“Cuando cayó, siempre fue por perder pie, jamás porque se acobardó ante el salto” (G. K. Chesterton)
Viernes 16 de agosto de 2024. El Canal des 2 Mers.
He estado repasando estos días algunas de las entradas que he
escrito y me he dado cuenta de la cantidad de veces en las que me quejo y,
aunque quejarse con motivo no es malo, creo. Pienso que es importante insistir
en la importancia de la reciedumbre, o sea en la capacidad de realizar cosas o
actividades sin quejarse.
Es cierto, hay muchas cosas de qué preocuparnos, pero ¿de
verdad son tan serias como pensamos? Vivimos en un mundo tan preocupado por la
felicidad, tan sediento de ella que no presta atención a lo que está buscando
para beber. Esta sed es buena, pues sólo el sediento busca algo para beber. Esa
sed que tenemos la debemos aprovechar para beber buena agua, no beber cualquier
clase de líquido que nos encontremos.
A menudo quizá te das cuenta de que llevas toda la mañana quejándote
de pequeñas cosas. Observas de pronto que en tu interior suena un murmullo, un
gemido, un lamento que crece y crece, todo de repente es negativo, aunque nos esforcemos
en lo contrario. Y ves que cuanto más te refugias en él, peor nos sentimos;
cuanto más lo analizamos, más razones aparecen para seguir quejándonos; cuanto
más profundamente entramos en esas razones, más complicadas se vuelven.
Se nos está quejando el corazón en esos momentos, un corazón
que siente que no esta recibiendo lo que le corresponde. Es una queja que se expresa
de muchas maneras, pero que siempre termina creando un fondo de amargura y de
decepción.
No podemos empezar a pedalear en esa situación, cada vez que
empezamos el día seducidos por esa idea de queja continua se nos va enredando
una especie de espiral de descontento que nos puede llevar a rechazar y
despreciar nuestro viaje.
Además, quejarse es muchas veces contraproducente. La raíz de
esa frustración está no pocas veces en que nos vemos defraudados, y es difícil encontrar
respuestas a esas quejas porque en el fondo a quien estamos rechazando es a
nosotros mismos.
Cuando se cae en esa espiral todo pierde su espontaneidad y
así no se puede viajar.
¿Cuál es la solución a esto? Quizá lo mejor sea esforzarse en
dar más entrada en uno mismo a la confianza y a la gratitud. Sabemos que
gratitud y resentimiento no pueden coexistir. Concentrarse en la gratitud es un
esfuerzo evidente por recibir con alegría y serenidad lo que nos sucede. La
gratitud implica una elección constante. Puedo elegir ser agradecido, aunque
mis emociones y sentimientos primarios estén impregnados de problemas. Es
sorprendente la cantidad de veces en que podemos optar por la gratitud en vez
de por la queja. Los pequeños actos de gratitud le hacen a uno agradecido.
Sobre todo, porque, poco a poco, nos hacen a uno ver que, si miramos las cosas
con perspectiva, al final nos damos cuenta de que todo resulta ser para bien.
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