“El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña” (G. K. Chesterton)
Camino de Geiranger. 24 de agosto
de 2024.
No creo que sea necesario insistir
en el valor de la humildad, humildad que no lo olvidemos hay que tener cuando
viajamos. Solo tenemos que recordar lo absolutamente necesaria que es en todo
momento, porque se trata de un valor que nos coloca delante de lo que somos en
realidad, delante de la verdad de nosotros mismos.
Ser humilde mientras viajamos no
nos impedirá que nos sintamos orgullosos de lo que estamos haciendo, ni
rechazará los elogios si es que llegan, pero nos colocará en su justo lugar,
nos centrará y nos ubicará respecto a nosotros mismos y de los demás.
En cambio, ser soberbios nos va a
descolocar, nos llevará a situarnos en un lugar que no nos corresponde; algunas
veces, presumiendo por encima de los demás; muchas otras, hundiéndonos por
debajo. Aquí es donde se encuentra el gran riesgo del éxito en nuestros viajes,
pues nos hace envanecernos, salir de nosotros mismos por arriba.
Por lo tanto, podemos pensar que
lo controlamos todo, que podemos enfrentarnos solos a todos los problemas, que
no necesitamos a nadie. Si nos creemos capaces de resolver todo con nuestras
propias fuerzas, entonces la ayuda de los demás no “tiene lugar”. No tienen
razón de ser en nuestras vidas.
Estas cosas las podemos notar de
diferentes maneras, pero hay una cosa en común en todas ellas: pensar que lo
tenemos todo controlado. Esto es una posición totalmente inmadura, de alguien
que no quiere o le gusta reconocer sus limitaciones.
Creerse perfecto es mirar
solamente lo “demasiado bueno “que soy. Esa soberbia no permite que aceptemos y
reconozcamos los problemas o defectos que podemos tener. Todos sabemos que es
imposible ser perfectos, pero el soberbio cree que lo es, o por lo menos, está
muy cerca de serlo.
Y, la solución ante esto es la
humildad. Aceptar quienes somos en realidad. Tener un problema no nos hace más
ni menos. Nuestro valor no está en tener cualidades extraordinarias, o en tener
menos problemas que los demás. La humildad nos lleva a reconocer dónde está
nuestro valor.
Hay una ironía en todo esto. Y es
que si somos soberbios vamos a tener la necesidad de demostrar, no sólo a los
demás, sino incluso a nosotros mismos, que somos superiores, que de alguna
manera nos tienen que admirar ya que nos sentimos dignos de las alabanzas y de
los aplausos. Cuando en realidad, no necesitamos hacerlo. En realidad, cada uno
de nosotros tenemos mucho valor y somos muy importantes pues nuestra dignidad
como personas nos hace únicos e irrepetibles.
El problema nos surge cuando no
creemos en la dignidad de la persona y perdemos de vista lo realmente
importantes y valiosos que somos, y necesitamos encontrar fuera de nosotros el
valor que tenemos.
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