“Un hombre tiene que amar muchísimo una cosa para practicarla no sólo sin ninguna esperanza de fama o dinero, sino incluso sin ninguna esperanza de hacerla bien” (G. K. Chesterton)
Domingo 11 de agosto de 2024. La Réole.
Para soltar las piernas hemos hecho una
excursión de ida i vuelta sin alforjas, nos hemos ido al Château de Malle, con
la mala suerte de que solo se puede visitar haciendo la reserva, así que solo
hemos podido llegar hasta la verja, aunque lo importante era que Carmen se
acostumbre poco a poco a pedalear por los carriles bici franceses con su
bicicleta, también hemos recorrido un poco el canal de Midi.
Vamos a comenzar un viaje donde las jornadas deben de
transcurrir tranquilamente, sin prisas, en los que poder pedalear con calma por
un recorrido que es prácticamente llano y en el que resulta sencillo relajarse.
La verdad es que no se si se trata más de una necesidad o de
un deseo. Muy a menudo en situaciones como estas en las que me gustaría estar
relajado y tranquilo, me las planteo como una necesidad que necesito satisfacer
de inmediato lo que me crea un poco de incertidumbre y creo que bastaría con pensar
un poco menos en ello y comprometerme un poco más en que el viaje vaya
siguiendo su ritmo, sin atosigarlo. Incluso a veces he llegado a pensar que esa
forma de ver las cosas tan enrevesada es como un defecto de fábrica.
Sin embargo, no hay ningún defecto de fábrica. A pesar de nuestra
condición de no sentirnos cómodos por mucho tiempo en ninguna situación, el
hombre sigue estando bien hecho. De hecho, basta un momento para hacernos la
pregunta: ¿Qué hago aquí?, para captar, dentro de cada necesidad y en todo
deseo insatisfecho, el signo inequívoco de esa exigencia que nos lleva buscar ese
lugar donde nos sentiremos cómodos y que de alguna manera sabemos de su
existencia pues no hacemos otra cosa que dirigirnos hacia el, lo que nos
demuestra que algo sabemos de él, que lo conocemos.
Ya sé que llevamos toda la vida de deseo fallido en deseo
fallido, y que da mucha vergüenza hablar de ello, pensamos que esos deseos
fallidos son un fracaso total de uno mismo. Sin embargo, todo deseo surge de
que nos falta algo y, al fin y al cabo, no hay carencia sin tener la
experiencia de no poder obtener lo deseado por nosotros mismos, es decir, sin
fracaso.
Hay que darse cuenta de que esa carencia no es un signo de
una vida fracasada, sino de la necesidad de vida, de otra vida más allá de la
que ya se nos ha dado. Detrás de cada fracaso, necesidad y deseo no satisfecho,
es posible reconocer la oportunidad de una relación con algo o alguien que todavía
no conocemos, que aún no tenemos, pero que nos sorprende saber que esta ahí.
Todo lo anterior puede estar muy bien, pero tenemos un
pequeño problema, nuestro deseo es infinito. Nunca está satisfecho. Se desea el
infinito en cada placer, que dure para siempre. ¿Quién es capaz de estar frente
a esta infinidad de carencias, sin asustarse o enfadarse?
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