“Solo recuerdo una o dos cosas, no esas que puedo recordar, sino aquellas que no puedo olvidar”. (G. K. Chesterton)
¡¡¡ Buenos
días!!!
Hace unos días
mientras me tomaba un café con un compañero, me comentaba que estaba pasando
una mala racha, que estaba cambiando, que en realidad el no era así. Había
estado intentando buscar la causa de ese cambio y tenia la impresión de que
dedicaba demasiado tiempo a pensar en él, en lo poco que se sentía reconocido y
valorado. Y, aun habiendo encontrado el motivo, eso conocimiento, en vez
ayudarle, le estaba hundiendo, estaba más triste, infeliz y ensimismado.
Mi compañero, que
antes disfrutaba reuniéndose con los demás, ayudándoles en lo que podía, ahora,
se encontraba dentro de un circulo de malas sensaciones, disgustado.
Y, esta mañana
pensando en ello, me he dado cuenta de que nos encontramos rodeados de
demasiadas propuestas de felicidad, de muchas iniciativas que nos ofrecen
libertad y que pretenden abrirnos los ojos, romper nuestras ligaduras y, lo que
consiguen, es hacerlas más resistentes obligándonos a estar más enfrentados. No
curan nuestras heridas, sino que las hacen más grandes para que reaccionemos
con más fuerza. En realidad lo que se consigue es crear descontento y malestar.
No hay persona
que no se encuentre continuamente buscando, que no desee encontrar felicidad y
amor, que no este llena de inquietud para conseguir una vida mejor. Esta
inquietud tal vez se encuentre muy escondida, dormida, en reposo, pero ahí está
dentro de nosotros.
El problema se
encuentra en que muchas veces en esa búsqueda, nos equivocamos de camino y
cometemos grandes errores, pero, en el fondo, estamos buscando el bien, la
felicidad. Mi compañero de café buscaba lo mismo, tal vez con un entusiasmo
fuera de control. Incluso los que echan a perder su vida con las drogas o el
alcohol, están buscando momentos de felicidad, de evasión y de consuelo. Pero
lo están haciendo por caminos equivocados.
Es muy fácil,
ahora, decir: Hay que vivir, nos tenemos que conformar con esta vida que nos ha
tocado vivir. ¿Y los que no se conforman?”.
Desde siempre hemos
considerado la rebeldía sólo como un defecto, lo hemos hecho así por considerar
una de sus acepciones como la más significativa, la que nos la presenta como
una insumisión, un desacato y un desafío a la autoridad. Y, nos olvidamos de su
otra acepción: la de indócil, fuerte, tenaz y duro. Entendiendo que estas
actitudes son vinculables a un bien que se quiere defender.
Por eso la rebeldía
se puede ver de dos formas y muchas veces opuestas; con causa o sin causa; por
algo que vale la pena o por algo intrascendente; para ayudar o para conseguir un
bien personal o también como una reacción ante nuestra inseguridad o en función
de algún valor.
La rebeldía o el
inconformismo al que me refiero es el del que se atreve a vivir, pero quiere
vivir dignamente; del que sabe soportar el peso de la realidad, pero no el de
la injustica; del que acepta las reglas, pero las discute y critica para
mejorarlas. Todos sabemos que con los años nos hacemos más permisivos con las injusticias
y terminamos por aceptar lo que hace unas décadas era incomprensible, por eso
nuestra rebeldía debe estar constantemente actualizándose y renovándose, tanto
en la vida privada como en nuestras
actividades públicas.
En fin, una dosis
de sana rebeldía siempre nos vendrá bien y nos sentiremos mejor.
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