martes, 21 de enero de 2020

Hemos dado por supuesto que la educación...

“La imparcialidad es un nombre pomposo para la indiferencia, que es un nombre elegante para la ignorancia.” (G. K. Chesterton)


Buenas Noches:
Parece que la meteorología sea vuelto más benévola y he podido ver una tibia puesta de sol, vamos a ver si mañana a las 08:14 horas puedo disfrutar de un amanecer cómo debe ser, y si no fuese posible no tendría más remedio que esperar hasta las 18:10 horas para intentar disfrutar de otra puesta de sol. Mañana es fiesta en Valencia pues se celebra la festividad de san Vicente Mártir.
Me llama la atención la facilidad con que recurrimos a la educación como la solución a muchos de los problemas que vemos en nuestra sociedad. La educación, sin dejar de ser lo que siempre ha sido, la actividad formativa por excelencia que se utiliza en los jóvenes, ha ido adquiriendo, además, categoría de comodín, una especie de pastilla válida para curar toda dolencia de tipo social. Ante el incivismo y la barbarie, en cualquiera de sus manifestaciones, recurrimos a la falta de educación. ¿Queremos evitar hábitos nocivos: tabaquismo, ludopatías, drogadicción, alcoholismo, pornografía, etc.? Educación. ¿Maltratos y abusos en cualquier ámbito? Educación. ¿Cómo combatir el racismo o cualquiera de las diversas fobias hacia personas y grupos? Educación. ¿Hacen falta más ejemplos?
Hemos dado por supuesto que la educación es la panacea para todos los males y que con ella podemos prevenir cualquier desarreglo y subsanar toda calamidad. Hemos elevado la educación a la máxima categoría. Nos lo creemos y lo repetimos como si fuera una verdad dogmática. La cantinela no es de ahora, la vengo oyendo toda la vida.
La prueba de que nos lo creemos ha sido el despliegue político y económico a favor de la educación institucionalizada realizado en todo el mundo. Nos parece acertado dedicar, año tras año, muchísimos fondos públicos y privados destinados a cubrir los gastos que este sistema genera y nos parece que siempre son escasos. Contamos con un gran abanico de recursos didácticos, tecnológicos y humanos, que también nos parecen insuficientes. La pregunta que nos debemos hacer es por los resultados. ¿Los resultados se corresponden con los medios empleados? A mi modo de ver, la respuesta a esta pregunta hay que dividirla en las dos partes en las que se desenvuelve toda persona: el individual y el social. Todo este esfuerzo está siendo muy bien rentabilizado individualmente por un sector de los estudiantes, mientras que hay otro sector importante al que le sirve de poco y que viene a engrosar la bolsa creciente de fracaso escolar.
Pero, si ahora nos fijamos no en los individuos, sino en el conjunto, es decir, si miramos a la sociedad como un cuerpo vivo, hemos de decir que socialmente la educación no está produciendo los frutos que cabría esperar. Este es un problema muy debatido, muy analizado, y que no acabamos de dignosticar por sus muchas dimensiones. Llegados a este punto no caben nada más que dos posibilidades: o bien, no es verdad que la educación sea la solución para todos los problemas, o bien lo que llamamos educación, en realidad no lo es. Creo que las dos posibilidades no son excluyentes y que participamos de ambas; por una parte no es cierto que la educación sea la solución de todos los males, y por otra, no todo lo que suponemos que es educación, resulta serlo.
Quiero dejar claro que miro la educación con los mejores ojos posibles y que tengo por lo educativo y los educadores la mayor de las estimas, pero cada cosa en su sitio: la educación es una actividad humana muy valiosa, de la que cabe esperar toda suerte de frutos saludables para sus destinatarios y para la sociedad entera, pero no es la panacea para acabar con nuestras lacras y carencias, ni para impedir su aparición tampoco. Y también creo que debo dejar constancia de una duda, en forma de pregunta: ¿a qué llamamos educación? Porque mucho me temo que si nos pusiéramos a rascar en el concepto, me vería obligado a rechazar, por antieducativas, muchas de las cosas que se hacen en las instituciones que oficialmente tienen encomendada la educación de nuestros niños y jóvenes.
Si la educación fuera el remedio que socialmente suponemos, ¿qué nos impide acabar con todas esas lacras y carencias para las que decimos que la solución está en la educación? ¿Acaso no tenemos la educación en nuestras manos? ¿Cómo es que habiendo abierto generosamente el arca de los recursos, estos no producen en razón de una inversión tan costosa? No sé si alguien tendrá respuesta para estas preguntas, pero yo no la encuentro. Si la tuviera, podría compartir el buenismo educativo actual; como no la tengo, y tampoco la veo por ningún sitio, he de concluir que ese buenismo no encierra verdad.
La segunda posibilidad (que estemos llamando educación a cosas que no lo son) nos lanza directamente a otra serie de preguntas;¿Qué es la educación?, ¿a qué llamamos educación?
De mil maneras se ha respondido a esta pregunta desde la antigüedad hasta nuestros días. Para este momento que nos toca vivir, pienso que una buena propuesta es esta: construir un corazón bueno. Estoy convencido de que es una propuesta válida y necesaria porque lo que más necesita esta sociedad es corazones moralmente sanos, es decir hombres y mujeres de corazón bueno. He empezado plasmando un puñado de problemas concretos ante los cuales aparece la educación como vía de solución. No niego que ayude a su resolución, pero cualquiera de esos problemas, siendo reales, no son “el” gran problema. El gran problema social es otro cuyo solo nombre me incomoda, pero hay que decirlo: odio. Y el odio se cura con el corazón, pero esta será otra historia.
El corazón no es la única dimensión de la persona, lo cual significa que no es la única a la que debe atender la educación, pero creo que hoy es la más necesaria y no sé si tal vez la más descuidada. Ahora bien, insisto, en este momento hay que hacer especial hincapié en la educación del corazón.
Cuando digo corazón, espero que ninguna persona no lo confunda con un sucedáneo muy extendido en estos tiempos que es la sensiblería. La sensiblería es una deformación afectiva que consiste en convertir una frivolidad o una nadería en una cuestión afectiva seria. No los confundamos si no queremos vivir confundidos. Los sentimientos son movimientos del corazón que necesitan de una base objetiva de peso para hacerse dignos de consideración y respeto, que cuando lo merecen, es mucho lo que merecen.

Feliz Día.

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