“Si prometo ser fiel, debo ser maldecido si soy infiel, o no hay gracia ninguna en prometer nada”. (G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
Supongo que van a ser muy pocas las personas
que no sepan que ayer fue Viernes Santo, y pienso por lo tanto que también muy
pocas personas no sabrán que además de la Adoración de la Cruz se habló mucho
de la muerte.
Suena un poco dramático, pero es así. En
algún momento, todos nos vamos a morir. Y, si algo sabemos a ciencia cierta es
eso. Y, a pesar de tenerlo todos tan claro, no nos resulta fácil hablar de la
muerte.
Enfrentarse con la muerte no es fácil, por
eso ayer fue un día tan complicado, nos resulta embarazoso hablar de ella e
intentamos utilizar palabras como “fallecer”, “dejar este mundo”, “irse” o “apagarse”,
entre otras muchas para no tener que nombrarla. Como consecuencia de la
dificultad de afrontar la muerte, hay personas que la ignoran y viven con la
sensación, especialmente cuando eres joven, de que esto va a durar para
siempre, de que tendremos tiempo para hacer muchas cosas en el futuro... pero
no. Porque la muerte es inevitable y nos suele sorprender.
Si bien es comprensible que en este
mundo casi ya postcristiano y desesperanzado no quiera hablar de la muerte, no debería
de suceder lo mismo entre los católicos. Creo, no
obstante, que los cristianos somos unos afortunados porque podemos mirar a
la muerte de frente. ¿Por qué? Porque podemos mirarla con esperanza, con la
certeza de que la muerte no es el final del camino sino la puerta hacia la vida
eterna. Jesucristo nos precedió en la muerte, y volvió para decirnos que no
tuviéramos miedo. El hecho de asumir con entereza que nos vamos a morir nos
puede ayudar a vivir de una manera más auténtica e incluso más alegre, pues nos
conecta con nuestra realidad de seres finitos.
Puedo ahora nombrar algunas
consecuencias positivas de acoger la muerte como parte de la vida. Una es que
la muerte nos hace ser agradecidos: cuando somos conscientes de nuestra muerte,
nos damos cuenta de que estar vivo es un verdadero milagro que no hemos hecho
nada por merecer, y que cada instante de vida debe ser vivido como un regalo
que tenemos que aprovechar, pues no sabemos cuándo terminará. Otra consecuencia
positiva es que la muerte pone las cosas en su sitio: nos descoloca, sí,
pero también recoloca. Nos hace darnos cuenta de qué es lo importante en
nuestra vida y lo que de verdad merece la pena. Pone en su lugar la forma en cómo
nos relacionamos, cómo usamos las cosas, el dinero, nuestra soledad, etc.
Y, podría añadir también de que la
muerte nos ayuda a tomar decisiones y a comprometernos. Si antes de
tomar una decisión nos imaginamos estar justo antes de morir y pensar qué
decisión nos gustaría haber tomado. Esa decisión nos lleva irremediablemente a
un compromiso de por vida, puesto que nos hace conscientes de que la vida pasa,
y pasa rápido, y no queremos quedarnos a merced de sus caprichos, sino que
decidimos poner toda nuestra vida en un proyecto que le dé sentido y nos
implique totalmente.
En fin, no podemos esperar al último
momento para pensar en la muerte, porque la preparación para bien morir es la
vida misma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario