“Dicen que los viajes ensanchan las ideas, pero para esto hay que tener ideas” (G. K. Chesterton)
Hemos vuelto a la carretera y,
acostumbrado a pedalear con las alforjas cargadas ahora se siente una ligereza a
la que ya no estaba acostumbrado, y se empieza a entender, un poco el “bikepacking”,
aunque si se trata de ir ligero para poder llegar a lugares a los cuales no se
puede llegar con más peso lo encuentro aceptable, pero si se trata de ir ligero
para ir más rápido o más lejos entonces ya no me gusta tanto.
Ya sé que nuestra cultura valora la
velocidad en todo. Comida rápida. Coches rápidos. Internet rápido. Cuanto más
rápido y eficiente se pueda hacer cualquier cosa, mejor.
Sin embargo, para tener una auténtica
experiencia humana, la velocidad es una de las cosas más negativas. La rapidez,
por ejemplo, no es la madre de la sabiduría.
Si hacemos las cosas rápidamente se
desvalorizan. No es normal querer terminar una jornada del viaje cuando la
estas disfrutando. Sólo una etapa o un recorrido sin importancia se hacen rápidos,
por lo general un viaje en bicicleta no es una carrera que hay que terminar
sino un viaje que hay que saborear.
Si vamos muy rápidos no tenemos la
ocasión de contemplar las cosas que están a nuestro alrededor, no las
experimentamos. Los verdaderamente cicloturistas saben que es más importante
asimilar un recorrido que recorrerlo.
Ya sé que metidos como estamos en un
ritmo de vida tan rápido esto es complicado, estamos demasiado acostumbrados a
experiencias superficiales, a mirar y no a admirar. Si vemos, no solo la
bicicleta, sino también la vida como un trabajo que hay que realizar o como un
obstáculo que hay que superar lo más rápido posible, nunca vamos a apreciar
nada. Y si no apreciamos nada, llegaremos al final del viaje agotados y disgustados,
con muy poco que mirar en retrospectiva y no estaremos agradecidos por haberlo
hecho.
Al final, el ciclo-viajero mira el mundo
como un niño, con los ojos abiertos de asombro, estamos hechos para alabar lo
que vemos y lo que sentimos. Nos tomamos tiempo y vamos tranquilos por la
carretera, observamos, prestamos atención y nos concentramos en todo lo que se
encuentra a nuestro alrededor y, lo apreciamos.
Porque el aprecio es la fuente de la alegría,
y el aprecio es el fruto de una experiencia tranquila y atenta.
Si tenemos que hacer un viaje en
bicicleta, si vale la pena hacer un viaje con alforjas, vale la pena hacerlo
lentamente.
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