“La imparcialidad es un nombre pomposo para la
indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)
Buenas
Noches:
Parece que la meteorología sea
vuelto más benévola y he podido ver una tibia puesta de sol, vamos a ver si
mañana a las 08:14 horas puedo disfrutar de un amanecer cómo debe ser, y si no
fuese posible no tendría más remedio que esperar hasta las 18:10 horas para
intentar disfrutar de otra puesta de sol. Mañana es fiesta en Valencia pues se
celebra la festividad de san Vicente Mártir.
Me llama la atención la
facilidad con que recurrimos a la educación como la solución a muchos de los
problemas que vemos en nuestra sociedad. La educación, sin dejar de ser lo que
siempre ha sido, la actividad formativa por excelencia que se utiliza en los jóvenes,
ha ido adquiriendo, además, categoría de comodín, una especie de pastilla válida
para curar toda dolencia de tipo social. Ante el incivismo y la barbarie, en
cualquiera de sus manifestaciones, recurrimos a la falta de educación. ¿Queremos
evitar hábitos nocivos: tabaquismo, ludopatías, drogadicción, alcoholismo, pornografía,
etc.? Educación. ¿Maltratos y abusos en cualquier ámbito? Educación. ¿Cómo
combatir el racismo o cualquiera de las diversas fobias hacia personas y
grupos? Educación. ¿Hacen falta más ejemplos?
Hemos dado por supuesto que la
educación es la panacea para todos los males y que con ella podemos prevenir
cualquier desarreglo y subsanar toda calamidad. Hemos elevado la educación a la
máxima categoría. Nos lo creemos y lo repetimos como si fuera una verdad dogmática.
La cantinela no es de ahora, la vengo oyendo toda la vida.
La prueba de que nos lo creemos
ha sido el despliegue político y económico a favor de la educación
institucionalizada realizado en todo el mundo. Nos parece acertado dedicar, año
tras año, muchísimos fondos públicos y privados destinados a cubrir los gastos
que este sistema genera y nos parece que siempre son escasos. Contamos con un gran
abanico de recursos didácticos, tecnológicos y humanos, que también nos parecen
insuficientes. La pregunta que nos debemos hacer es por los resultados. ¿Los
resultados se corresponden con los medios empleados? A mi modo de ver, la
respuesta a esta pregunta hay que dividirla en las dos partes en las que se
desenvuelve toda persona: el individual y el social. Todo este esfuerzo está
siendo muy bien rentabilizado individualmente por un sector de los estudiantes,
mientras que hay otro sector importante al que le sirve de poco y que viene a
engrosar la bolsa creciente de fracaso escolar.
Pero, si ahora nos fijamos no
en los individuos, sino en el conjunto, es decir, si miramos a la sociedad como
un cuerpo vivo, hemos de decir que socialmente la educación no está produciendo
los frutos que cabría esperar. Este es un problema muy debatido, muy analizado,
y que no acabamos de dignosticar por sus muchas dimensiones. Llegados a este
punto no caben nada más que dos posibilidades: o bien, no es verdad que la educación
sea la solución para todos los problemas, o bien lo que llamamos educación, en
realidad no lo es. Creo que las dos posibilidades no son excluyentes y que
participamos de ambas; por una parte no es cierto que la educación sea la
solución de todos los males, y por otra, no todo lo que suponemos que es
educación, resulta serlo.
Quiero dejar claro que miro la
educación con los mejores ojos posibles y que tengo por lo educativo y los educadores
la mayor de las estimas, pero cada cosa en su sitio: la educación es una actividad
humana muy valiosa, de la que cabe esperar toda suerte de frutos saludables
para sus destinatarios y para la sociedad entera, pero no es la panacea para
acabar con nuestras lacras y carencias, ni para impedir su aparición tampoco. Y
también creo que debo dejar constancia de una duda, en forma de pregunta: ¿a
qué llamamos educación? Porque mucho me temo que si nos pusiéramos a rascar en
el concepto, me vería obligado a rechazar, por antieducativas, muchas de las
cosas que se hacen en las instituciones que oficialmente tienen encomendada la
educación de nuestros niños y jóvenes.
Si la educación fuera el remedio
que socialmente suponemos, ¿qué nos impide acabar con todas esas lacras y
carencias para las que decimos que la solución está en la educación? ¿Acaso no
tenemos la educación en nuestras manos? ¿Cómo es que habiendo abierto
generosamente el arca de los recursos, estos no producen en razón de una
inversión tan costosa? No sé si alguien tendrá respuesta para estas preguntas,
pero yo no la encuentro. Si la tuviera, podría compartir el buenismo educativo actual;
como no la tengo, y tampoco la veo por ningún sitio, he de concluir que ese buenismo
no encierra verdad.
La segunda posibilidad (que
estemos llamando educación a cosas que no lo son) nos lanza directamente a otra
serie de preguntas;¿Qué es la educación?, ¿a qué llamamos educación?
De mil maneras se ha respondido
a esta pregunta desde la antigüedad hasta nuestros días. Para este momento que
nos toca vivir, pienso que una buena propuesta es esta: construir un corazón
bueno. Estoy convencido de que es una propuesta válida y necesaria porque lo
que más necesita esta sociedad es corazones moralmente sanos, es decir hombres
y mujeres de corazón bueno. He empezado plasmando un puñado de problemas
concretos ante los cuales aparece la educación como vía de solución. No niego
que ayude a su resolución, pero cualquiera de esos problemas, siendo reales, no
son “el” gran problema. El gran problema social es otro cuyo solo nombre me
incomoda, pero hay que decirlo: odio. Y el odio se cura con el corazón, pero
esta será otra historia.
El corazón no es la única
dimensión de la persona, lo cual significa que no es la única a la que debe
atender la educación, pero creo que hoy es la más necesaria y no sé si tal vez
la más descuidada. Ahora bien, insisto, en este momento hay que hacer especial
hincapié en la educación del corazón.
Cuando digo corazón, espero que
ninguna persona no lo confunda con un sucedáneo muy extendido en estos tiempos
que es la sensiblería. La sensiblería es una deformación afectiva que consiste
en convertir una frivolidad o una nadería en una cuestión afectiva seria. No
los confundamos si no queremos vivir confundidos. Los sentimientos son
movimientos del corazón que necesitan de una base objetiva de peso para hacerse
dignos de consideración y respeto, que cuando lo merecen, es mucho lo que merecen.
Feliz Día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario