En nuestra juventud y cuando aún éramos adolescentes e
incluso niños, al menos a mi, nos enseñaron las normas y los principios por medio
de los cuales nos teníamos que regir, nos dijeron lo que estaba bien y lo que
estaba mal, nos mostraron unos mandamientos que deberíamos cumplir y en ellos
creímos porque nos lo dijeron nuestros padres y las personas a las que nuestros
padres eligieron para educarnos.
Todo funcionó bien mientras nos mantuvimos dentro de
nuestra familia y con los amigos de la infancia, pero se llega a una edad en
que nos tuvimos que exponer por primera vez al resto del mundo y poner en práctica
todo lo que nos enseñaron. Creíamos lo que nos habían enseñado sobre cómo
comportarnos en la sociedad y en ese mundo en el que debíamos vivir, pero
teníamos muy poco idea de lo que es realmente; conocíamos sus dificultades y
problemas, pero no comprendíamos en la práctica como actúa, como se elige lo
que esta bien y lo que esta mal y nos encontramos en una sociedad que se
enfrentaba continuamente a nuestras ideas, no estábamos preparados aún para ese
enfrentamiento.
En estas circunstancias llegamos la mayoría de nosotros
al día en que nos vimos solos en un mundo diferente al que conocíamos. La vida
sencilla y relativamente cómoda se transforma en atractivos lugares y escenarios
donde tenían lugar nuestras relaciones sociales. Se abren ante nosotros
innumerables lugares de actividad, de opiniones, situaciones y decisiones que
no podríamos haber imaginado. Nos dimos cuenta de que fallábamos en nuestros cálculos,
y dejábamos caer en el olvido las lecciones que creíamos aprendidas con toda
exactitud.
Éramos incapaces de aplicar en la práctica lo que nos
enseñaron; y perplejos constatábamos la gran cantidad de formas y de
posibilidades que pueden existir en las personas, la amplitud y la complicación
del tejido social, empezábamos a pensar de que toda la instrucción que habíamos
recibido no servia, era inadecuada, nuestras normas de conducta eran demasiado
sencillas para una sociedad tan complicada. Cambiamos nuestra forma de relacionarnos,
nuestras diversiones, entramos en unos escenarios nuevos que nos cautivaron,
mirábamos con ilusión e interés a un futuro inimaginable hasta entonces.
Y un día, nos volvimos a encontrar con las ideas y
creencias que nos habían enseñado de jóvenes y las encontramos aburridas y
carentes de interés, también puramente teóricas. Aburridas y descoloridas
después de haber conocido como era la sociedad. Y, además de esto, poco
practicas, antinaturales e inapropiadas a las exigencias de la vida moderna y
de la forma de ser de las personas. Nos dio la impresión que nos habían
enseñado y preparado para un mundo, pero no el mismo mundo en que habitamos.
A los que nos las enseñaron les otorgábamos sin duda
nuestro respeto y alabanza, pero también les empezamos a ver en cierto modo
como mojigatos e ilusos. Pensábamos que debíamos tratarlos con delicadeza, como
tocaríamos cuidadosamente un objeto artístico muy caro, pero que en conjunto
muy poco apto para prestar un servicio eficaz, adaptado a la realidad actual
como un objeto decorativo. Nos dijeron muchas veces que esto nos sucedía porque
nuestros educadores vivían en la ignorancia y en una sociedad que estaba llena
de amargura y melancolía. Dichos argumentos, eran lógicos y legítimos, y llevan
a la misma conclusión; nuestros principios e ideales eran antiguos y ya no
sirven en nuestro mundo.
La única objeción que pude hacer a esos argumentos,
después de ponerlos en cuestión es que todos son mentira, son falsos. Cuando
traté de analizar los cimientos de esta idea moderna de que mis principios, los
que me enseñaron, surgen de un mundo oscuro e inculto me di cuenta de que no
existían. Cuando busque la amargura y la melancolía de donde surgieron mis
ideales paso lo mismo. Me basto contemplar el mundo en su momento y
sencillamente descubrí que no es así. No me contenté con leer generalidades
modernas; leí un poco de historia. Y en ella encontré que mis principios, lejos
de pertenecer a edades oscuras, fue el único camino a través de dicha época que
no era oscuro, pues fue el puente luminoso que unía dos civilizaciones
deslumbrantes.
Si alguien me dice que esas ideas surgieron de la
ignorancia y el salvajismo, la respuesta es muy sencilla: no es cierto. Surgió
en la civilización mediterránea en pleno esplendor del Imperio Romano. Si esos
principios hubiesen sido sólo una moda de un imperio decadente, la habría
reemplazado otra moda que estuviera naciendo.
Entiendo que mucha gente se deje guiar por los extraños
ideales de moda que les llevan en una determinada dirección; lo que sucede es que
cada vez que los analizo descubro que señalan en una dirección distinta.
¿Cómo afirmar que mis principios cristianos pretenden
devolvernos a las épocas oscuras? Esos principios son los únicos que nos sacaron
de ellas.
Buenos Días.
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