos de los que defienden esto proponen que a cambio los chicos se pierdan en mundos virtuales y, por tanto, del todo artificiales.
Pero todos los que leemos sabemos que nuestras experiencias de lectura, si han sido las adecuadas, lejos de sustituir a la vida real, la amplían, nos han ayudado a profundizar en cada una de nuestras experiencias, nos han dado pistas por donde había que ir, hacia donde nos debíamos de dirigir. Pues al leer se conecta una vida con mil vidas y se amplia la visión y la experiencia.
Dejar de leer, nos guste o no, tiene consecuencias. Se abandona el uso de la razón ante la imagen muda y el falso lenguaje de la publicidad y esto da lugar a consumidores irreflexivos y ciudadanos manipulables que tratan de mantenerse a flote en un mar de emociones, y hasta de virtudes que flotan desordenadas en un ir y venir caótico y anestesiante. Da la impresión que nuestra juventud solo quiere ver, sentir y actuar de inmediato.
Parece que la fascinación por la tecnología esta llevando a muchas personas a desechar de su vida todos los significados, salvo los técnicos. Lo que significa que la cultura se basa en la tecnología y encuentra su satisfacción en la tecnología. Esto exige crear un nuevo tipo de orden social, y esta necesidad lleva a la rápida desaparición de muchas cosas que están asociadas con las creencias tradicionales.
Por eso se hace necesario que reaccionemos ante esta rendición frente a la tecnología. Tal vez una parte de la solución la podamos encontrar en la educación, en el propósito de la educación, que no es simplemente comunicar información, y mucho menos la opinión científica actual, ni capacitar a los futuros trabajadores y administradores. Es al menos en parte, y una de sus funciones más importantes, enseñar a pensar, hablar y escribir. Sin embargo, incluso esto no constituye su objetivo final. Más importante que la capacidad de pensar, de hablar y de escribir es la capacidad de encontrar el significado. Debemos ser capaces de percibir los principios internos, de conexión, las relaciones íntimas y esenciales. Para esto se necesita el ojo de un poeta o de un místico. La educación debe conducirnos en esa dirección.
Y, como todos sabemos, para intentar convertirnos en un poeta o un místico es conveniente leer buenos libros.

Buenas Noches.

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