lunes, 15 de junio de 2020

¿Podemos estar de verdad sin hacer nada?


“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)  


No se quien dijo que: “No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista”, y parece que por fin vamos a ver como se terminan estos tres meses de cuarentena.
Hoy ya vamos a poder cambiar de provincia y viendo como nos funcionó los 70 kilómetros que realizamos ayer con la bicicleta no encuentro ningún motivo por el cual no tengamos que coger las alforjas, cargarlas en la bicicleta y salir a pasar unos días por ahí.
Vamos a intentar estar cuatro o cinco días con la bicicleta para ir volviendo a cogerle el tranquillo, después cuando llegue julio ya nos aventuraremos en una salida más larga por España, el Nordkapp desgraciadamente ha dejado de ser este año el motivo para escaparnos.  
En estos tres meses hemos podido tener la sensación en algún momento de que hemos perdido un tiempo precioso y que no hemos hecho nada, pero ¿es eso posible? ¿Podemos estar de verdad sin hacer nada?  Mi impresión es que no. Lo que tal vez nos haya podido pasar es que nos hemos detenido, nos hemos parado y, ese detenerse nos ha podido venir bien. Hemos pensado, reflexionado, analizado, criticado y ahora estamos en mejor disposición para tomar decisiones más acertadas.
La vida, es verdad que no se para, pero no viene mal detenerse, pensar y empezar de nuevo. Tras este periodo de pausa en que hemos podido pensar o fingir que pensábamos pudimos imaginar que no hacíamos nada, mientras que lo que hacíamos era hacer otra cosa. ¿Cuál?
La vida sigue, pero con otro argumento. Quiero decir que hay que empezar a imaginar otras cosas, de otra manera, con nuevos enfoques. Lo decisivo es "enterarnos" de dónde estamos, y por tanto de adónde se puede o debe ir.
Cada día se nos rodea con noticias, normalmente malas, de la situación con la que nos encontramos.
Se nos exige con prisa que tomemos decisiones extremadamente difíciles, de cuyo resultado no tenemos idea. No sabemos cómo hacer esas cosas que sin duda son necesarias e importantes. Lo que hagamos puede tener un resultado desastroso, catastrófico, en el mejor de los casos inútil. Lo que no debemos permitir ni admitir, ni por un instante, es que se haga nada antes de pensar, antes de averiguar cómo son las cosas, cuáles son las posibilidades, si las hay.   
Se nos presenta, varias veces al día, y por diferentes medios, la “información”, previamente preparada e interpretada, en versiones enfrentadas, casi siempre inconciliables. Sobre todo, hay que tomar las decisiones, y las tomamos, y las toman también las instituciones, que ponen en cuestión los esfuerzos y los recursos de todos nosotros. Lo que no podemos hacer es no hacer nada, hay que pararse a examinar, pensar, distinguir, ver algo claro.
Nuestra sociedad se llena continuamente de congresos, asambleas, reuniones de cientos de personas que opinan de todo y deciden por los demás. Estamos rodeados de “expertos” de todo tipo que se reúnen en cualquier lugar del mundo. Lo que dicen y sus decisiones se nos comunican a todos por los medios técnicos y ocupan durante unos días nuestras conversaciones, y muchas veces me pregunto qué se ha puesto en claro, a qué certezas se ha llegado, qué problemas han solucionado o van a remediar.
Cada vez me estoy convenciendo más de que el esfuerzo aislado, y si es posible silencioso, de unas cuantas personas llenas de desconfianzas y dudas, que no confían en su propia genialidad, sino que necesitan pensar, darle vuelta a las cosas, ponerlas a prueba. Es el camino a seguir.
Así es como entiendo yo que se ha hecho toda la cultura con la que vivimos, y gracias a la cual el mundo es relativamente habitable. Los “grandes números” nos están cambiando el planeta, en todos los sentidos, unos inevitables, otros en cambio arbitrarios.
Si ahora repasáramos el camino por el cual se ha llegado a la creación de la cultura occidental, veríamos que en su mayor parte ha consistido en silencio, espera, reflexión, vacilación, duda, desaliento, todo ello interrumpido por supuesto en contadas ocasiones por exclamaciones de alegría, sorpresa, gratitud y renovado entusiasmo al ver con claridad algo que prometía nuevos esfuerzos y desilusiones. No se ha encontrado otra manera de entender la realidad y poner de vez en cuando algún remedio a los males que disminuyen o nos afligen.
Si hiciéramos lo mismo para vez que tienen que ver en muchas decisiones que se han tomado a lo largo de la historia la vanidad, la jactancia, el afán de popularidad, llegaríamos a una imagen más comprensible de la Historia.
Si continuásemos, observando ahora en nuestros días, la atracción que sentimos hacia la publicidad, realmente desconocida en otros tiempos, que resulta invencible, y que se ha trasladado a todas las actividades y no solo a las comerciales. Nos daríamos cuenta de que las consecuencias son incalculables, por eso lo primero que tendríamos que hacer es calcularlas. Este es un buen ejemplo de esa actitud que exige no hacer nada hasta que sea realmente posible.
No quisiera ahora exagerar, en un momento que vemos cómo se toman importantes decisiones, sanitarias, económicas y políticas que se toman sin pensar y que se tienen que rectificar rápidamente. Por eso no estoy muy lejos de pensar que una aparente detención o inmovilidad para reflexionar y examinar, antes de actuar se me presenta como necesaria y tal vez sea el trabajo de mayor urgencia que se nos impone, nada menos, al conjunto del mundo actual.
Buenos Días.

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