“El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña” (G. K. Chesterton)
Camino de Geiranger. 2 de septiembre
de 2024.
Volvemos a casa, las andanzas de
este año se puede decir que han llegado a su fin y toca empezar a pensar en
preparar la Maratón de Valencia y preparar los recorridos para el año que
viene.
Cada uno de nosotros tenemos
nuestra tierra, nuestro hogar, nuestra casa. Y está bien que así sea. Allí
nacimos y pasamos nuestros primeros años por lo menos, y allí me gusta volver, a
pesar de que en muchos otros lugares me pueda sentir como en casa.
En estos días de retorno siempre
me doy cuenta del valor que tiene lo cotidiano en nuestra vida y más en nuestro
hogar. Ese ruido de la lavadora que nos acompaña durante tantas horas al día,
el pasear por nuestras calles, tan conocidas y siempre recordadas, ese café con
mis amigos en la que la conversación deriva casi siempre hacia los mismos temas
en los que sé que voy a sentirme relajado y sin problemas.
Y así, recordando lo cotidiano, me
doy cuenta que es esto lo que me ha formado, lo que me ha hecho ser quien soy.
Son esas pequeñas decisiones del día a día, las que han ido dando forma sin
darme cuenta a todo lo que soy. Esas cosas, esos sitios, esas personas que
volveré a ver con un semblante renovado, sabiendo que de alguna manera son mías,
consciente de que las elegí hace tiempo
y vuelvo a elegirlas cada vez que vuelvo.
Recordando también que voy a
volver a lo de siempre y que lo veré nuevo, diferente.
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