“La doctrina y la disciplina católicas pueden ser muros, sí, pero son los muros que protegen el patio del recreo”. (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Me he dado cuenta por algunos comentarios
que muchas personas no entendieron lo que significa la Adoración de la Cruz. Es
verdad que visto por encima es una cuestión que parece preocupa más a los no
católicos y que se merece una aclaración, aunque sea la que pueda dar yo.
¿Cómo comprender que no se trata de un
culto dirigido a un objeto de madera? Que no se trata de un acto de idolatría. Diciendo
de que se trata de un acto de veneración podríamos zanjar el tema rápidamente,
sin embargo, se usa una terminología, que puede parecer incluso como blasfema y
que clarísimamente parece que va contra el primer mandamiento de la Biblia.
Lo primero que debería de hacer ahora
es, ante todo, intentar aclarar la terminología. Si miro la palabra adoración
veo que es genérica y como sucede con toda cosa genérica requiere de una especificación.
Y aquí empieza a complicarse el tema. Veamos, cuando la veneración se dirige a
Dios esta adoración se llama de latría y si esa adoración se dirige a ciertas creaturas
esta adoración se llama adoración de dulía.
Por lo tanto, ya nos encontramos con dos
formas de adoración que hace unos momentos no conocíamos, para intentar ser
precisos, nos encontramos con una adoración de latría que es sólo para Dios y
una adoración de dulía, para las creaturas racionales. Vemos entonces que el
sentido vulgar de la palabra adoración se identifica con aquello que hemos
llamado “adoración de latría”. Nos estamos dando cuenta que nos estamos
olvidando de las creaturas materiales e irracionales que sin embargo vemos que
también son adoradas, y lo pueden ser debido a la naturaleza racional. Voy a
aclarar esto último, esto podemos hacerlo de dos modos: el primer modo es en
cuanto el objeto insensible representa a la persona; el segundo es en cuanto la
materia insensible está unida a la persona.
Y llegado a este punto tengo que pedir
ayuda a Santo Tomás de Aquino. Que nos dice: “De ambos modos debe ser venerada
por nosotros la cruz de Jesús. Del primer modo, en cuanto representa para
nosotros la figura de Cristo extendido sobre la cruz. Del segundo modo, a causa
del contacto que tuvo la cruz con los miembros de Cristo y porque fue bañada
con su sangre. Por lo tanto –continúa diciendo Santo Tomás- de ambos modos la
cruz es adorada con la misma adoración que recibe Cristo, es decir, adoración
de latría”.
Si releemos lo anterior vemos que no
damos a la cruz (objeto de madera) el culto de latría en cuanto objeto de
madera sino en cuanto representa a Cristo y en cuanto estuvo en contacto con su
cuerpo y con su sangre, es decir, debido a Cristo. Esto quiere decir que la
adoración de latría va dirigida a Cristo y no a un pedazo de madera.
Evidentemente nos hemos dado cuenta de que el punto clave es aquí la
distinción, dentro de la adoración de latría, entre latría absoluta y latría
relativa: latría absoluta es la que se da a una cosa en sí misma (por ejemplo,
a Dios, a Jesucristo, etc.); latría relativa es la que se da a una cosa no por
sí misma sino en orden a lo que es representado por ella (las imágenes). Por
tanto, si bien la cruz no es adorada con culto de latría absoluta, sí lo es con
el de latría relativa.
Pero no esto no termina con el tema, todo
lo anterior estaría bien si estuviésemos delante de la verdadera cruz, ¿qué
sucede con las cruces que nosotros tenemos ahora? Estas cruces son imitaciones
de la “vera cruz” de Jesús, cruces hechas de piedra, de madera o metal. La
respuesta a esta pregunta pienso que aclarará un poco más nuestro tema.
Hay que tener presente que estas cruces
de las cuales hablamos no son otra cosa que imágenes de Jesús, es decir, tratan
de representar al Dios encarnado, al Verbo hecho hombre. Tengo que apoyarme
otra vez en Santo Tomás, es necesario, respecto a la actitud que nosotros debemos
tener hacia las imágenes pictóricas de Cristo: “Podemos considerar las
imágenes en general en dos sentidos. Primero, en cuanto es una cierta cosa,
hecha con un material determinado. Segundo, en cuanto es imagen de una
realidad, la cual se configura como ejemplar o modelo de dicha imagen. En el
primer sentido, esto es, en cuanto es una cosa cualquiera, a las imágenes de
Cristo (y también a las cruces hechas actualmente; por ejemplo, de madera
esculpida o pintada), no se les debe dar ninguna reverencia, porque solamente
debemos dar reverencia a la creatura racional. Por lo tanto, a las imágenes de
Cristo (y también a las de los santos), tomadas en este primer sentido, no debe
brindárseles ni adoración de latría, ni dulía, ni siquiera veneración.
En el segundo sentido la cosa es
diferente. Porque cuando yo me dirijo a una imagen en cuanto representa otra
realidad y me la recuerda, no me estoy dirigiendo a la imagen misma sino a la
realidad que representa. Es en este sentido que nosotros presentamos honor y
obsequio a las imágenes de Cristo (y a las cruces). Por eso, en este sentido,
damos a las imágenes de Cristo la misma reverencia y veneración que damos a la
persona de Cristo. Y dado que a Cristo lo adoramos con adoración de latría, en consecuencia,
a su imagen debemos adorarla también con adoración de latría. Para ser más
exactos digamos que también a las imágenes de Cristo las adoramos con latría
relativa.”
Resumiendo: adoramos las imágenes de
Cristo y las cruces en cuanto son símbolos de una realidad ulterior y divina.
Me parece que me falta aclarar la
prohibición que hay en el Antiguo Testamento de hacer y adorar imágenes, hay
que tener en cuenta que en el Antiguo Testamento esta prohibición adquiría un
sentido especial porque el verdadero Dios se había revelado como un ser
espiritual e incorpóreo y, por lo tanto, no era posible hacer alguna imagen
corporal que expresara adecuadamente a ese Dios incorpóreo. Pero dado que en el
Nuevo Testamento Dios se hizo hombre, puede ser adorado en su imagen corporal.
Por lo tanto, vemos que ni en el acto de adoración de la cruz ni en la
terminología usada para expresarlo hay algo que se oponga a la revelación del
Antiguo o del Nuevo Testamento. Al contrario, el Nuevo Testamento, al
revelarnos la encarnación de Dios, nos autoriza a adorarlo en su imagen
corporal.
Hay muchos misterios en nuestra religión
que no son fáciles de entender en el primer intento. Necesitan una explicación
llena de ciencia y caridad, es decir, con la capacidad de adaptarse a las
condiciones de cada uno de nosotros. Esa es la tarea de la Iglesia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario