sábado, 9 de marzo de 2024

¡Buenos días! Igualdad.

     “El verdadero poeta es el hombre que dice lo que los demás hombres no pueden decir, pero no lo que los demás hombres no pueden creer”.  G. K. Chesterton) 

¡¡¡Buenos días!!!

Yo, como todos, hemos estado estos días escuchando con más asiduidad de lo normal la palabra igualdad, hemos oído como casi todos dicen luchar por la igualdad. Se repite este vocablo como si se tratara de una virtud superior. Se ha constituido en, algo así como, un monumento a la verdad inmaculada.

Ahora tengo que añadir algún “pero” a esa igualdad de la que tanto hablan y, es que si lo pensamos un poco se trata de la característica que menos representa a la especie humana. Los individuos no somos iguales en casi nada. Si algo nos distingue, son nuestras diferencias, aquello que nos hace naturalmente distintos. Pensad un poco y veréis que no nos parecemos ni físicamente, ni en nuestra personalidad, mucho menos en las personales vivencias que nos tocan en suerte. Todo, absolutamente todo, nos hace seres infinitamente distintos, y esa desigualdad, resulta de sí que es una cualidad, una característica única e irrepetible.

Han sido nuestras diferencias, las que nos hicieron progresar y sobrevivir como especie. Es justamente eso lo que nos ha permitido evolucionar. No es la igualdad, sino justamente su opuesto, la desigualdad, lo que mejor describe nuestros talentos y mayores virtudes. También es ella la que identifica claramente nuestros peores defectos, y nos posibilita la ocasión de ocuparnos de ellos.

No somos iguales, y creo que no deberíamos querer serlo. Sin embargo, una corriente cada vez mayor nos dice lo políticamente correcto, nos dice pretender igualar y ajustar lo que nos presenta como desvíos. Resulta deseable que todos nos rijamos por las mismas reglas. Se puede pretender cierta igualdad ante la ley, frente a los objetivos criterios que rigen la convivencia humana, pero solo eso, solo esa cuestión de rutina, que es casi una cuestión de sentido común.

En todo lo demás creo que tendremos que entender que las diferencias deben ser bienvenidas. Por eso, resulta difícil entender como esa palabra, igualdad, ha pasado a ocupar un lugar de privilegio en los discursos, y como su implementación efectiva ha significado despojarnos de nuestra propia singularidad. La sociedad parece aclamar la destrucción de todas las diferencias. Supone que se puede igualar a una comunidad, por medio de leyes, decretos y normas. Esto parece haber venido para quedarse. Se trata de prácticas que celebran políticos y votantes al unísono. Parece que una parte se la humanidad está dispuesta a aceptar que nos igualen por abajo.

Ninguna ley funcionará como los políticos y muchos ciudadanos suponen. Las normas podrán quitar a unos para regalar a otros, pero no crearán talento allí donde este está ausente o simplemente dormido. Tampoco generarán creatividad, en ese espacio en el que ellos mismos se ocuparon de apagar la voluntad. Esos atributos, la creatividad, el talento, la perseverancia, el esfuerzo, la capacidad, el esmero no son solo cuestiones innatas, la mayoría de ellas se desarrollan y se alcanzan solo cuando se atraviesan momentos difíciles, verdaderas crisis, situaciones que requieren de retos frente a los problemas que nos propone siempre el presente.

Si eliminamos las diferencias, si seguimos venerando la homogeneidad, estaremos condenándonos a pedirle a los que se destacan, a que ya no lo hagan y a los peores, a despreocuparse por la ausencia de habilidades, pues algún político, apoyado por la inmensa mayoría de ciudadanos, pondrá las cosas en su lugar.

Parece claro que la humanidad ha aceptado esta falsa ilusión de que la igualdad es un objetivo en sí mismo. La fantasía de la igualdad parece estar apoderándose de nosotros sin resistencia alguna y con una implícita aprobación ciudadana que explica el discurso de los políticos, que es solo una herramienta para conseguir votos y no su verdadera causa.

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