“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto
hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
No se quien dijo que: “No hay mal que cien años dure ni
cuerpo que lo resista”, y parece que por fin vamos a ver como se terminan estos
tres meses de cuarentena.
Hoy ya vamos a poder cambiar de provincia y viendo como
nos funcionó los 70 kilómetros que realizamos ayer con la bicicleta no
encuentro ningún motivo por el cual no tengamos que coger las alforjas, cargarlas
en la bicicleta y salir a pasar unos días por ahí.
Vamos a intentar estar cuatro o cinco días con la
bicicleta para ir volviendo a cogerle el tranquillo, después cuando llegue
julio ya nos aventuraremos en una salida más larga por España, el Nordkapp
desgraciadamente ha dejado de ser este año el motivo para escaparnos.
En estos tres meses hemos podido tener la sensación en
algún momento de que hemos perdido un tiempo precioso y que no hemos hecho
nada, pero ¿es eso posible? ¿Podemos estar de verdad sin hacer nada? Mi impresión es que no. Lo que tal vez nos
haya podido pasar es que nos hemos detenido, nos hemos parado y, ese detenerse
nos ha podido venir bien. Hemos pensado, reflexionado,
analizado, criticado y ahora estamos en mejor disposición para tomar decisiones
más acertadas.
La vida, es verdad que no se para, pero no viene mal
detenerse, pensar y empezar de nuevo. Tras este periodo de pausa en que hemos
podido pensar o fingir que pensábamos pudimos imaginar que no hacíamos nada,
mientras que lo que hacíamos era hacer otra cosa. ¿Cuál?
La vida sigue, pero con otro argumento. Quiero decir que hay
que empezar a imaginar otras cosas, de otra manera, con nuevos enfoques. Lo
decisivo es "enterarnos" de dónde estamos, y por tanto de adónde se
puede o debe ir.
Cada día se nos rodea con noticias, normalmente malas, de
la situación con la que nos encontramos.
Se nos exige con prisa que tomemos decisiones
extremadamente difíciles, de cuyo resultado no tenemos idea. No sabemos cómo
hacer esas cosas que sin duda son necesarias e importantes. Lo que hagamos
puede tener un resultado desastroso, catastrófico, en el mejor de los casos inútil.
Lo que no debemos permitir ni admitir, ni por un instante, es que se haga nada
antes de pensar, antes de averiguar cómo son las cosas, cuáles son las
posibilidades, si las hay.
Se nos presenta, varias veces al día, y por diferentes
medios, la “información”, previamente preparada e interpretada, en versiones
enfrentadas, casi siempre inconciliables. Sobre todo, hay que tomar las decisiones,
y las tomamos, y las toman también las instituciones, que ponen en cuestión los
esfuerzos y los recursos de todos nosotros. Lo que no podemos hacer es no hacer
nada, hay que pararse a examinar, pensar, distinguir, ver algo claro.
Nuestra sociedad se llena continuamente de congresos,
asambleas, reuniones de cientos de personas que opinan de todo y deciden por los
demás. Estamos rodeados de “expertos” de todo tipo que se reúnen en cualquier
lugar del mundo. Lo que dicen y sus decisiones se nos comunican a todos por los
medios técnicos y ocupan durante unos días nuestras conversaciones, y muchas
veces me pregunto qué se ha puesto en claro, a qué certezas se ha llegado, qué
problemas han solucionado o van a remediar.
Cada vez me estoy convenciendo más de que el esfuerzo
aislado, y si es posible silencioso, de unas cuantas personas llenas de
desconfianzas y dudas, que no confían en su propia genialidad, sino que
necesitan pensar, darle vuelta a las cosas, ponerlas a prueba. Es el camino a
seguir.
Así es como entiendo yo que se ha hecho toda la cultura con
la que vivimos, y gracias a la cual el mundo es relativamente habitable. Los “grandes
números” nos están cambiando el planeta, en todos los sentidos, unos
inevitables, otros en cambio arbitrarios.
Si ahora repasáramos el camino por el cual se ha llegado
a la creación de la cultura occidental, veríamos que en su mayor parte ha
consistido en silencio, espera, reflexión, vacilación, duda, desaliento, todo
ello interrumpido por supuesto en contadas ocasiones por exclamaciones de alegría,
sorpresa, gratitud y renovado entusiasmo al ver con claridad algo que prometía
nuevos esfuerzos y desilusiones. No se ha encontrado otra manera de entender la
realidad y poner de vez en cuando algún remedio a los males que disminuyen o nos
afligen.
Si hiciéramos lo mismo para vez que tienen que ver en
muchas decisiones que se han tomado a lo largo de la historia la vanidad, la
jactancia, el afán de popularidad, llegaríamos a una imagen más comprensible de
la Historia.
Si continuásemos, observando ahora en nuestros días, la
atracción que sentimos hacia la publicidad, realmente desconocida en otros
tiempos, que resulta invencible, y que se ha trasladado a todas las actividades
y no solo a las comerciales. Nos daríamos cuenta de que las consecuencias son
incalculables, por eso lo primero que tendríamos que hacer es calcularlas. Este
es un buen ejemplo de esa actitud que exige no hacer nada hasta que sea
realmente posible.
No quisiera ahora exagerar, en un momento que vemos cómo
se toman importantes decisiones, sanitarias, económicas y políticas que se
toman sin pensar y que se tienen que rectificar rápidamente. Por eso no estoy
muy lejos de pensar que una aparente detención o inmovilidad para reflexionar y
examinar, antes de actuar se me presenta como necesaria y tal vez sea el
trabajo de mayor urgencia que se nos impone, nada menos, al conjunto del mundo
actual.
Buenos Días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario