martes, 15 de octubre de 2024

Camino de Geiranger. 27 de agosto de 2024.

     “El amplio objeto de un viaje no es poner el pie en tierra extraña; es poner el pie, al fin, en nuestro propio país como en una tierra extraña” (G. K. Chesterton)



Camino de Geiranger. 27 de agosto de 2024.

Al no tener conocimiento de otros idiomas es muy común que cuando alguien me está explicando o contando algo, y siento que no lo estoy entendiendo, muchas veces termine diciendo más o menos, “bueno, da igual”. Reconozco que esta situación me retumba, me genera frustración y en cierto sentido, refleja un cierre anticipado de la conversación que me desmotiva. La otra persona asume sobre la marcha que yo no podré entender lo que me dice o que no me interesa. Siempre he creído que esta actitud banal nos aleja sin querer de una verdadera comunicación.

En lugar de rendirme, yo debería pensar: “No, no da igual. Tal vez si me lo explica con tranquilidad y pongo un poco más de atención, lo puedo entender”. Esta forma de actuar abre las puertas a un diálogo más enriquecedor, porque no se trata solo de ser comprendidos, sino de esforzarnos por comprender.

Al pensar “no da igual”, le estoy dando importancia a lo que se está discutiendo o contando. Cada conversación tiene valor, incluso si no siempre encontramos las palabras perfectas. Muchas veces, el malentendido no es por falta de interés, sino por la forma en que nos comunicamos. Así, en lugar de cerrar una puerta, abrimos un espacio donde aprender de los demás, siendo más pacientes, atentos y comprensivos. Porque, en realidad, pocas cosas “dan igual” cuando se trata de conectar con otros.

La actitud de encogerse de hombros es un reflejo de una crisis de vida, de un estado de desaliento y desencanto, de confusión y de promesas incumplidas, de falta de horizontes… y tiene una causa: la falta de valores.

Y es que, hay que decir que no todo da igual. No es lo mismo ceder un asiento a una persona discapacitada, enferma o anciana que no cederlo. No es lo mismo mentir que decir la verdad. No es lo mismo ser solidario que no serlo. No es lo mismo la fidelidad que la infidelidad. No es lo mismo la gratitud que la ingratitud. No es lo mismo la responsabilidad que la irresponsabilidad.

Las cosas no valen todas igual. Las cosas tienen cada una su propio peso. Cada cosa es portadora de valores o de antivalores y hay que descubrirlos.

Pero aclarar lo que son los valores es un poco más largo de explicar, por eso lo dejaremos para otro día.

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