viernes, 17 de enero de 2020

Enfrentarse a la decepción...

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Buenos Días:
Hoy prácticamente despedimos la semana y empezamos unos días que van a ser complicados en lo meteorológico, ya veremos si las predicciones se cumplen, de momento, el sol nos saldrá a las 08:17 horas y se despedirá de nosotros hasta las 18:05 horas, aunque anuncian que estaremos algunos días sin verlo. También vamos a celebrar hoy a san Anton.
No hay duda que nos gusta hablar de política, hacer política no tanto, pero conversar de política casi igual que de futbol. Con dos días escribiendo sobre el tema ya todo son comentarios en el café de la tarde y no hay más remedio que aclarar algunas cosas que no se quedaron claras.
Ciertamente, nadie me negará que la actividad política se tiene que ajustar a preceptos morales comunes, como los de no mentir, no robar, no matar…, pero  muy pocos me van a entender enseguida si afirmo que la política es perfecta para la realización de la caridad. ¿Por qué? Pues porque lleva al bien común, y una persona que, pudiendo hacerlo, no se involucra en política para conseguir el bien común, es egoísmo; o que use la política para el bien propio, es corrupción. 
Pero no quisiera estar tantos días seguidos escribiendo de los políticos y de nuestros gobernantes, pues tiempo habrá de sobra para ir haciéndolo. Motivos no me van a faltar.
Otro tema del que se hablo en el café de la tarde fue lo curioso que resulta ver cómo muchas personas han llegado a la conclusión que la felicidad es algo reservado para los demás y muy difícil de conseguir para ellos. Es verdad, corremos el peligro de pensar que la felicidad es como un sueño que nada tiene que ver con nuestra vida normal y diaria.
Generalmente se suele relacionar quizá con grandes acontecimientos, por ejemplo; con poder disponer de una gran cantidad de dinero, gozar de una salud sin fisuras, tener un triunfo profesional o afectivo deslumbrante, protagonizar grandes logros del tipo que sea. Pero la realidad luego resulta bastante distinta a eso.
Lo podemos comprobar continuamente viendo como la gente rica, o poderosa, incluso atractiva, o que está mejor dotada física y mentalmente, no coincide con la gente más feliz. El dinero y las posesiones son en sí mismas un espejismo de la auténtica felicidad. La fama tampoco aporta demasiado por sí misma; es más, el hombre famoso necesita de una madurez especial para saber asumir bien su encumbramiento, sin que le produzca un desequilibrio emocional.
Tampoco parece que disponer de un gran talento o gozar de muy buena salud sean el punto clave. Son cosas que pueden favorecer, que pueden crear un clima propicio para sentirse feliz, pero no siempre es así, pues todos hemos visto muchos ejemplos de personas muy inteligentes que han arruinado completamente sus vidas, o de otros que, por el contrario, con ocasión de la enfermedad han descubierto una nueva dimensión de su vida y han madurado y sido mucho más felices.
No pretendo decir que para ser feliz haya que ser tonto, enfermo o desafortunado. También entre ésos, como entre todos, unos se sentirán felices y otros no. Parece que la felicidad y la infelicidad provienen de otras cosas, de cosas que están más en el interior de la persona, en el talante con que se plantea la vida.
Por ejemplo, cuantas veces no sufrimos, o nos embarga como un sentimiento de desánimo, o de agobio, o de fatiga interior, y no hay a primera vista una explicación externa clara, porque no hemos tenido ningún contratiempo serio, ni tenemos hambre, ni sed, ni sueño, ni nos faltan la salud o las comodidades que son razonables.
Son dolores íntimos, y si investigamos un poco llegamos a descubrir que están causados por nosotros mismos: muchas de las quejas que tenemos contra la vida, si nos examinamos con sinceridad y valentía, nos damos cuenta de que provienen de nuestro estado interior, de pequeños egoísmos, envidias, susceptibilidades, etc. En definitiva, de errores personales que nos producen una decepción.
Sin embargo, hay que pensar que es precisamente esa decepción la que nos brinda la oportunidad de mejorar y ser más felices. Igual que el dolor físico tiene la inestimable utilidad de avisar de que algo en nuestro cuerpo no va bien, esos dolores de que hablamos nos advierten de que algo en nuestro interior debe cambiar. Es positivo -además de natural- que notemos con intensidad el peso de nuestros errores: si no fuera así, sería muy difícil que nos corrigiéramos.
Quizá la enseñanza más dura de la vida sea el enfrentarse a la decepción: aceptar que las cosas -empezando por la realidad de nosotros mismos- no son como las queríamos, como las pensábamos, o como nos las habían contado; que las cosas no son tan sencillas, que la vida no es tan fácil. La conquista de la felicidad no es algo a lo que se llega de modo improvisado o casual; se alcanza tras un largo esfuerzo sobre nosotros mismos, es como una obra de ingeniería personal continuada.

Feliz Día.

No hay comentarios: