“Un hombre debería mantenerse siempre lo bastante sobrio como
para elogiar el vino” (G. K. Chesterton)
Pensaba ayer por la tarde que algo no termina de funcionar en
nuestra sociedad, y eso que considero que la mayoría de las personas son buenas,
sinceras, comprometidas y de una gran voluntad. Lo estamos viendo en las ayudas
a los afectados por la última DANA. Entonces, ¿qué le falta a esto? Buenos, por
muy buenos que seamos, no alcanza. ¿Por qué?
La dificultad creo que se encuentra en que una persona puede
ser moralmente íntegra, justa y generosa, y sin embargo ser una persona odiosa,
vengativa y violenta, y es que todo lo anterior se puede dar en una persona que
sea justa. Estrictamente con justicia se puede odiar a una persona que te odia,
incluso puedes vengarte cuando te hacen daño y se pueden aplicar condenas muy
duras e incluso la pena de muerte. Se trata del famoso “ojo por ojo”.
Las personas cuando hacemos todo lo anterior, estamos
actuando de una forma natural. Es natural amar a quien te ama, como es natural
odiar a quien te odia. Pero, hay que llegar más lejos si queremos una mejor
sociedad. Tengo que reconocer que no se trata de un camino fácil, pero tenemos
que hacer un esfuerzo e intentarlo, será complicado, pues la mayoría de
nuestros instintos naturales se van a resistir a ello.
Estoy seguro de que todos en más de una ocasión nos habrán
dicho eso de que tenemos que a “amar a los que nos odian” o que tenemos que “bendecir
a los que nos maldicen”, o aquello de “no buscar nunca la venganza” y a “perdonar
a los que nos matan”, incluso a los asesinos en masa. Pero esa no es nuestra
reacción espontánea, cuando nos hacen daño nos sentimos vengativos. Sentimos
alivio cuando nos enteramos de que han matado a un asesino en serie. Tenemos la
sensación de que se hace justica y de que nuestra sociedad está un poco mejor. De
alguna manera nos sentimos felices de que haya muerto, y es muy difícil evitar
esta reacción. Nuestra indignación moral se ha tranquilizado. Nos sentimos
calmados.
Sin embargo, lo que en realidad nos ha sucedido es una
liberación emocional y aunque puede ser incluso sana psicológicamente debemos
aspirar a algo más, a algo más elevado en nuestro interior, tenemos que
comprender mejor lo que está pasando, tener una mayor compasión y un sentido
del perdón más amplio.
Para evaluar esto, puede ser útil observar la cuestión de la
pena capital. Curiosamente, no voy a decir que sea mala. De hecho, en estricta
justicia puede aplicarse. Lo que digo es simplemente que no debemos hacerlo
porque estamos invitados a otra cosa, a saber, estamos llamados a perdonar a
los asesinos.
Es más fácil decirlo que hacerlo. Cuando oigo hablar de un atentado
terrorista con muchos muertos, mis pensamientos y sentimientos no se dirigen
naturalmente hacia la comprensión y la empatía por el terrorista. No me
preocupo por el sufrimiento por el que haya tenido que pasar esa persona para tener
que realizar un acto tan atroz. No me compadezco de forma natural por los que
debido a su fanatismo pueden hacer algo así. Más bien mis sentimientos eligen
como es natural el camino más común, indicándome que se trata de una persona
terrible que merece el castigo más duro. La empatía y el perdón no son lo
primero que me encuentro en estas situaciones. Lo hacen los sentimientos de
odio y venganza.
Es comprensible, nuestras primeras emociones siempre van a ir
en esa dirección. ¿Quién quiere sentir compasión por un asesino, un
maltratador, un matón?
Pero eso son sólo nuestras emociones que se desahogan. Si escuchamos,
si somos capaces de oír, hay algo más dentro de nosotros que nos llama siempre
a lo que es superior, es decir, a la empatía y la comprensión a las que tantas
veces se nos invitado a alcanzar, a ese “amad a los que os odian”. Bendecid a
los que os maldicen. Perdonad a los que os asesinan.
La dificultad con todo esto es que una vez que hemos
conseguido redirigir nuestras emociones no nos sirven de una vez por todas. No.
No funciona así, pues nuestros sentimientos se van a descontrolar continuamente
y cada vez habrá que redirigirlos, cada vez nos vamos a encontrar delante de
dos alternativas. Una, la más común, la que me dirige hacia el odio, la
venganza y el sentimiento de ser una víctima; la otra, la alternativa menos
habitual, la que invita a ir a una compasión más amplia, la empatía y el
perdón.
¿Cuál voy a tomar? Lamentablemente, a veces una, a veces la otra; aunque siempre sé a cuál debo elegir.