lunes, 1 de junio de 2020

Adivinar España.


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton).



En uno de los artículos que publicó G.K. Chesterton para el Daily News a principios del siglo XX podemos leer una frase que me viene perfecta para apoyar mi cambio de rumbo para este verano, nos dice: “El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña”.
Y esto es lo que voy a hacer, este verano voy a recorrer España, y aplazo la “subida” al Nordkapp para el año que viene. Bajo mi punto de vista, este año no se puede ir al Nordkapp con la tranquilidad necesaria para disfrutar de la bicicleta, así que en el momento en que se pueda recorrer España nos pondremos en marcha.
Y es que, no puedo evitarlo, vuelvo otra vez a Chesterton, en su biografía escribe cuando recuerda su viaje por España: “Oh sí, vi el Escorial. Sí, gracias, visite Toledo. Todo glorioso, pero lo más glorioso de todo fue una campesina que servía litros y litros de vino, y charlaba sin parar”.
Este verano intentaremos descubrir España o tal vez mejor re-descubriremos España, deseando mirarla y sentirla como una “tierra extraña”, procurando darle el valor que le corresponde, observándola como él descubridor que ve por primera vez un nuevo territorio.
Muchos de nosotros hemos perdido la magnitud real de España, no la comprendemos bien pues solamente tenemos en cuenta la realidad política actual. Somos uno de los países mayores de Europa, con una población ligeramente inferior a lo que nos correspondería; a ello, y a su historia reciente, se debe que nuestra magnitud nos parezca rebajada si nos quedamos con esta mirada superficial. Pero esta impresión se corrige si se tiene en cuenta la historia, lo que se podría llamar la "profundidad" de España.
Tal vez por cierto delirio verbal de décadas pasadas, como reacción a ella, se está deslizando en muchas personas, y muy en especial en los medios de comunicación, la idea de España como un país "pequeño". Nunca lo ha sido, en ningún sentido, empezando por su tamaño territorial. Antes de que hubiese España, la Hispania romana era de una extensión considerable; después de la fragmentación del Imperio Romano por las invasiones, la España visigoda era, con Bizancio, el país mayor; y desde que hay naciones, a fines del siglo XV, España, con Francia, es la mayor de Europa, aparte de la tan problemática Rusia. A escala europea, España es un país "grande".
Y sobre todo me gusta subrayar la importancia de la lengua, cualquier persona medianamente cultivada puede leer en su versión original el Poema del Cid, sin olvidarnos por su importancia del “Libro de Buen Amor” y cómo no a Jorge Manrique en sus “Coplas”, por poner solo tres ejemplos. Y esto es posible por su madurez pues su base fue fijada hace muchos siglos. Comparemos esta situación con la de las demás lenguas de Europa, y veremos que salvo posiblemente el italiano estamos en mejor situación.


Ya sé que ahora se prefiere en ciertos sectores de nuestra sociedad la idea de que España es un país "anormal", conflictivo, irracional, enigmático, un conglomerado de elementos múltiples y que no se entienden bien.
Bajo mi punto de vista, no es así, es coherente, más razonable que otros países, en suma, claro y transparente si se le mira desde su origen, desde sus proyectos y su argumento histórico. Como ahora gusta decir lo contrario, hay una exagerada resistencia a mirar la realidad y tomarla en serio. No se quiere admitir ni entender lo que ha sucedido en los siglos pasados, no se quiere hacer ni siquiera el esfuerzo de comprender un proceso histórico excepcionalmente coherente si se lo mira con la razón histórica y no con la razón abstracta; es mucho pedir que se mire la historia con mirada histórica, humana.
Se repiten monótonamente todos los tópicos acumulados sobre España durante varios siglos. Casi nadie se atreve a considerar la realidad y la interpretación fundada en su examen. El reconocer que las cosas no son como se dice parece a muchos una "infidelidad". Habría que preguntar a qué. La idea de que España pueda ser "normal", una realidad colectiva humana y por tanto inteligible parece una "herejía".
Se trata de no quedarse en las apariencias, menos aún en lo que "se dice" -falso en una gran parte-, de intentar ver o adivinar cómo es España, cómo sigue siendo a pesar de tantas variaciones, cuáles son éstas y qué grado de realidad tienen.
Para ello es necesario escuchar las voces que, lejos de gritar, apenas murmuran o ni siquiera se expresan: los latidos de esa extraña y prodigiosa realidad que es una nación milenaria. Hay que preguntarse cómo se sienten los españoles, qué les importa de verdad, qué admiran, qué les duele, que los ofende, en qué tienen puesta -acaso sin saberlo- su esperanza.
A mí modo de ver una de las misiones más nobles y delicadas de la política es descubrir a los ciudadanos lo que son de verdad. He empleado dos adjetivos que rara vez se aplican a la política: noble y delicado. Ciertamente no lo es con demasiada frecuencia; pero debe serlo, tiene que serlo si tiene verdadera vocación política. Para ello hace falta, ante todo, claridad, respeto ilimitado a la realidad, y en particular a las personas que componen una sociedad. El que miente se descalifica de raíz, debería quedar automáticamente excluido.
Pero esto quiere decir que hace falta considerable valor. No basta, aunque es esencial, ver las cosas; hay que atreverse a decirlas, aunque "no traiga cuenta", aunque se juzgue que es peligroso. A la larga, es lo único que trae cuenta, si se hacen bien las cuentas, lo que es siempre exigible.
¿Sabemos cómo son de verdad y en el fondo los españoles que vamos a vivir en las próximas décadas? Se dirá que, de muchas maneras, y yo añadiré: gracias a Dios. Pero hay ciertos rasgos de personalidad que estiman y desean, aunque están desprestigiados por los que carecen de ellos y fingen despreciarlos; hay formas de vida en las cuales están instalados y a las que recurren cuando toman la vida en serio; se sienten pertenecientes a una nación que está de moda desdeñar o negar, pero sin la cual se sentirían menesterosos, huérfanos, increíblemente "venidos a menos".
Examinar España quiere decir sobre todo adivinar adónde quiere ir, qué espera, qué puede ilusionarla. Si este verano lo descubrimos un poco habremos adivinado el secreto más importante y mejor guardado: el de las esperanzas.


Si queremos lanzar una ojeada a lo que nos espera en el siglo XXI, tenemos que absorber hasta las últimas consecuencias lo que ha sido el XX; y como este lleva dentro todos los anteriores, por lo menos de un milenio, esto muestra que la tarea no es fácil. Pero no hay elección: o tomamos posesión adecuada y veraz de nuestra historia o entraremos a ciegas en nuestro futuro como nación, convertido en una embaucadora alucinación.
Eso sí, sin perder de vista la esencial inseguridad de todo, porque el hombre es irremediablemente libre, obligado a proyectar quién pretende ser y capaz de ser fiel o infiel a ese proyecto, es decir, a sí mismo.
Buenos Días.

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