“Un radical es un hombre que piensa que puede arrancar la raíz sin que eso afecte a la flor”. G. K. Chesterton)
¡¡¡Buenos días!!!
En nuestra vida y con la historia de la
humanidad existen numerosas preguntas referentes a muchos hechos que muchos de
nosotros ni nos planteamos contestar, tal vez porque los consideremos como un
capricho de la naturaleza y sea cual sea la explicación de estos, nos puede
resultar irrelevante y nos conformamos solo con la constatación del dato.
Sin embargo, siempre existe alguien que
se planteará ir más allá del hecho y buscará una explicación racional de los
mismos. La aventura de pensar lleva acompañando a las personas miles de años y
ha merecido la pena: el desarrollo científico y tecnológico, el bienestar
social, la democracia, los derechos humanos, y un largo etcétera como bien
sabemos y disfrutamos.
Nos suele ocurrir a las personas que
cuando tenemos los estómagos demasiado llenos nos cuesta pensar. Algo parecido está
ocurriendo en nuestra sociedad pues vemos como se tira mucha comida y las modas
nos obligan a cambiar cada temporada…
Resulta, al menos curioso, que en una
sociedad que gracias a Dios ha conseguido tener acceso gratuito y obligatorio a
la escolarización, que ofrece casi de forma gratuita todo tipo de información, este
produciendo a la vez aburrimiento, hastío, objetores y fracaso escolares en
cifras inasumibles, así como un cierto pasotismo intelectual y una banalización
de la información.
Algo está contagiando nuestras mentes
que nos produce una desgana intelectual, a pesar de que disfrutamos del acceso
universal y gratuito a todo tipo de conocimientos gracias a internet, nos hemos
vuelto anoréxicos intelectuales: no queremos pensar, incluso nos atrevemos a
decir que no es necesario y, además, nos encontramos a gusto asimilando la
opinión mayoritaria que puede ser producto de las redes sociales y, quién sabe,
si de ciertos poderes fácticos y ocultos.
Podría afirmar que estamos saturados de
información, tenemos tanta información que por la forma de recibirla y acceder
a ella nos impide que la podamos estudiar con un poco de detenimiento. Es como
si ya no nos interesase lo que en realidad está sucediendo sino lo que nos importa
es la representación de esa realidad, elegimos ver el mundo a través de la
pantalla, mientras lo que sucede a mi lado, en mi calle, se ignora.
No tenemos tiempo ni gusto para
contemplar el amanecer, ni la puesta de sol. Hoy nos gusta ver y mostrar la
puesta de sol captada en la pantalla, aunque para conseguirla nos perdiésemos
el instante real de esos momentos mágicos.
Vivimos en la sociedad de la
información, de la opinión mayoritaria, a veces despótica, que no acepta
matices. No importa la reflexión, se huye del silencio, se detesta la verdad.
Ya no estamos en la sociedad del
conocimiento, ya no sabemos qué es el hombre, ni el bien, ni la verdad, ni la
belleza. Se nos dirige y se nos aconseja que no nos atrevamos a pensar, tenemos
que dejar otros piensen por nosotros y apoyar la respuesta mayoritaria.
“Nosotros pensamos por ti: tu descansa”, parece ser el eslogan de moda.
Es necesario hacer algo contra tanta
anestesia. Hay que rescatar la admiración y buscar razones profundas que nos
permitan, además del conocimiento, la sabiduría de saber quiénes somos, de
dónde venimos y a dónde vamos.
Pensar no es un antojo ni algo
irrelevante sino algo que sólo el ser humano puede y debe hacer para vivir como
tal. Pero pensar requiere al menos dos cosas: tiempo y silencio.
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