jueves, 23 de enero de 2020

al segundo párrafo ya se está atacando y...

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton) 



Día interesante el de hoy, aunque no se ha despejado del todo hemos podido disfrutar un poco del sol que no ha podido con la humedad que hay en el ambiente. Mañana estoy seguro que intentará brillar con todas sus fuerzas y, lo hará a partir de las 08:13 horas, ya veremos si llega a calentar. San Francisco de Sales es a quien festejaremos mañana.
Me llama la atención como nuestros políticos contestan en las entrevistas lo que quieren sin ningún tipo de rubor, por ejemplo; se les pregunta sobre un tema y contestan lo que les interesa sin que tenga nada que ver con la pregunta.
El otro día, en su primera rueda de prensa como presidente de gobierno, a Sánchez le preguntaron por la que iba a ser la nueva fiscal general del Estado, Dolores Delgado. Y Sánchez dio un triple salto mortal para justificar su elección. Evitó dar explicaciones de por qué ha propuesto a alguien como fiscal general del Estado que ha sido diputada del PSOE y ministra hasta ayer. Acabó asegurando que el PP y las asociaciones de fiscales que critican el nombramiento porque bloquean todo, bloquean la justicia. La oposición critica su decisión porque no reconoce el resultado electoral.
La respuesta fue un ataque a la oposición sin responder a la pregunta. Para muchos es un alarde de retórica y de ser un buen político el saber evadir las preguntas complicadas y a la vez atacar al partido contrario, pero esta actitud de nuestros políticos no es hacer política. Esto sucede también fuera de la política, empiezas leyendo un articulo sobre un tema y al segundo párrafo ya se está atacando y descalificando al que piensa diferente, los aspectos negativos siempre son por culpa del que tiene otra forma de pensar al que no hay que rebatir sino destruir.
Si continuamos con el ejemplo anterior veremos que Sánchez equiparó la crítica a esa decisión con un cuestionamiento de su legitimidad. Que se reconozca la legitimidad de un presidente no significa considerar bueno todo lo que hace.
En democracia el ser presidente, alcalde o concejal y lo que se hace como presidente, alcalde o concejal son cosas distintas. De hecho, la democracia se basa en la distinción entre los dos planos. Porque se le reconoce como legítimo presidente de un Gobierno democrático y no como monarca absoluto, se critica lo que ha hecho.
En este ejemplo, Sánchez confunde la legitimidad de “su persona” como presidente del Gobierno, legitimidad que solo cuestiona Vox, con que aceptemos todo lo que hace, aunque quiebre claramente, en este caso, la independencia de las instituciones.
La política es el ámbito de la gestión, de lo que se hace. El ser negro, blanco, progresista, liberal o presidente del Gobierno, perfectamente legítimo, ni es cuestionado ni da un plus de valor a las decisiones que se toman. Quien acepta entrar en un debate de legitimidad y de identidades hace la misma política de Sánchez, que es una política de fracturas insalvables.
El que ha sido elegido democráticamente para un cargo tiene toda la legitimidad, es decir toda la bendita debilidad de un sistema democrático, para ser valorado, juzgado y votado por lo que hace, no por lo que es.
La pregunta que nos surge es: ¿como es posible que no se tengan claros estos conceptos tan básicos? Pienso que se debe a que se manipula el concepto de la dignidad de la persona o lo que sería peor no se sabe lo que significa.  
Este concepto tan importante si no se entiende bien corre el riesgo de desvirtuarse y de convertirse en un instrumento de manipulación para intereses particulares. ¿De qué dignidad hablamos? ¿Qué entendemos por dignidad de la persona humana?
Sólo un ejemplo, hoy en día los propulsores de los así llamados derechos de los animales hablan cada vez más de una supuesta dignidad de los primates, o de los mamíferos, o de todos los seres vivientes. De hecho, está cada vez más en boga hablar de la diferencia entre los hombres y los animales como una diferencia solamente de grado y no de esencia. La dignidad de la persona a menudo se reduce a la libertad entendida como autonomía absoluta, lo cual imposibilita una recta comprensión de los derechos humanos y quita la posibilidad de distinguir entre verdaderos derechos y meras preferencias personales.
Frente a estas distorsiones y por su importancia es preciso definir bien qué se entiende por dignidad humana.
La palabra latina "dignitas", de la raíz "dignus", no sólo significa una grandeza y excelencia por las que el portador de esta cualidad se distingue y destaca entre los demás, sino también denota merecimiento de un cierto tipo de trato. Así la dignidad se puede definir como una excelencia que merece respeto o estima.
Dado que la dignidad de la persona depende no de sus capacidades particulares, sino de su naturaleza, es común a todos los miembros de la familia humana. Así como todos los hombres participan igualmente de la humanidad, todos poseen una igual dignidad que es característica de la humanidad.
Sin embargo, aunque parece obvio, que todos los hombres poseen una igual dignidad, este principio es frecuentemente violado. Los Nazis excluían a los judíos y otros indeseables del estado de las personas que posean una dignidad propia. Durante más de un siglo los norteamericanos y otros pueblos negaban la dignidad personal a los hombres de raza negra, y los sometían a la esclavitud como seres inferiores. Hoy en día nuestra civilización niega la dignidad personal a los no nacidos, a veces permitiendo el aborto hasta durante los primeros meses de gestación.
Las diferencias entre los hombres son evidentes. Algunos poseen una inteligencia superior, otros son mejores atletas, otros gozan de una particular sensibilidad artística. Si la dignidad del hombre dependiera de cualquiera de estos factores, no se podría hablar de una dignidad común de las personas, sino que existiría una vasta gama de dignidades particulares, y así también los derechos de los hombres variarían de persona en persona.
No obstante, la dignidad no es fruto de las cualidades particulares, sino de la naturaleza racional y espiritual del hombre. Ni la enfermedad, ni el color de la piel, ni la inmadurez física o emocional, ni el desarrollo de las propias capacidades, ni las creencias religiosas, ni la clase social pueden cambiar la dignidad esencial de todo ser humano y los derechos que son consecuencia de esta dignidad.
Esta es la clave.

Buenas Noches.  

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